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Reportaje:

La huella biológica de la felicidad

El estado de ánimo positivo favorece las defensas contra el estrés y reduce el riesgo de cardiopatía

Ya hace tiempo que se sabe que las personas depresivas o que arrastran un estado de enfado vital sufren más problemas de salud, pero todo apunta a que para vivir más y mejor no es suficiente con no sentirse del todo mal en la propia piel, hay aspirar a más, hay que ser feliz. Los materialistas más radicales pueden pensar que esta afirmación es inconsistente y excesivamente idealista. Para su tranquilidad, la ciencia ya ha detectado, e incluso medido, las huellas que la felicidad deja en la biología y ha podido comprobar que es una de las mejores formas de prevención de enfermedades.

Que el individuo es un todo en el que convergen la mente y el cuerpo, las emociones y la biología, y que el bienestar depende de que ambas dimensiones estén atendidas, es algo obvio y no necesita más explicación. La ciencia y la terapéutica occidentales han comenzado a incorporar este maridaje en lo que se ha denominado la medicina de la mente y el cuerpo. Al mismo tiempo se han lanzado proyectos de investigación para descubrir las intimidades moleculares de la relación entre lo emocional y lo puramente material que conducen a la aparición de un buen número de patologías. Se sabe, por ejemplo, que el carácter depresivo hace aumentar los niveles de la proteína C reactiva, una molécula asociada, entre otras cosas, a un incremento del riesgo cardiovascular.

La tasa de patologías cardiacas entre los optimistas era la mitad de la de los pesimistas
Las personas tristes segregan un 32% más de hormona del estrés que las felices

Pero ¿por qué conformarse con el lado oscuro de la realidad? No hace todavía una década y de la mano de la psicología positiva -cuya cabeza más visible es Martin Seligman, un psicólogo de la Universidad de Pensilvania- comenzaron los trabajos para desvelar la otra cara de la moneda o, si se quiere, un paso más en el abrazo entre la mente y el cuerpo: no es suficiente evitar la enfermedad, sino que el objetivo debe ser exaltar las bondades de la existencia, tanto en el plano físico como espiritual.

Bajo esta óptica se han hecho trabajos que han demostrado que las personas que tienen una actitud positiva en la vida se recuperan con más rapidez del estrés y sufren en menor medida sus consecuencias. También se ha comprobado que la falta de una actitud positiva está relacionada con el desarrollo de patologías cardiovasculares e incluso con una reducción de la supervivencia.

De estos antecedentes partieron los autores de un estudio publicado recientemente en los Proceedings of the National Academy of Sciences, pero su propósito era ir aún más lejos para llegar a medir la felicidad con parámetros puramente biológicos. Andrew Steptoe y sus colaboradores de la University College London (Reino Unido) eligieron marcadores ya conocidos por su asociación con un buen estado de salud: la concentración de cortisol, conocido como la hormona del estrés porque se segrega en situaciones de tensión tanto física como emocional y que a niveles elevados participa en la aparición de diabetes de tipo II, hipertensión y trastornos autoinmunes; la tensión arterial y el ritmo cardiaco. El nivel de felicidad de los 216 participantes en el estudio se midió mediante las anotaciones que los propios individuos hacían a lo largo del día.

El resultado más llamativo y evidente biológicamente fue el relativo a los niveles de la hormona del estrés. La diferencia entre los más felices y los neutros o apesadumbrados fue del 32%, que, según los investigadores, "podría suponer un riesgo para la salud si persiste durante meses o años". Y algo más, hasta ahora el cortisol se consideraba la marca de los estados depresivos; sin embargo los investigadores británicos han observado que la ausencia de felicidad provoca el mismo efecto. De nuevo, no es suficiente con no estar mal, sino que hay que sentirse bien.

En cuanto a la tensión arterial y al ritmo cardiaco, la primera no depende de la felicidad y el pulso sólo aumenta en los hombres, y no en las mujeres, menos satisfechos en la vida, lo cual podría aumentar el riesgo cardiovascular.

Hay también algunos datos sobre el estado de bonanza de los participantes. La felicidad no dependía ni del estado civil ni de la edad ni del nivel socioeconómico. Como parece lógico, los niveles de contento fueron mayores durante el tiempo libre, pero los individuos tristes lo eran tanto durante las horas de trabajo como en sus momentos de ocio.

Otra cuestión interesante que ha resaltado el equipo de Steptoe es la forma de manejar el estrés cotidiano de unos y otros, felices y desgraciados. El primer dato a subrayar es que lejos de la imagen que algunos escépticos puedan tener de la felicidad como un estado de éxtasis sobre una nube rosa, ésta no se aleja de la realidad, de modo que los felices viven tan intensamente como el resto las tensiones diarias. Lo que diferencia a unos y a otros es cómo trasladan el estrés a su biología.

En esta ocasión, la medida biológica que eligieron los investigadores fue la cantidad de fibrinógeno en sangre, una molécula relacionada con la inflamación y que se emplea como una forma de predecir las patologías cardiacas. Los tristes tenían niveles 12 veces más altos que los afortunados felices en las pruebas de estrés a las que fueron sometidos. "Si se dan diferencias de esta magnitud en la vida cotidiana cuando la gente está expuesta a las dificultades y retos diarios, el resultado podría ser una marcada diferencia en el riesgo cardiovascular".

Estudios anteriores han llegado a conclusiones equivalentes en lo que se refiere a la salud del corazón, pero por caminos distintos. Laura Kubzansky, de la Escuela de Salud Pública de Harvard (Estados Unidos), ya publicó en 2001 el seguimiento de más de 1.300 varones durante 10 años. La investigadora buscaba una posible relación entre el optimismo y la función cardiovascular. Y efectivamente la encontró: las tasas de patologías cardiacas fueron la mitad en los que veían la botella medio llena frente a los que la veían medio vacía. "La diferencia fue tan grande como la que se da entre fumadores y no fumadores", afirmaba la autora a la revista Time.

Los estudiosos de la ciencia de la felicidad aseguran que un elemento muy importante para alcanzar ese estado es la relación con los demás. Precisamente a principios de este mes, en una reunión sobre prevención cardiovascular organizada por la Asociación Americana del Corazón, se presentaba un subanálisis de un gran trabajo en el que han participado más de 3.000 personas. El equipo de Eric Loucks, también de la Escuela de Salud Pública de Harvard, ha comprobado que los hombres aislados socialmente tienen niveles más altos en sangre de interleucina 6, una molécula asociada a la inflación y al riesgo cardiaco.

Bien es cierto que algunos de estos datos necesitan confirmación y un estudio más profundo, pero, como señala Steptoe en las conclusiones de su estudio, "la psicología positiva ha empezado a documentar la importancia del bienestar en la creatividad, el liderazgo y la realización del potencial humano. Nuestros hallazgos indican cómo actúa sobre los sistemas biológicos y que puede ser relevante para el riesgo de desarrollar enfermedades físicas".

La felicidad se nutre de afecto y espiritualidad. El fotógrafo captó esta imagen de felicidad en Ecuador.
La felicidad se nutre de afecto y espiritualidad. El fotógrafo captó esta imagen de felicidad en Ecuador.JOAN GUERRERO

Placer, compromiso y sentido

Reza el refrán que el dinero no da la felicidad y algunos añaden, pero ayuda. Así es, aunque menos de lo que parece. Numerosos estudios ya han demostrado que una vez que las necesidades básicas están cubiertas una nutrida cuenta corriente no asegura disfrutar de una vida mejor. Ni siquiera la educación o la edad son sinónimos de satisfacción vital. Por el contrario, se sabe que estar rodeado de afecto o tener una vida espiritual rica aproximan a la felicidad. También se ha comprobado que los que aderezan su existencia con algunas copas de vino, sin excesos, son más felices que los abstemios recalcitrantes. Pero de forma global, ¿se puede definir la felicidad? Ruut Veenhoven, catedrático de la Universidad Erasmus de Rotterdam (Holanda) y director de la Base de Datos Mundial de la Felicidad, lo hace del siguiente modo: "Es cuánto nos gusta la vida que llevamos".

Martin Seligman habla de tres componentes de la bonanza vital: placer, compromiso y sentido. Pero aclara que aunque el primero ha sido el clásico camino hacia la felicidad es quizá el menos seguro para encontrarla. Por su parte, Richard Davidson, neurocientífico de la Universidad de Wisconsin (EE UU) conocido por haber estudiado los cerebros felices y contemplativos de los monjes budistas, asegura que la felicidad es un estado cerebral y según los datos de los numerosos estudios realizados con los religiosos es algo que se puede alcanzar voluntariamente, en el caso de aquellos es a través de la meditación. Lo que Davidson denomina "estilo afectivo positivo" parece dejar una huella bien marcada en las redes neuronales. El neurocientífico ha demostrado que las personas que practican la meditación con cierta regularidad, él mismo lo hace, tienen de forma permanente mayor actividad en la corteza prefrontal izquierda, una región del cerebro asociada a las emociones positivas, al bienestar y a una gran capacidad para soportar el estrés. Además, no hace falta ser un monje budista para sintonizar las neuronas con la felicidad. Davidson ha comprobado que unos cuantos días con cortos periodos de meditación son suficientes para que los centros cerebrales del bienestar ganen la partida a los del mal humor.

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