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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Huelga de Pentecostés

Tras la canícula del verano de 2003, que provocó en Francia la muerte de 15.000 personas, en su mayoría ancianos, el Gobierno de Jean-Pierre Raffarin impulsó por ley una jornada de solidaridad, en la que los ingresos del trabajo irían a constituir un fondo para dotar al país de infraestructuras y servicios que eviten una calamidad similar en el futuro. El día fijado fue el lunes de Pentecostés. El verano de 2004 no fue caluroso, y conforme se acercaba la fecha los franceses empezaron a darse cuenta de que iban a perder uno de los puentes más preciados del año. La coincidencia con la campaña por el referéndum europeo y la impopularidad de Raffarin hicieron el resto. Ayer el lunes de Pentecostés se convirtió en un día de rebelión.

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La huelga fue secundada, mayoritariamente, por el sector público: enseñanza, transportes y correos, con el consiguiente caos aéreo. En el sector privado, debido a los mecanismos establecidos cuando se fijó la semana laboral de 35 horas y a las posteriores modificaciones de esta regla, los trabajadores disponen de días libres que pueden tomarse durante el año, y esto es lo que mayoritariamente ha sucedido. Muchas grandes empresas han cerrado sus puertas y descontarán a sus asalariados un día libre.

El Gobierno hace sus cuentas, algo extrañas, y se da por satisfecho. Citando una encuesta que aseguraba que el 75% de los asalariados se oponían a la medida y fijaba en un 44% el porcentaje de quienes irían a trabajar, y dado que el 28% optaba por gastar un día libre y el 13% trabajaba en empresas que habían decidido cerrar por su cuenta, resultaba que sólo un 14% secundaba la huelga.

Y pese a la resistencia social, el erario público calcula que recaudará lo previsto.

Pero cuando la intención del no en el referéndum del 29 de mayo sobre la Constitución Europea vuelve a repuntar en los sondeos, el lunes de Pentecostés no festivo de ayer muestra una Francia insolidaria hacia adentro, en la que su primer ministro ha perdido toda autoridad y se ha convertido en un lastre. Cuanto menos aparezca, mejor; de otro modo, el referéndum se convertirá directamente en lo que se ha llamado un raffaréndum, es decir, una victoria del no.

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