"Lula tiene que gobernar para todos los brasileños"
Chico Buarque padece insomnio. Costó bastante atar la entrevista, el cambio de horario lo tenía loco en Nueva York y no quería someterse a un bombardeo de preguntas cansado y sin ganas. El músico y escritor participó la pasada semana en el PEN World Voices, el festival literario que ha llevado a la Gran Manzana a escritores de todo el mundo. Habló, entre otras cosas, de su nueva novela, Budapest, que el 12 de mayo Salamandra publica en España. Cuenta la historia de un escritor anónimo que por pura casualidad aterriza en la capital húngara. La fascinación por una lengua tan extraña le llevará más adelante a tirarlo todo por la borda y empezar de nuevo. Construida a partir del desarrollo de distintas situaciones, Buarque confirma que se mueve con tanta soltura en la novela como en el arte de escribir canciones, género que le ha consagrado como uno de los mejores compositores de música popular brasileña de los últimos treinta años. Tiene 60 años (que no aparenta), unos ojos azules que parecen mirar más allá del mundo, una gran elegancia y un extraordinario sentido del humor. En el bar del hotel donde se desarrolla la entrevista hay un ruido infernal. Gritemos pues.
"A Lula no sólo le votó la izquierda, sino también otros sectores muy amplios de la sociedad. Debe generar confianza entre los que no le votaron, y eso es peligroso"
"En el Brasil que surgió de la dictadura, la pobreza llegaba a límites insostenibles, había mucha miseria y violencia y unas desigualdades sociales brutales"
"Se decía que los cambios que iba a introducir serían peligrosos, que afectarían a la gobernabilidad del país. Y no ocurrió tal cosa. Se esperaban conflictos sociales y no los hubo"
"Me he encerrado durante dos años con 'Budapest', y un día lo terminé y se lo di a mi editor. Estás solo, sufriendo por no saber cómo van saliendo las cosas"
"Nadie puede garantizar que un buen escritor de canciones sea un buen novelista. Yo tuve que correr el riesgo, y creo que la gente ya se ha hecho a la idea"
Pregunta. Podríamos empezar por el principio. Por su infancia, por el mundo en el que creció.
Respuesta. Nos fuimos muy pronto a Sao Paolo, aunque seguíamos veraneando en Río y allí vivía gran parte de mi familia. Soy el cuarto de siete hermanos y de mi infancia puedo decir que lo más importante fue el fútbol, en las playas de Río y en las calles de Sao Paolo. Y luego la música, las viejas canciones brasileñas que escuchaban mis padres, la radio que tenía puesta permanentemente mi nana. En 1953 nos trasladamos a vivir a Roma, donde mi padre viajó por su trabajo de diplomático y donde estuvimos dos años, y aquel tiempo también lo recuerdo lleno de música, lleno de canciones napolitanas. Vinicious de Morães, que era amigo de mi padre, estaba entonces allí y venía por casa.
P. ¿Influyó esa relación en su dedicación a la música?
R. Para toda la gente de mi generación, Chega de saudade, el tema con que se inició la bossa nova, que habían compuesto Vinicius y Jobim y cantaba João Gilberto, fue una epifanía, una gran revelación. Puedo recordar perfectamente el momento en que la escuché por primera vez a los 15 años, pero le aseguro que todos los músicos de una edad parecida a la mía podrían contarle dónde, cómo y en qué momento la descubrieron. Caetano Veloso, Gilberto Gil, Edu Lobo... Nos cambió la vida.
P. Así que una canción determinó el destino de un puñado de futuros músicos...
R. Sin duda. Caetano era entonces crítico de cine, podía haber llegado a dedicarse a la dirección y, sin embargo, terminó atrapado en las redes de la música. A mí me interesaba escribir, mi padre me apoyaba en ese camino, pero terminé también empuñando una guitarra. Considerábamos que era lo que se tenía que hacer, el poder de aquella música era tan fuerte que marcó nuestros caminos.
P. ¿Ha mantenido los lazos amistosos con Caetano, con Gilberto Gil...?
R. Entre 1966 y 1967 fuimos inseparables, vivíamos cerca, pasábamos todo el tiempo haciendo música. Luego cada cual siguió sus propios derroteros.
P. Y su padre, que lo apoyaba para que se dedicara a la escritura, ¿cómo se tomó su dedicación a la música?
R. Estuvo encantado. Era fundamentalmente un erudito, sociólogo e historiador, pero le encantaba sentarse al piano y tocar canciones y cantarlas, tenía un temperamento bohemio. Ahí en casa, su oficina era un lugar intocable. Fue mi afición a escribir lo que me franqueó las puertas de aquel mundo prohibido. Él leía lo que hacía. Hay que estudiar un poco más, me decía, tienes que leer esto y aquello.
P. ¿Conocía sus obras?
R. Las leí mucho más tarde. Empecé por Reinos de Brasil, su libro más conocido, pero a él aquello le molestaba. Insistía en que tenía que leer Visión del paraíso, su preferido. Tenía razón, creo que es el mejor.
P. ¿Qué libros le recomendó leer?
R. Ninguno en especial. Ahí estaba la inmensa biblioteca, podías leer de todo. Recuerdo haber hablado mucho con mi madre de Guerra y paz, de Tolstói. Cuando empecé a escribir más en serio quería ser Guimaraes Rosa. Y cuando llegó la bossa nova quise ser João Gilberto.
P. ¿Cómo fueron aquellos años en Brasil, cuando triunfa con canciones como A banda; Olê, olá, y Madalena...?
R. Tuve mucha suerte. El Brasil de mi primera juventud fue un país que cambiaba a un ritmo de vértigo, que se modernizaba, en el que reinaba una atmósfera de contagioso optimismo. Todo era posible. A finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta, las ciudades se transformaron y surgieron grandes proyectos, como el de Brasilia. Los nuevos edificios, la nueva arquitectura, eran señales de un país que explotaba de vida. Llegó el año 1964, y la dictadura acabó con aquello.
P. ¿Fue entonces cuando volvió a viajar a Italia?
R. No exactamente. Los primeros años de la dictadura, digamos que hasta 1968 más o menos, el régimen fue bastante blando con la cultura. Simplemente miró hacia otra parte. Estaba demasiado ocupado destruyendo a los partidos políticos, a los sindicatos y a los movimientos estudiantiles. A los artistas nos dejaron hacer. Incluso un cineasta como Glauber Rocha pudo trabajar entonces con cierta tranquilidad. Pero llegó un momento en que esas relaciones, digamos que diplomáticas con la dictadura, terminaron de manera fulminante. En diciembre de 1968 se proclamó el Acto Institucional nº 5, que fue un golpe dentro del golpe. Se estableció la censura previa, con la televisión, la prensa, las canciones. En 1969 me fui a pasar año y medio a Italia.
P. Así que cuando regresó las cosas seguían siendo feas.
R. Sí, siguieron los conflictos con la censura, con el régimen. Fueron tiempos duros: tortura, muertos, desaparecidos. Lo peor duró hasta 1975. Entonces la dictadura volvió a ablandarse, hasta que cayó definitivamente en 1985. Durante aquella época, en la que me censuraban tantas canciones, escribí mi primera novela, que no tiene ningún interés. Se llamaba Hacienda modelo. Fue una especie de alegoría de esos momentos. Tuve necesidad de escribirla, pero no fue una necesidad que viniera de dentro, me la impusieron las circunstancias. Supongo que por eso es tan mala.
P. Cuando llegó la democracia, seguramente la vitalidad que había reprimido la dictadura volvió a explotar.
R. No, Brasil ya había cambiado para entonces demasiado. La dictadura dejó al país en el túnel de una profunda crisis económica y con los conflictos sociales exacerbados. Cuando hablaba de aquella gloriosa época de finales de los cincuenta e inicios de los sesenta no pretendía dar a entender que entonces no hubiera pobreza. Pero es que en el país que surgió de la dictadura la pobreza llegaba a límites insostenibles, había mucha miseria y violencia y unas desigualdades sociales tan brutales que, realmente, resulta muy difícil cambiar eso.
P. ¿Cómo ve la situación del Brasil actual con Lula?
R. Yo lo voté y sigo teniendo confianza en él. Son muy estrechos los márgenes que tiene para cambiar las cosas y hay muchos sectores de la izquierda que están impacientes. Pero su obligación es la de gobernar para todos los brasileños, y, además, no sólo lo ha elegido la izquierda, sino también otros sectores muy amplios de la sociedad. La grave complicación que tiene es que no tiene más remedio que generar confianza en todos los que no lo votaron, y eso es peligroso. En vez de tener celos, deberíamos estar cerca de él porque, créame, los brazos de los banqueros son muy confortables...
P. Tanto que podrían terminar asfixiándolo...
R. Bueno, se ha especulado mucho con lo que iba a pasar cuando llegara Lula y, al final, no ha pasado nada. Se decía que los cambios que iba a introducir serían peligrosos, llenos de riesgos, que afectarían a la gobernabilidad del país. Y no ocurrió tal cosa. Se esperaban conflictos sociales..., y no los hubo. Se pensó que la economía sería un desastre, y no lo ha sido. Quizá lo que esté haciendo sea más de lo mismo, pero quizá no tenga tampoco muchas posibilidades para ir más lejos. Por lo menos por ahora. Creo que votaría de nuevo por él. Al menos va cumpliendo con algunas de las cosas que se esperaban de él.
P. Cambiemos de tema. ¿Qué diferencias hay entre escribir novelas y escribir canciones?
R. Con las canciones, la música llega al mismo tiempo que las palabras. No puedo imaginarme que se pueda hacer una cosa antes y otra después. Van indisolublemente juntas. En cuanto a las novelas, cuando escribo oigo música en mi cabeza. No es que ponga música, es que oigo la que el libro tiene que tener. No pongo discos, no escribo oyendo jazz o música clásica. Ahora hay música en todas partes, en los hoteles, en los aeropuertos, en las tiendas, en la calle... No me refiero a algo que ocurra fuera, es algo que viene de dentro. De todas formas, son procesos muy distintos. Nadie puede garantizar que un buen escritor de canciones sea un buen novelista. Yo tuve que correr el riesgo, y creo que a estas alturas la gente se ha ido acostumbrando a la idea de que soy también un novelista.
P. ¿Qué cosas en común tienen sus libros?
R. Hace unos quince años apareció Estorbo, la primera novela que pude escribir con mi propio estilo literario, en la que encontré una voz que fuera de verdad la mía. Todo el largo proceso de pruebas y de intentos y de búsquedas terminó ahí, podía ya escribir con libertad. Creo que esa voz no ha cambiado a pesar de las diferencias que pueda haber entre un libro y otro.
P. ¿Puede decir que lo consiguió, que se transformó en Guimaraes Rosa?
R. Todo lo que leí en mi juventud me ha marcado profundamente, pero no hay huellas visibles de Guimaraes Rosa en mis novelas. Para conquistar tu literatura tienes que tomar mucha distancia de tus grandes pasiones como lector, pero debo reconocer que sin Guimaraes Rosa no sería escritor. Fue lo más fuerte que me pasó en mi etapa de formación, pero ahora ya no se ve.
P. El protagonista de Budapest es un escritor anónimo que nada quiere saber de la fama y el reconocimiento, ¿cuánto hay de usted en el personaje?
R. Cuando empecé el libro el personaje central era un arquitecto, pero aquello no marchaba. Empecé de nuevo y apareció este escritor anónimo. Me he sentido muy próximo a él. El oficio de escribir es muy solitario. Eso se dice, lo sabemos, pero en mi caso estoy totalmente solo. Antes, cada tanto tiempo le leía algún capítulo a mi mujer. Ahora, en cambio, no hay ya nadie. Me he encerrado durante dos años con Budapest, y un día lo terminé y se lo di a mi editor, que nada sabía del libro. Estás solo, sufriendo por no saber cómo van saliendo las cosas... Pero también tienes momentos de vanidad. Paras, sales a tomar una copa con los amigos y los miras pensando que ellos ignoran que tienen delante a un tipo al que le ha salido una página impecable. El escritor tiene ese sentimiento de ser en el fondo un fantasma.
P. Las historias de su personaje con las mujeres no terminan muy bien. ¿Percibe algún tipo de cambio reciente en las relaciones entre hombres y mujeres?
R. Yo viví el gran cambio de la mujer, con la llegada de la píldora, con la irrupción del feminismo. Durante los años setenta, fui acompañándolas como un compañero un tanto estupefacto. Pero ahora las transformaciones son de otra naturaleza. Muchas de las grandes ejecutivas de hoy han heredado el afán de autonomía de las feministas de entonces, y eso está muy bien. Pero, al mismo tiempo, han incorporado una voluntad férrea de ocupar el poder que las hace muy conservadoras. Extraño mucho la locura de los años sesenta, el entusiasmo. Ahora algunas crean tantas distancias con el hombre que yo no sé ya cómo tratarlas.
P. Cuenta la historia de un hombre que quiere cambiar radicalmente y que luego, de alguna manera, se extravía...
R. Es alguien que tiene una gran pasión por las palabras, y es esa pasión la que le permite mantenerse ligado al mundo. Lo que cuento es el desafío que asume para transformarse totalmente. Aprende otra lengua, se integra en otra cultura. Su exilio es radical. No tiene nada que ver con ese tipo de exilio en el que te rodeas de compatriotas y sigues pendiente de lo que ocurre en tu verdadero mundo. Este hombre aprende el húngaro para olvidar todo lo que ha sido. La obsesión por borrar cualquier acento que pueda delatarlo como extranjero es su obsesión por abandonar su identidad, por perder sus raíces completamente. No pertenece a ninguna parte, está totalmente solo.
El secreto de la elegancia
FRANCISCO BUARQUE de Holanda nació el 19 de julio de 1944 en Río. Su padre, sociólogo e historiador, había diseccionado el mundo y la historia de Brasil y era una celebridad en su país. Combinaba su inmensa erudición con una gran pasión por la música, que compartía con su mujer, por lo que no resultaba raro que uno u otra se sentaran con frecuencia al piano y canturrearan viejas canciones brasileñas. En ese ambiente creció el que más adelante, con el nombre de Chico Buarque, se convertiría en uno de los grandes compositores e intérpretes de su país.
A banda; Tatuagem; Olê, olá; Madalena; Disparada; Pedro Pedreiro; Roda viva; Construção; Eu te amo; Bye, bye Brasil; Cualquer cançao... La lista podría ser interminable. Un día de su juventud, como tantos otros de su generación, Chico Buarque quedó rendido a la bossa nova y lo abandonó todo para convertirse en músico. Luego formó parte del reducido olimpo de las estrellas, pero poco antes de dedicarse a hacer canciones se había embarcado ya en el oficio de escribir. Su padre leía con atención sus crónicas y las corregía con el entusiasmo de un cómplice. En 1963, Chico Buarque entró en la FAU (Faculdade de Arquitetura y Urbanismo de la Universidad de São Paulo). No duró mucho, y a los tres años tiró la toalla. "Pasaba más tiempo con la guitarra", ha recordado de aquellos años.
Canciones y canciones y canciones. Hasta que un día, hace unos quince años, Chico Buarque publicó Estorbo, una novela. No tenía que ser una sorpresa para quienes conocieran sus viejas inquietudes, pero le tocaba convencer al común de los mortales que un escritor de canciones podía ser también un buen novelista. "Ahora ya no sé si descanso de hacer canciones escribiendo una novela o si descanso de hacer una novela cuando me pongo a componer canciones", le contaba Chico Buarque a Paul Auster durante el acto que inauguró el PEN World Voices la pasada semana.
Ha conquistado un nuevo territorio. De eso no hay ninguna duda, y lo ha hecho de nuevo con los recursos de un hombre elegante, que no tiene prisas, que pone cuidado en cada detalle. Tras su segunda novela, Benjamím, hace unos meses apareció Budapest, que dentro de poco se traduce en España. Como ocurría con sus canciones, hay también en la literatura de Chico Buarque muchos registros distintos. En su música supo vaciar la alegría de Brasil en las canciones que recuperaban los ritmos populares de su país, y supo también ser romántico y melancólico, supo cantar al amor y a las mujeres, e incorporó también a la gente corriente de los barrios de su ciudad para que formaran parte del paisaje de algunos de sus temas. La finura estilística, una gran capacidad para contar historias y para crear atmósferas y la habilidad para meterse en el alma de sus criaturas y para trazar muy bien las situaciones en que los coloca definen algunos rasgos de su desafío como escritor. La suya es una literatura sin estridencias. Como su música.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.