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DÍA DEL LIBRO
Columna
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La ciencia, presente en las aventuras del hidalgo

ADEMÁS DE LA ASTRONOMÍA (o astrología, como allí se cita), en el Quijote aparecen otros campos científicos. Por un lado, son parte del currículo del caballero andante. Su vertiente práctica viene dada por la tendencia del protagonista a desfacer entuertos y ejercer de héroe solitario. Por ejemplo, ha de saber de medicina (herboristería): "Para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen virtud de sanar las heridas, que no ha de andar el caballero andante a cada triquete buscando quien se las cure".

Una obra donde lo fantástico y lo cotidiano se entremezclan ha de contener aspectos que requieren la descripción de conocimientos científicos prácticos para desarrollar la historia. No hay disquisiciones filosóficas sobre la ciencia, sino situaciones donde la ciencia se aplica. Cervantes (1547-1616) da una visión utilitarista de la ciencia que aparece en su archifamosa obra. Una imagen sesgada y alejada de la ciencia moderna: ese conocimiento estructurado que estaba naciendo por aquel entonces en Europa, de la mano de Galileo, Kepler y otros, y que en España, con el retraso acostumbrado, no acabaría de penetrar hasta bien avanzado el siglo XVII. La palabra matemáticas aparece cuatro veces en el Quijote.

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Cervantes, secretario de cardenal, navegante y recaudador de impuestos, debía de conocer aspectos de matemáticas aplicadas. Las sitúa al mismo nivel que la teología, que gozaba de la más alta consideración (libro I, capítulo XXV). Las demostraciones matemáticas son irrefutables (I, XXXIII) y, además, útiles para ejercer actividades y oficios, señala Luis Balbuena, que ha realizado un exhaustivo trabajo de recopilación de las citas del Quijote relacionadas con esta disciplina.

Unidades de medida como fanega, arroba, celemín, paso, pie, codo, millas, leguas, etcétera y de monedas como ducados, escudos, maravedíes, reales..., aunque él, como buen caballero, ande siempre "sin blanca" -la blanca era la moneda de menor valor-, desfilan por las páginas de la obra y contrastan con nuestros actuales sistemas de medida (el sistema métrico decimal) o el uso de una moneda única (el euro). La cantidad mayor que aparece en el Quijote es mil millones, una cifra desmedida para los estándares de la época. Con ella describe, cómo no, los encantos de Dulcinea: los "mil millones de gracias de su alma" (I, XXXI).

En otros pasajes se hace mención de una cifra elevada, como el millón, para adjetivar una tarea. Como cuando para emular a otro campeón de la caballería andante, Amadís de Gaula, Don Quijote reza un millón de avemarías (I, XXVI). A un ritmo de una cada 15 segundos, y sin parar de rezar, nuestro piadoso hidalgo emplearía... ¡173 días y 14 horas!

Hay, en cambio, una acertada alusión a la geometría, a las leyes de escala, en concreto. Un aspecto que Jonathan Swift, en las aventuras de otro viajero impenitente, Gulliver, trataría ampliamente 100 años después. Explica Don Quijote a propósito de la existencia de gigantes: "En la isla de Sicilia se han hallado canillas y espaldas tan grandes que su grandeza manifiesta que fueron gigantes sus dueños, y tan grandes como grandes torres, que la geometría saca esta verdad de duda". Se refiere a la deducción del tamaño de un ser a partir de la medida de alguna de sus partes.

Curioso resulta el empleo de la palabra algebrista (II, XV) que uno esperaría asociada al de un matemático experto en álgebra. En la obra se usa para describir al especialista en el "arte de restituir a su lugar los huesos dislocados", un médico traumatólogo, vamos.

El diálogo desempeña también un papel fundamental en el ejercicio de la actividad científica: el científico dialoga con sus pares y con la naturaleza, a la que interroga. Todas estas ideas favorables a la ciencia desentonan ante algunos recelos. Entre los conocimientos que Don Quijote dice poseer aflora cierta prevención. Como cuando descubre que el origen del terrible ruido que han oído durante la noche se debe a un batán, una máquina empleada desde antiguo para desengrasar y apelmazar la lana. Ante las burlas de Sancho, le espeta: "¿Estoy yo obligado, a dicha, siendo como soy caballero, a conocer y distinguir los sones, y saber cuáles son de batán o no?" (I, XX). No es propio de su condición de hidalgo rebajarse a saber algo de técnica. Se abría camino, como apunta el físico José Manuel Sánchez Ron, la negra tradición española de menosprecio a la ciencia y la tecnología.

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