Las tareas del sucesor
En 1978, Karol Wojtyla fue elegido Papa para encauzar la crisis posconciliar. El optimismo que había despertado el Concilio Vaticano II, quince años antes, se había trocado en insatisfacción y divisiones, con un efecto devastador en las vocaciones y en la práctica cristiana. Las imágenes del funeral mostraron el resultado de su misión. La Iglesia ha cruzado el "umbral de la esperanza". Con los viajes, la doctrina y el testimonio de Juan Pablo II, ha renovado su fe, su unidad y su alegría. El nuevo Papa tendrá que completar la renovación de las vocaciones.
En su testamento, Juan Pablo II pide a su sucesor fidelidad al Concilio. Siendo obispo joven, participó en sus trabajos, escribiendo parte de la Constitución Gaudium et spes, que trata de la Iglesia en el mundo moderno. Allí se explica que Cristo es la respuesta a los anhelos humanos. Para Juan Pablo II, es la clave de la nueva evangelización: "No tengáis miedo, abrid de par en par las puertas a Cristo... sólo él sabe lo que hay dentro del hombre". Sólo en Cristo comprendemos las verdaderas dimensiones de la condición humana: su origen, destino y dignidad, el sentido de su libertad y felicidad, de la vida, del dolor y de la muerte. Hay allí un proyecto de humanidad. El sistema comunista abrió sus puertas. Al nuevo Papa le tocará llamar a las del sistema liberal: abrirse paso en la conciencia y el corazón de los jóvenes burgueses que van a construir el futuro.
Cualquier Papa que salga elegido promoverá la "cultura de la vida" frente al individualismo burgués
La Iglesia quiere formar familias estables y promover instituciones educativas y asistenciales
En los países ricos, el mayor punto de fricción con el liberalismo radical es la moral sexual. Para mayor comodidad, algunos quieren que el nuevo Papa la cambie. Pero es una cuestión de principios. La cultura liberal burguesa es individualista y pone los derechos, libertades o caprichos del individuo por encima de todo. La moral de la Iglesia, en cambio, es personalista, y pone los derechos de la vida, del matrimonio y de la familia por encima de las libertades y caprichos sexuales del individuo. Cualquier Papa que salga elegido promoverá la "cultura de la vida" frente al individualismo burgués, que provoca una "cultura de muerte" (divorcio, disolución de familias, contracepción, aborto, soledad). Costará mucho convertir al mundo burgués y pasar de sus parámetros de egoísmo a la generosidad de la caridad cristiana. Pero hay que pedírselo, empezando por los jóvenes.
En África, América Latina y Asia, la Iglesia está en plena expansión institucional, con muchas vocaciones. El problema es formarlas bien. La crisis de la teología de la liberación está encauzada porque los análisis y métodos revolucionarios marxistas, además de ser incompatibles con la caridad cristiana, han resultado ineficaces y opresivos. Lo que no se ha solucionado es una pobreza que parte el alma a cualquiera que conozca las barriadas de las grandes urbes. El mundo comunista quería solucionarlo montando revoluciones. El mundo burgués, repartiendo anticonceptivos. La Iglesia quiere formar familias estables y promover, como siempre ha hecho, instituciones educativas y asistenciales. Necesita instituciones apropiadas y un ejército de voluntarios.
Las imágenes del funeral de Juan Pablo II mostraron el espectacular avance del diálogo ecuménico e interreligioso. La presencia del Patriarca de Constantinopla fue un signo, aunque también lo fue la ausencia del Patriarca de Moscú. Esa puerta no se abrió. Aparte hay que destacar la impresionante acogida que Juan Pablo II ha encontrado en los medios protestantes de los Estados Unidos, que, hasta hace poco, consideraban al Papa romano como el anticristo. Algo semejante se podría decir del judaísmo practicante. El nuevo Papa tendrá que responder a estas prometedoras expectativas.
La notable presencia de líderes políticos y religiosos musulmanes fue otra novedad. El islamismo siente aversión por el laicismo burgués y sus costumbres, que considera degeneradas y un signo de la decadencia occidental. El fundamentalismo musulmán ha declarado formalmente la guerra a esa civilización y crece en todo el mundo con la esperanza de destruirla. El cristianismo coincide con el Islam en adorar a un Dios único y creador, y en el aprecio por la familia, aunque es muy distinta la valoración de la mujer. Subrayando estas coincidencias y defendiendo los justos derechos de los pueblos musulmanes, Juan Pablo II se ganó su aprecio. Probablemente, el nuevo Pontífice (literalmente, "hacedor de puentes") deberá mediar entre el Occidente laicista y el Islam emergente.
Entre las demás confesiones religiosas, la Iglesia tiene que encontrar su posición ante el hinduismo y el budismo. Es vital para la evangelización en Asia, que es la tarea misional del tercer milenio. El cristianismo debe inculturarse en la India (y en China) sin disolverse en el sincretismo a que están acostumbrados. Debe presentar la figura de Cristo sin convertirla en un símbolo literario. Los principios han sido renovados durante el Pontificado de Juan Pablo II, pero su desarrollo queda para sus sucesores.
El crecimiento de las vocaciones y su formación intelectual y religiosa, la conversión moral del liberalismo burgués, el desarrollo institucional de la Iglesia en el Tercer Mundo, el diálogo con la ortodoxia rusa y el protestantismo americano, las relaciones con el judaísmo, el puente con el Islam, la inculturación entre las religiones orientales: son las tareas del nuevo Papa. Mayores que los trabajos de Hércules. Pero, como hemos comprobado, no se necesita un titán de la gestión, sino un hombre que ame a Dios y al prójimo. Y que se le note. Si además es simpático, sabe idiomas y tiene desenvoltura en público, mejor.
Juan Luis Lorda es profesor de Teología de la Universidad de Navarra y autor, entre otros libros, de Antropología cristiana: del Concilio Vaticano II a Juan Pablo II (Palabra, Madrid).
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