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EL FIN DE UN PAPADO | Reacciones en el mundo

Los católicos cambian de bando en EE UU

La mayoría votaba demócrata, pero el mensaje de Juan Pablo II contra el aborto les ha llevado al campo republicano

En un respetable sondeo de opinión realizado en 1960, siete de cada 10 católicos de EE UU declaraban su afiliación ideológica con el Partido Demócrata. Esa inclinación se mantuvo inamovible a lo largo de las tres décadas siguientes, pero después cambió repentinamente hacia el sentido contrario.

El mensaje de Juan Pablo II, que convirtió la oposición al aborto en una obstinación, encontró un lugar común con la doctrina conservadora del Partido Republicano y permitió que en las últimas elecciones, por primera vez en la historia política de este país, el candidato de este partido recibiera más votos de electores católicos que el candidato demócrata, John Kerry, que profesa, para mayor enjundia, esa misma religión. Según la última encuesta, sólo cuatro de cada 10 católicos se declaran demócratas.

El catolicismo de Kerry era para él un problema más que una religión
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El desglose sociológico de los resultados en las últimas elecciones presidenciales en EE UU permite deducir que entre los logros del último Papa figura el de haber sido capaz de derechizar a los católicos de este país. La Iglesia católica estadounidense, la misma que presionó a Franklin D. Roosevelt para forzar la creación de la Seguridad Social, la misma que históricamente había estado vinculada a causas progresistas como la defensa de la pobreza o la lucha por los derechos civiles, ha girado la conciencia de sus feligreses hacia la "cultura de la vida", la expresión favorita de Juan Pablo II que el presidente Bush hizo inmediatamente suya.

En EE UU hay 67 millones de católicos (y 11 millones más en Canadá) repartidos de manera relativamente uniforme por todo el país. Sus bastiones son Boston, Los Ángeles, Nueva York (donde es arzobispo Eduard Michael Egan, en la fotografía) y Chicago, y gozan de una amplia representación en Estados de gran presencia hispana, como Florida, California o Arizona. Pero siendo como son la denominación religiosa con más feligreses en este país, su porcentaje de representación ha sido siempre un suculento botín electoral que los demócratas, como han hecho ya con otros colectivos, han dejado escapar. El 27% de los ciudadanos con derecho a voto son católicos, y cuentan además con una gran representación en los Estados que acabaron siendo claves para la victoria, como Ohio y Pensilvania.

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En los sermones de las iglesias católicas la oposición al aborto, a la eutanasia o a los matrimonios entre homosexuales se ha convertido en el eje de un mensaje con el que los demócratas tienen ya poco en común. Al Gore sudó para conseguir un 50% de los votos católicos frente a un 47% para Bush. Cuatro años después, Bush se hizo con un 51% de los votos de ese colectivo frente a un triste 46% de su contrincante, John Kerry, que aspiraba a ser el segundo presidente católico de este país después de John F. Kennedy.

De hecho, el catolicismo de Kerry era más para él un problema que una religión. Meses antes de las elecciones, varios sacerdotes se negaron a darle la comunión dominical por defender el derecho de la mujer a abortar; desde los púlpitos, cientos de sacerdotes pidieron de manera más o menos abierta el voto para Bush. De hecho, si el sondeo se reduce a los votantes católicos que acuden a misa cada semana, Bush se llevó el 64% de sus votos.

Este presidente, que profesa la religión metodista, supo entender el valor del voto católico desde su primer año en la Casa Blanca. Se rodeó de varios consejeros católicos con la misma habilidad con la que apareció de improviso en un funeral de Washington inmediatamente después de la muerte del Papa.

Según otros sondeos (especialmente los del Pew Research Center), los católicos de EE UU se sintieron mayoritariamente defraudados por la falta de severidad del Vaticano ante los casos de abusos sexuales a menores.

Hay 4.300 sacerdotes católicos en EE UU bajo la sospecha de haber abusado de más de 10.000 niños desde la década de los cincuenta. Juan Pablo II no sólo ignoró el escándalo y permitió el encubrimiento sino que ascendió al ex obispo de Boston, Bernard Law, acusado de haber protegido a sacerdotes pederastas. Law será uno de los 11 cardenales estadounidenses que votarán en el cónclave.

Cardenal Eduard Michael Egan.
Cardenal Eduard Michael Egan.

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