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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Encuentro en París

Vladímir Putin se encontró ayer entre amigos en París con ocasión de la reunión a cuatro auspiciada por Chirac con los primeros ministros de Alemania y España. El encuentro era de alguna manera una recreación del frente contra la guerra de Irak formado en 2003, al que después se sumó Rodríguez Zapatero. Pero esta vez la cita tenía propósitos diferentes. Uno de ellos, intentar persuadir amigablemente al líder ruso para un cambio de rumbo que acerque su país a posiciones democráticas. Otro, preparar la cumbre Unión Europea-Rusia del 10 de mayo en Moscú, a la que varios Gobiernos europeos pretenden llegar con los papeles listos para firmar una serie de acuerdos en diferentes ámbitos.

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Esta diplomacia europea de trazo suave y mano tendida, la misma que la UE está practicando respecto a las ambiciones nucleares de Irán, en la que Zapatero difumina el eje franco-alemán, contrasta, para alivio del dirigente ruso, con las crudas advertencias recientemente formuladas por Bush en su cara a cara de Eslovenia, o con las cerradas críticas de la OSCE a propósito de su papel en países vecinos, se trate de Georgia, Ucrania, Estonia o Lituania.

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En París se ha urgido la retirada siria de Líbano, pero no hay referencias sobre Chechenia. Si bien Chirac, Schröder e incluso Zapatero reclaman, por diferentes motivos, una relación cordial con Putin, la realidad es que la Unión Europea tiene por definir, casi un año después de su ampliación a 25 miembros, una política coherente respecto al vecino gigante. Misión tanto más difícil cuanto que existe una profunda división entre viejos y nuevos socios sobre la aproximación que debe prevalecer, discrepancias que el Kremlin explota en su provecho. Mientras Putin, como hizo ayer, corteja a sus socios tradicionales, los antiguos países comunistas ahora en la UE, además de los nórdicos, exigen más energía ante el alarmante deterioro de la democracia, los derechos básicos, el imperio de la ley y las relaciones con los vecinos que caracterizan a la Rusia de Putin.

Un elemento decisivo de estos paños calientes es el hecho de que las naciones con mayor peso en la UE, se trate de Alemania, Francia, Reino Unido o Italia, o son dependientes del gas ruso o tienen grandes intereses comerciales en Rusia. A lo largo de los años, Putin ha asegurado que su meta es la democratización de su país, pero la realidad le desmiente frontalmente.

Parece evidente que Europa necesita establecer con una sola voz una sólida relación de confianza con una Rusia reformada y estable. Pero sobre el dirigente ruso sigue pesando la carga de la prueba. En un espacio de derechos y libertades como el que la UE proclama desde su fundación, casa mal que el gas y las inversiones sean los elementos determinantes del diseño y formulación de una parcela clave de su política exterior.

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