Insulto al Senado
Cuando, para nuestra vergüenza, un senador se expresa de la forma en que lo ha hecho en relación al señor Peces Barba, no solamente se pone en evidencia el insultante, sino que abochorna a la propia institución a la que pertenece. Ya sé, lo sabe todo español que no quiera taponarse los oídos: hay personas en nuestra vida política que tienen como único código de conducta la ofensa, el vilipendio; y que, en realidad y a pesar de lo que con boca pequeña aseveran, no se dedican al servicio de la "cosa pública", sino, más bien, a hacer de sus propios y bastardos intereses "cosa pública". En este sentido hay que tener algo claro: esos individuos a los que me refiero nunca soportarán el haber perdido las elecciones; ello, por cierto, asegura que si algún día el pueblo español, legítimamente, vuelve a perder la cabeza, esos sujetos volverán a cometer los mismos errores: guerras, nepotismo y mentiras, sobre todo y por encima de todo.
Pero incluso hasta en la iniquidad hay límites, y el día 9 en el Senado se sobrepasaron varios; primero por el senador insultan-te, y después por todos los miembros de su partido político, líder incluido, que no han tenido la dignidad de reprender a su compañero de filas. Todo vale. Para los miembros del PP hasta la ignominia sirve.
No cabe duda de que al señor Peces Barba se le puede criticar -aunque, entiendo, no por su actitud en relación a las víctimas del terrorismo-, y yo lo he hecho -él lo sabe- en muchas ocasiones. Pero lo que no es ni siquiera decente es que a un hombre de su inequívoca trayectoria democrática -historial que no pueden presentar muchos, entre otros el que ha eructado contra él- se le llame "protector de los verdugos terroristas".
La libertad de expresión, ni siquiera en las Cámaras, no está para injuriar, sino para contribuir al mejor funcionamiento del régimen democrático; y ese senador lo único que ha conseguido es atacar la democracia y ponerse él mismo en evidencia. Ofender al señor Peces Barba él no lo podrá lograr, para conseguirlo tendría que estar a su altura moral, y para ello le faltan muchas cuartas.
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