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Columna
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Dejen de volvernos locos

Javier Marías

Es un ruego a la FIFA, a la UEFA, a la FEF, a la FOFA o a quien corresponda, en nombre de millones de aficionados al fútbol. Pero mi caso, como todos los de demencia transitoria, tiene un preámbulo. Hará un mes o más, recibí una disparatada carta de Digital +, del que soy abonado, conminándome, como "local público" que soy, según ellos, a regularizar mi situación timadora, y me amenazaban con impedirme comprar más partidos en taquilla si no lo hacía, y "cortarme la señal". Por fax les comuniqué que yo era un particular, que a mi casa no venían clientes y que no se trataba de un establecimiento hotelero, ni de copas, comidas, ni tan siquiera pinchos. No hubo respuesta por su parte, pero supuse que habrían enmendado su error.

Llegó el sábado 19 de febrero y me dispuse a comprar en taquilla el muy atractivo Real Madrid-Athlétic de Bilbao, que se jugaba esa tarde, todo un clásico. Pero cada vez que lo intenté, en mi pantalla apareció: "Tarjeta no autorizada". Entonces me acordé de aquella ofensiva carta y empecé a llamar a los varios teléfonos que se me indicaban "para más información". Bien, ya saben de la detestable y despreciativa costumbre de los organismos y empresas, que lo obligan a uno a hablar largo rato con voces mecánicas y casi nunca con personas reales. Así que: Si quiere esto, marque 1. Ó 2. Marque almohadilla. Ahora asterisco. Ahora pistón. Diga su número de identificación. Catorce cifras, el tal número. Resultado final: Usted no puede comprar aquí, llame al número tal, en el que será atendido (exactamente el mismo al que ya llamaba, un callejón sin salida). Una vez y otra, vuelta a empezar, círculo vicioso, cerrado, con alguna variante: Los sábados aquí no hay ni dios (justo uno de los días en que se celebran partidos de Liga y la gente los compra, bastante caros, además). Notaba cómo iba convirtiéndome en una hidra, o en Mr Hyde. Aunque sepa que Canal + y Digital + no son del todo lo mismo, llamé a los teléfonos del primero, a ver si había allí algún desdichado. Marque 1. Ó 3. Almohadilla. Estafeta. Haga la prueba del algodón. No podemos atenderle. Déjenos en paz, que es sábado. Comunicación cortada. Vuelta a empezar. Musiquilla asquerosa. Le pasamos con un agente. Comunicación cortada, y así más de una hora de reloj. Por fin, a la vigesimoséptima tentativa, en el teléfono de "locales públicos", salió alguien real a quien pude exponer mi caso y señalar el error. Número de tarjeta. Número de NIF. Cuándo recibió esa carta. Le llegó por correo o por mensajero. Qué tipo de local posee. Repetí cinco veces lo del fax de un mes atrás. La voz femenina se apiadó de mí y accedió a activarme la tarjeta de nuevo, hasta que venga a mi domicilio un técnico para comprobar que aquí no se sirven tapas ni menús del día ni se cobra la entrada a nadie. La visita me supondrá otra pérdida de tiempo, pero al menos podría ver al Madrid y al Athlétic.

Llegó la hora, y a los quince minutos el Bilbao metió un gol de los llamados "fantasma": balón al larguero, bota dentro de la portería, sale despedido hacia fuera. Uno lo ve. Todos lo vemos. Menos el árbitro y sus ayudantes. Y no digamos en las instantáneas -insisto, instantáneas- repeticiones de la televisión. Clarísimo, gol golazo. Bien, en contra de lo que propalan quienes odian o envidian enfermizamente al Madrid, los madridistas verdaderos (no esos anormales que lanzan gritos racistas) tenemos un muy desarrollado sentido de la justicia, y nada nos molesta tanto como recibir beneficio de los errores arbitrales. En ese momento supe que se me había arruinado el partido. Ya sólo podría disfrutarlo si la injusticia se igualaba pronto y al Madrid, por ejemplo, se le anulaba un gol legal. Así que me puse a desear que eso ocurriera, para que todo regresara a su ser. Pero, según iba pasando el tiempo sin que eso ocurriera, mi siguiente deseo fue que mi equipo no marcara, porque entonces la injusticia se habría agrandado, y que sí lo hiciera el Athlétic, a ser posible en fuera de juego no señalado o de penalty inexistente.

Lo hizo. Uno y dos goles, ambos legalísimos. El Madrid se quedó en blanco y respiré aliviado. Pero para un merengue desde la infancia como yo … La experiencia me dejó trastornado. ¿Qué cuesta, qué mentes imbéciles e incendiarias impiden aún que los árbitros consulten instantáneamente las imágenes repetidas que millones de aficionados tenemos a nuestra disposición, cuando hay dudas graves como la de ese gol? ¿No quieren la UEFA y la FIFA desterrar la violencia de los estadios? ¿Por qué no colaboran, entonces, reduciendo al mínimo las decisiones equivocadas, que son lo que solivianta a los públicos o los pone fuera de sí? ¿Y por qué obligan a los madridistas verdaderos a sufrir ataques de esquizofrenia como el que padecí el 19 de febrero? No sé si se dan cuenta, pero entre el preámbulo y los hechos ese día me pasé varias horas creyéndome un tabernero estafador de Bilbao. Y la verdad, todo ello me pilla demasiado lejos para que no se haya resentido mi salud mental.

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