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DESAPARECE EL AUTOR DE 'TRES TRISTES TIGRES'
Columna
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Honor y lujo

Ángel S. Harguindey

Recordar a Guillermo es gozosa e inevitablemente recordar a Miriamgómez, y recordar a los dos, incluso en momentos tan duros como éstos, es dejarse arrastrar por un torrente de historias, anécdotas, nombres propios y situaciones extraordinarias, una fantástica borrachera de sucesos que recorren las luces y sombras de más de medio siglo XX y todas y cada una de las virtudes y mezquindades del ser humano.

Una tarde con los dos en su cálido piso de la calle Gloucester, en Londres, permitía, por ejemplo, escuchar historias de Fredy o Lezama Lima; de Bola de Nieve ("¿Maricón yo?: yo lo que soy es una señora", contestaba indignado el pianista a un grosero norteamericano); de atracadores fugitivos ante la enérgica actitud de la actriz enarbolando la pata de una silla de Óscar Tusquets; de Cole Porter o de inoportunas eyaculaciones de Offenbach, su gato maravilloso, sobre la impecable chaqueta de un catedrático de Literatura; de Mae West o Ava Gardner, a la que a Guillermo, de puro nerviosismo, no se le ocurrió preguntarle otra cosa que quién era su cirujano plástico, momento en que la condesa descalza se marchó furiosa de la reunión privada ante la sorpresa y momentánea incomprensión de la anfitriona; de Cachao o la Lupe, de Néstor Almendros y John Cassavetes, de los mejores puros habanos, de Paquito D'Rivera y Virgilio Piñera, de viajes organizados por Franco Maria Ricci a Venecia o cuentos de hampones de La Habana de los años cincuenta, de la noche en la que una rebanada de pa amb tomaca se incrustó en la encía de Borges y hubo que llevarle a urgencias con la tostada en la boca; de diálogos de acero y fuego entre secundarios de serie B que la asombrosa memoria de G. Caín repetía al pie de la letra...

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Claro que no todo era glamour. También había lugar para el recordatorio de vilezas, de editores heridos en su vanidad capaces de retirar del mercado durante años sus Tres tristes tigres, de reventadores de conferencias, de profesionales de congresos y simposios sobre el boom de la narrativa latinoamericana que vetaban cualquier posibilidad de su presencia, de comulgantes con piedras de molino revolucionarias, de electro-shocks, insultos y estrecheces económicas, de unas gentes y un tiempo en el que la certeza se imponía a la duda para mayor gloria del confortable maniqueísmo.

Pero llegados a este momento de la tertulia, y antes de que lo despreciable pudiera ni siquiera inquietar a lo admirable, cualquiera de los dos mencionaba la mesa reservada en la cercana The Bombay Brasserie ("es uno de los restaurantes favoritos de Fernando Savater", explicaban para eliminar cualquier suspicacia sobre la calidad de su cocina), donde lo fascinante volvía a adueñarse de la charla hasta el punto de considerar cotidiano el que la vecina de mesa fuera Uma Thurman. En resumen: recordar a Guillermo y a Miriamgómez es un honor y un lujo.

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