Bagdad vive una fractura entre los que apoyan y los que boicotean las elecciones del domingo
Las calles de la capital iraquí aparecen vacías y tomadas por las fuerzas de seguridad
Irak sufre la fractura entre los que boicotean las elecciones y los que las apoyan. Los atentados de los grupos insurgentes, que ayer se cobraron la vida de al menos 30 personas, han vaciado las calles de Bagdad y de las principales ciudades, antes incluso de que hoy se ad elante el toque de queda.
A las cinco, muchos hombres hacían cola ante las panaderías para abastecerse antes de que cerraran. Algunos comercios ya habían echado las rejas y en la calle apenas se veían mujeres. "No sabemos qué va a pasar", confía Abbás evitando aclarar si piensa votar el domingo.
"Es el primer paso", trata de convencerse Mahmud H., profesor de Bioquímica en la Universidad de Al Mustansiriya. Tras años de aislamiento intelectual, Mahmud regresó de un congreso de su especialidad en Europa y, aunque fue recibido por soldados americanos, no era lo que esperaba, teme que su partida fuera aún peor. "Si se van, estallará una guerra civil", asegura, mientras arrastra penosamente una enorme maleta de plástico. Las bolsas de sus ojos testimonian un cansancio de años.
Eso es lo que parecen temer los iraquíes ante la fractura que han abierto las elecciones del próximo domingo entre quienes las apoyan (mayoritariamente árabes chiíes y kurdos) y quienes se oponen a ellas (principalmente árabes suníes). "Tengo la impresión de que la comunidad suní es rehén de los extremistas, alentados en buena medida desde fuera del país por gobiernos que temen, como denunciaba Al Zarqaui en su última diatriba, que todo el poder se concentre en manos chiíes", analiza un diplomático europeo.
"Créame, no es cuestión ni de ideología ni de religión, sino de una descarnada lucha por el poder", explica el profesor convencido de que los insurgentes sólo quieren "controlar este o aquel ministerio y hacerse con los beneficios". "Nos pusimos tan contentos cuando nos libraron de Sadam...", rememora, convencido de que la situación "se les ha ido de las manos".
Ésa era la impresión que dejaba el recuento de víctimas de ayer, a pesar del incremento de las medidas de seguridad que se ha hecho patente en los últimos dos días. El atentado más sangriento se produjo en Samarra, a un centenar de kilómetros al norte de Bagdad. Dos coches bomba, al parecer conducidos por suicidas, estallaron en un breve intervalo de tiempo. El segundo causó la muerte a ocho soldados iraquíes y tres civiles que habían acudido a rescatar a los heridos en el primer ataque, perpetrado contra un edificio que iba a servir de colegio electoral el próximo domingo.
Poco antes, cuatro soldados y un civil perdieron la vida en un enfrentamiento con insurgentes que al parecer trataban de destruir otro centro de voto en esa misma ciudad. Un incidente similar dejó al menos un muerto en Ramadi, al oeste de la capital, según informaban las agencias de prensa. En Bakuba, al noroeste, un coche bomba contra la sede del Gobierno provincial mató a cinco personas incluido un oficial de policía. Al parecer, el gobernador estaba reunido con jefes tribales de la zona.
Además, un marine estadounidense resultó muerto y otros cinco, heridos, cuando los rebeldes lanzaron obuses de mortero contra su cuartel en Iskandariya, a unos cincuenta kilómetros al sur de Bagdad. Se da la circunstancia de que los marines están experimentando en esa localidad con una fórmula de apadrinamiento y guía de las fuerzas iraquíes que consiste en mezclarse con ellos en sus unidades y compartir las tareas de vigilancia. Desde que iniciaron la experiencia el pasado septiembre, los militares norteamericanos aseguran que se han reducido los ataques a los puestos de control y las comisarías, además de aumentar el número de reclutas.
Veinte kilómetros más al norte, en Mahmudiya, una bomba camuflada en la carretera y previsiblemente dirigida contra un convoy militar norteamericano mató a tres civiles e hirió a otros cinco. Tanto Mahmudiya como Iskandariya se encuentran en una zona conocida como triángulo de la muerte, por los frecuentes asesinatos que se producen en ella.
Incluso en pleno centro de Bagdad, en la calle Haifa, se oyeron varias explosiones y un intenso intercambio de disparos. Poco después, la zona estaba acordonada. En otros lugares de la capital también había calles cerradas ya al tráfico. Patrullas de policía y guardia nacional iraquíes eran visibles. Frente al hospital Yarmuk, dos agentes con las caras cubiertas de negro impedían que los conductores redujeran la velocidad. Bajo el puente de Al Qadisiya, un grupo de fuerzas especiales empezaba a desplegarse obligando a los conductores a hacer un peligroso giro. "Nos vamos a convertir en especialistas", bromeaba Abbás tratando de quitar hierro al susto que acababa de darse. Aún tenían que llegar a casa antes del toque de queda.
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