La seguridad es sólo un ideal
Numerosos habitantes de la capital iraquí no irán a las urnas ante las amenazas de los rebeldes
Cuando las tropas de Estados Unidos entraron en Bagdad y derrocaron al Gobierno de Sadam Husein, hace 21 meses, Raad al Naqib se sintió liberado. Sin embargo, el doctor Naqib, un dentista suní de 46 años que se opuso a Sadam, no va a votar el domingo, en la primera oportunidad, para esta generación de iraquíes, de participar en unas elecciones sin resultado decidido de antemano. Dice que es demasiado peligroso, porque los grupos rebeldes han advertido de que matarán a cualquiera que se acerque a los colegios electorales.
Para decirlo crudamente, Bagdad está descontrolada, fuera del dominio tanto del Gobierno provisional iraquí como del Ejército estadounidense.
Aquel luminoso día primaveral de abril de 2003 en el que los marines ayudaron a derribar la estatua de Sadam en la plaza de Firdos, Bagdad era, más que ninguna otra ciudad de Irak, el lugar que los jefes estadounidenses esperaban convertir en escaparate de las ventajas de la invasión. Sin embargo, la vida diaria aquí se ha convertido en una lotería mortal, una existencia tan llena de peligros que, el mes pasado, un alto jefe del Ejército estadounidense reconoció en una rueda de prensa que no había ningún punto de la zona asignada a sus tropas que pudiera considerarse seguro. "Desde luego que es territorio enemigo", afirmó el coronel Stephen R. Lanza, jefe de la unidad de combate de la Quinta Brigada, perteneciente a la Primera División de Caballería y responsable de vigilar una amplia zona del sur de Bagdad, habitada por 1,3 millones de personas.
Atentados suicidas
Durante la semana pasada, según las cifras de empresas de seguridad occidentales con acceso a los datos recogidos por el mando estadounidense, Bagdad sufrió siete atentados suicidas mediante coches bomba, 37 bombas en carreteras y 52 ataques rebeldes con rifles automáticos o cohetes lanzagranadas. Sólo los atentados suicidas mataron al menos a 60 personas e hirieron a 150.
Aunque el mando militar estadounidense cita sondeos que supuestamente indican que el 80% de los residentes de Bagdad está dispuesto a votar, muchas personas entrevistadas por periodistas opinan como el doctor Dr. Naqib y dicen que no acudirán. "Cada día, al salir de casa, uno no sabe lo que va a pasar: bombas, balas, secuestros", dice el doctor Naqib mientras se protege contra el frío casi helador del jardín del club deportivo privado al que ha llevado a comer a su esposa y a sus tres hijos, en la primera salida familiar desde hace meses. "Me pregunta sobre la esperanza; no hay esperanza. Normalmente, no puedo ni siquiera dejar a mis hijos que jueguen en el jardín. Para ellos, un jardín es una cosa que no ven más que a través de las ventanas".
En una oficina de Bagdad, de 20 entrevistados, sólo uno dice que va a votar; todos los demás dicen que tienen miedo a que les ataquen los rebeldes, o cuando vayan andando a los colegios electorales -se ha prohibido todo el tráfico privado en la jornada electoral- o cuando regresen a casa. Los jefes militares estadounidenses han dicho que Bagdad es una de las cuatro provincias iraquíes en las que la falta de seguridad representa una grave amenaza para la participación electoral. Las otras 3 provincias, todas con gran porcentaje de musulmanes suníes en su población, son Anbar, donde están las ciudades de Ramadi y Faluya; Salahadin, con las turbulentas ciudades de Samarra y Bakuba; y Nínive, cuya capital es Mosul.
No obstante, para la credibilidad electoral, Bagdad puede ser más importante, porque es la capital del país y porque, con su mezcla de suníes, chiíes, cristianos y otros grupos, es la ciudad más cosmopolita de Irak y por tanto, a juicio de las autoridades estadounidenses, el lugar con más posibilidades de que arraigue la normalidad cívica que representan las elecciones. Si hay un área que demuestra hasta qué punto están descontroladas ciertas zonas de Bagdad, es la calle Haifa, tres kilómetros de bulevar arbolado que llegan, a lo largo de la orilla occidental del río Tigris hasta la puerta del Asesino, la entrada norte al vasto complejo en el que están las autoridades estadounidenses e iraquíes que, en la práctica, gobiernan hoy Irak. Cualquiera que recorra esta calle -tan importante en Bagdad como la Quinta Avenida en Manhattan- corre el riesgo de caer en una emboscada de grupos insurgentes situados en los edificios pardos de viviendas y oficinas que la flanquean.
Fue en la calle Haifa donde unos rebeldes enmascarados y armados con pistolas asaltaron el mes pasado a tres funcionarios electorales iraquíes, les obligaron a salir de su vehículo, les hicieron arrodillarse en la calzada y les dispararon en la cabeza. Docenas de asaltos han hecho que el nombre de esta calle sea ya, para los habitantes de Bagdad, sinónimo de muerte inminente. Todos los intentos estadounidenses de echar a los rebeldes han fracasado, y su dominio queda patente en los grafitti que obligan a pintar una y otra vez las paredes. "¡Larga vida a la resistencia!" "¡No hay más Dios que Alá y su Profeta!" "¡Muerte a los americanos y sus lacayos iraquíes!". Las unidades militares estadounidenses viajan en convoyes fuertemente armados, con artilleros protegidos con cascos y gafas que manejan ametralladoras giratorias del calibre 50 tanto en las carreteras como en las calles comerciales del centro para responder a posibles ataques y, con frecuencia, abren fuego y causan víctimas civiles.
Además de los ataques de los rebeldes, en la ciudad han aumentado los crímenes, entre ellos los asesinatos y los secuestros para exigir rescate, y eso ha debilitado el apoyo a los estadounidenses y todo lo que representan -incluidas las elecciones- tanto como la guerra. Como cientos de agentes de la policía de Bagdad han muerto en atentados rebeldes y otros pasan gran parte de su tiempo agazapados en las comisarías, detrás de muros de hormigón armado y torres de vigilancia, las investigaciones policiales prácticamente han dejado de existir. Los depósitos de cadáveres de los hospitales están llenos de cadáveres sin identificar y de fragmentos humanos, muchos encontrados flotando en los canales o en estado de descomposición en el campo. No hay casi nadie en Bagdad que no conozca alguna historia llena de espanto sobre niños secuestrados para pedir rescate y luego asesinados, y cuyos cuerpos, muchas veces, arrojan después ante sus casas. También abundan las historias sobre familiares y amigos asesinados en riñas por propiedades, relaciones ilícitas o en venganza por asesinatos de Estado cometidos bajo el Gobierno de Sadam.
Bandas criminales
Los jefes militares estadounidenses dicen que los rebeldes y las bandas criminales trabajan juntos, que los criminales se benefician del caos que causan los rebeldes y éstos arrastran a los criminales a colaborar en sus atentados. Aquí, dice el mando estadounidense, como en tantas otras ciudades, las mezquitas suníes militantes tienen un papel fundamental dentro de la resistencia: son centros en los que los insurgentes se reúnen, hacen planes, se esconden y almacenan armas.
En una incursión realizada en noviembre en la mezquita Yassen al Yassin del sur de Bagdad, varias unidades iraquíes, en colaboración con las tropas del coronel Lanza, no encontraron nada. Sin embargo, en los maleteros de los coches que estaban aparcados fuera hallaron un amplio arsenal de morteros, granadas de fragmentación, lanzacohetes, subametralladoras, detonadores controlados por radio, chalecos antibalas robados a la policía y pasamontañas negros como los que utilizan los terroristas en los atentados. Detuvieron a varios clérigos y a sus ayudantes, y los llevaron a la cárcel de Abu Ghraib.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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