Los dominós que caen al revés
El interrogante sobre si el segundo mandato del presidente Bush iba a instalarse en la diplomacia o proseguir su carrera de democratización violenta del planeta -sobre todo, de confesión musulmana- apenas ha durado unas semanas. Las investigaciones del periodista norteamericano Seymour Hersh, según las cuales tropas especiales de Estados Unidos operan en Irán para localizar emplazamientos secretos de ambición nuclear, han recibido de parte de la Casa Blanca uno de los mentís menos convincentes desde que Nixon declaró no saber nada de Watergate. Y hay una lógica en ello, puesto que la guerra contra el terrorismo internacional, de la que ha hecho Bush bandera, podría entrar rápidamente en paro tecnológico.
La guerra de Afganistán es un conflicto menor de tipo contención, que en Washington se ha decidido ya que ha sido todo un éxito, con talibanes derrotados y terroristas dispersos, pero que difícilmente puede justificar por sí solo el gran combate contra el terror mundial. Está siempre, por supuesto, la guerra de Irak, pero es perfectamente posible que un Gobierno chií que se consolide -o, mejor, para consolidarse- tras las elecciones del domingo pida a Estados Unidos que retire las tropas en un futuro no muy lejano. ¿Y entonces, qué?; ¿se libra la guerra al terrorismo internacional por poderes? No. Bush necesita algo más tangible. Y la alternativa sólo cabe encontrarla entre las naciones que Washington ha graduado de integrantes del eje del mal o sus aledaños. Irán, Siria, Corea del Norte y, con muchísimas ganas pero casi insalvables inconvenientes, Cuba. Como primera opción está siempre el régimen de los ayatolás.
Un día u otro Estados Unidos tendrá que dar por terminada la operación iraquí, y aunque la probabilidad de que mantenga en el futuro una posición ventajosa cerca del Gobierno de Bagdad es hoy bastante discutible, no por ello habrá dejado de aprender valiosas lecciones en su costosa ambición de redibujar el mapa de Oriente Medio. La posibilidad a medio plazo de nuevas acciones militares en la zona es muy real, pero no con invasiones terrestres, con el chorreo de bajas que se produce en el país del Tigris y el Éufrates. La batalla se libraría, por el contrario, desde el aire administrando un durísimo castigo al oponente, y, a lo sumo, con tropas emplazadas en zonas fronterizas -para eso se contaría con bases en Irak y Afganistán- que intervendrían en apoyo de fuerzas autóctonas contrarias al régimen de Teherán, según el modelo de la guerra afgana.
Todo ello no significa que haya que creer en insurrección alguna, ni que el ejemplo de la Alianza del Norte, que fue el ariete contra el régimen talibán en 2001, fuera fácilmente repetible. Y errores de bulto, como la esperanza de que Irak aclamara a los derrocadores de Sadam, es probable que siguieran ocurriendo, pero la continuidad de Donald Rumsfeld como secretario de Defensa hace pensar que Bush los considera de antemano amortizados.
En los años sesenta-setenta se acuñó la teoría del dominó, según la cual era imperativo que Washington impidiera que Vietnam cayese del lado comunista, porque, como una ficha de dominó, la pérdida de Saigón -al igual que en los cincuenta se había perdido China- haría que se derrumbara el dominó siguiente, Laos, Camboya y, así, hasta sabe Dios dónde.
La realidad ulterior parece indicar, sin embargo, que daba igual de qué lado cayeran esos países, porque todos ellos de quien recelan es de China, y de quien quisieran ser íntimos es de Estados Unidos -es decir, que la geopolítica y la historia han pesado más que la ideología-, pero, como en un negativo de aquella fabulación, lo que hoy podría estar fraguándose es una teoría del dominó al revés; la de que sería preciso hacer que cayeran, en vez de sostenerlas como hace 40 años en Indochina, toda una serie de fichas de dominó, islamistas como Irán, o lo contrario como Siria, de manera que el desplome de cada una de ellas hiciese más fácil el de la siguiente. Y la primera ficha caída, se especula no sin algún optimismo que ya ha sido Irak.
La geopolítica parece, por tanto, la continuación de la guerra por sus mismos medios.
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