Irak no es El Salvador
La opción centroamericana que baraja el Pentágono choca con otra realidad en territorio iraquí
"¡Muerte al imperialismo americano!" era la consigna de los insurgentes que sorprendieron a nueve soldados estadounidenses en un hotel. Los estadounidenses no tenían nada que hacer. Se enfrentaban a 600 combatientes armados hasta los dientes. Uno de los rebeldes llamó por radio a su jefe para pedirle instrucciones. "Protéjanlos", le dijo el jefe. "Asegúrense de que no les pase nada".
Minutos después, ese mismo comandante se enteró de que el jefe local de la CIA estaba en el mismo barrio y su casa también estaba rodeada por insurgentes. Otra vez volvió a decir el jefe a sus hombres: "No le toquen un pelo".
Ocurrió en 1989; el escenario era un barrio pudiente de San Salvador, la capital de El Salvador, donde se libraba una guerra civil desde hacía casi 20 años, entre un Gobierno militar apoyado por Estados Unidos y los que ellos llamaban "terroristas comunistas", y otros, guerrilleros.
El episodio guarda cierta relación con la actualidad porque los máximos responsables de la Administración de Bush se dedican, en los últimos tiempos, a hacer comparaciones entre El Salvador y lo que ocurre hoy en Irak. En su intento de aferrarse a una perspectiva menos catastrófica sobre las elecciones en Irak, se consuelan con lo que ocurrió en El Salvador durante los años ochenta. O lo que prefieren pensar que ocurrió.
"Me refiero a que, al fin y al cabo, El Salvador celebró elecciones mientras disparaban a la gente y había una guerra civil, y todo salió bien", dijo el mes pasado el secretario estadounidense de Defensa, Donald Rumsfeld. Según The Wall Street Journal, especialmente cercano al Gobierno de Bush, el vicepresidente Dick Cheney y la antigua eminencia gris del Pentágono, Richard Perle, también se han dedicado a reavivar recuerdos de El Salvador. La idea de la gente de Bush, como han destacado artículos recientes en The Wall Street Journal y en Newsweek, es que, si la política estadounidense produjo un resultado democrático en El Salvador, lo mismo puede ocurrir en Irak.
El papel de EE UU en el Salvador fue el de apoyar con logística, armas, entrenamiento -y hasta con soldados americanos- al Ejército salvadoreño. La mayor parte del dinero que aportó se destinaba al apoyo militar, a pesar de que los escuadrones de la muerte mataron una media de mil personas al mes. La lógica de Ronald Reagan era que si "la guerra contra el comunismo" no se libraba en el Salvador, se tendría que librar en suelo norteamericano.
En ese aspecto sí existe un paralelismo con la guerra contra el terrorismo que Bush dice estar librando en Irak. Pero por lo demás, la analogía tiene muchos defectos, y la anécdota de los nueve soldados estadounidenses y el hombre de la CIA ayuda a demostrarlo. La retórica de "muerte a Estados Unidos" que utilizaban sus adversarios en El Salvador, como en otros lugares de Centroamérica durante aquella época, no era más que eso. Retórica. En Irak, "muerte a Estados Unidos" quiere decir exactamente eso. En Bagdad, si nueve soldados estadounidenses y el jefe de la oficina de la CIA se encontraran acorralados por una fuerza enemiga superior serían asesinados sin piedad.
¿Por qué no los mataron los salvadoreños? La respuesta a la pregunta indica por qué el Gobierno de Bush está seriamente desorientado si piensa que el precedente de El Salvador ofrece motivos para ser optimistas respecto a Irak.
En primer lugar, la guerrilla del Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí (FMLN) nunca sintió nada semejante al odio tan profundo e intenso hacia los estadounidenses que manifiestan sus enemigos en Irak y el mundo árabe en general. Los periodistas estadounidenses podían recorrer todo el país sin temor a que nadie les cortara la cabeza. Independientemente de la ideología, el joven guerrillero normal y corriente sentía una gran afinidad cultural con EE UU. Aparte de compartir una tradición cristiana occidental y una misma región geográfica, los jóvenes escuchaban música estadounidense y veían películas estadounidenses, y les gustaba bailar, beber y fornicar. Además, todos los guerrilleros solían tener algún familiar en EE UU que enviaba dinero a casa.
Había, asimismo, otra razón más práctica por la que los guerrilleros no mataban a sus presas acorraladas: sabían que algún día les interesaría explorar la posibilidad de negociar con EE UU y sus acólitos del Gobierno salvadoreño. Para los guerrilleros, una solución política era un objetivo deseable.
Y en cuanto al terreno de la ideología, la guerrilla era de izquierda pero su visión del futuro de El Salvador entraba -pese a los temores de Ronald Reagan, que parecen insignificantes hoy comparados con los problemas que tiene su sucesor- dentro de un concepto de la democracia tal como se entiende en Occidente.
La razón por la que las guerrillas trastocaron las elecciones a las que se refería Rumsfeld (en 1982 y 1984) no fue que estuvieran en contra de las elecciones en sí, como sucede con los enemigos en Irak. Su objeción era que les parecía, con razón o sin ella, que eran una farsa pensada para instalar a un Gobierno civil marioneta.
Pero los errores de la analogía de Rumsfeld van mucho más allá de las inmensas diferencias culturales, políticas y económicas entre el Irak de hoy y El Salvador de entonces. El principal fallo de Rumsfeld y su gente a la hora de extraer las enseñanzas más elementales de la historia se ve en que, incluso en el contexto relativamente alentador de El Salvador, tuvieron que pasar 10 años entre aquellas primeras elecciones de 1982 y el final de la guerra civil. No se alcanzó un acuerdo de paz hasta 1992. Las elecciones -calificadas en su momento de "históricas" por una Casa Blanca triunfalista- tuvieron tan poca repercusión sobre las hostilidades que, siete años más tarde, las guerrillas lanzaron la mayor ofensiva, que llegó hasta la capital de San Salvador y culminó en la embarazosa captura de los nueve soldados estadounidenses.
El comandante que ordenó su liberación, el líder guerrillero más brillante surgido de Centroamérica, se llamaba Joaquín Villalobos. Hoy, vive con su mujer y sus hijos en Oxford, donde, además de ser asesor internacional sobre resolución de conflictos, está trabajando en su doctorado. "El sentido de la idea de la gente de Bush, de que existe una semejanza entre el Irak actual y El Salvador de 1982, es que tienen que estar dispuestos a aguantar, en el mejor de los casos, 10 años más en Irak antes de que haya un resultado pacífico y democrático", dice Villalobos. "Y digo en el mejor de los casos porque, si se examinan con seriedad la diferencia entre las dos situaciones, si se tiene en cuenta que nuestra relación con EE UU era de amor con odio, mientras que sus enemigos en Irak quieren comérselos vivos, y si se piensa que Irak es un país geográficamente mucho más grande, militarmente menos manejable y políticamente mucho más complejo que El Salvador, nos encontramos en Irak con un conflicto que no va a durar 10 años, sino muchos más".
¿Qué significa, entonces, este impulso de Rumsfeld, Cheney y compañía de intentar arrancar cierta esperanza de lo que, por lo visto, la gente del Pentágono llama "la opción de El Salvador"? "En mi opinión, significa que están desesperados", dice Villalobos. "Es notable que el caos los está volviendo locos y eso en una guerra es el camino hacia los peores errores".
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