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Columna
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Ulises desatado y sordo

Uno de los relatos más conocidos de la Odisea es aquel en el que Ulises, navegando entre el Hades y la isla de Trinacaria, antes de sortear los terribles Escila y Caribdis, hubo de protegerse del hechizante canto de las sirenas. Homero cuenta que Ulises fue capaz de evitar su magia siguiendo el consejo de Circe: "Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda, previamente adelgazada, a fin de que ninguno las oiga, más si tú desearas oírlas, haz que te aten en la velera embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil, y que las sogas se liguen al mismo, y así podrás deleitarte escuchando a las sirenas. Y acaso de que supliques o mandes a los compañeros que te suelten, átente con más lazos todavía". En su travesía hacia la Ítaca soberanista, Ibarretxe ha aplicado la misma estrategia de Ulises, pero con una importante diferencia: es su tripulación la que permanece atada al mástil mientras que él circula libremente por el barco, eso sí, con sus oídos tapados por cera.

El otrora plan Ibarretxe, convertido en plan del Parlamento vasco no por la adhesión expresa sino por un sinsentido político (hubiera sido lo mismo si el plan sale adelante en ausencia por gripe de seis parlamentarios de la oposición) se encuentra en el último estadio del procedimiento instituido para afrontar las reformas estatutarias: tras su aprobación en el Parlamento vasco ha pasado a las Cortes, donde será discutido y, en caso de ser rechazado, devuelto al Parlamento, que habrá de reiniciar el trámite. Las pías ofertas de negociación expresadas por Ibarretxe resultan, a estas alturas, tan vacías como irresponsables: el plan ya no es suyo, aunque esté muy lejos de ser el plan de todos los vascos. Lo que desde el pasado viernes circula por los pasillos del Congreso de los Diputados no es ya un papel que Ibarretxe pueda negociar a su antojo. La propuesta de nuevo Estatuto llega al Congreso con mandato imperativo, de manera que ni una coma del mismo podría cambiarse fuera de la Cámara vasca.

No se entiende, por ello, la ocurrencia de crear una comisión bilateral formada por parlamentarios de Madrid y de Vitoria que aborde y discuta la propuesta de reforma estatutaria antes de la convocatoria del pleno del Congreso. El mismo Atutxa, en funciones de correo del zar, tuvo que admitir que la tal comisión bilateral no tendría otra función que la de clarificar ante los diputados (por lo que parece gentes de cabeza dura y de pertinaces anteojeras) la "correcta" interpretación de la propuesta: "Sería para conocer el contenido, llegar a la interpretación correcta y ver las expectativas que pudieran abrirse en el debate de toma en consideración, llegar con las ideas más claras". Insiste Atutxa en la vieja tesis redentora del nacionalismo compasivo: quien no está de acuerdo con el plan, si no es mal intencionado, es porque no lo ha leído, o si lo ha leído no lo ha entendido, o se ha dejado engatusar por la Brunete mediática. Hay que reconocerle el afán misionero, tan alejado de las formas de algunos de sus correligionarios, siempre prestos a expulsar al incrédulo de la comunidad de los verdaderos vascos. Pero es curioso que esta empecinada voluntad negociadora se manifieste precisamente ahora, cuando nada se puede negociar. No antes de su aprobación. Ni en el futuro, tras su paso por el Congreso: si esta Cámara rechaza razonadamente la propuesta el tripartito, amenaza con olvidarse del artículo 46 del Estatuto de Gernika, el único vigente, para aplicar el artículo 17 de un no legalizado Estatuto Político. Esto es lo que se entiende por dialogar, por negociar y por atenerse a la legalidad: hacer de la capa de todos un sayo para el uso de unos cuantos.

El caso es que el plan navega imparable hacia su particular isla Tricanaria. Al contrario que en el relato de Homero, las sirenas reclaman la atención de Ibarretxe y le advierten de los riesgos de la travesía. Hay otras rutas, le dicen, que nos permitirían evitar el riesgo de los arrecifes. Pero es inútil. No importa que las sirenas se llamen Zapatero, Otegi o el 47% del Parlamento vasco. Quienes podrían maniobrar el barco se encuentran atados al mástil y el timonel, tapados sus oídos con cera, corretea alegre por la cubierta creyendo que es un viento favorable el que impulsa sus velas, cuando en realidad es la resaca que atrae el barco hacia las rocas.

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