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Columna
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David

Juan Cruz

En la neblina de Montparnasse, Andrew Wylie, el agente de Susan Sontag, recibe uno por uno a los que luego han de constituir el grupo de amigos tristes que dicen adiós a la autora de El amante del volcán. Quien la conoció sabe que cada uno de esos rostros fue el de los nombres que ella hacía saltar como amuletos en su conversación, siempre tan llena de referencias cosmopolitas, o en sus artículos, tantas veces expresión de su sorpresa por los descubrimientos para los que viajó. Y en Montparnasse ayer estaban todos esos amigos emocionados, ingleses, italianos, alemanes, franceses, españoles, que constituyeron la geografía humana de su pasión por ver y por conocer; y aunque en todos se reflejaba la extrañeza rabiosa de comprobar que aquella vida que se rebeló contra el dolor ya era definitivamente pasado, había también una emoción contenida ante el estuche de muerte que al fin hallaba el término del viaje en el cementerio de los que tantos como ella amaron París.

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El cementerio de Montparnasse acoge desde ayer a Susan Sontag

Y al frente de todos esos rostros, el más devastado, el de una conmoción más herida, era el de su hijo, David Rieff; para él, Susan Sontag era "mi más querida amiga" y si hay degradaciones en la declinación de esa palabra, amistad, el rostro de David mostraba ayer en el cementerio qué lugar tenía en él y en su madre el afecto que se compartieron. Viendo un rostro así, tan íntimamente dolorido, es muy difícil imaginar qué consuelo aguarda a quienes se muestran tan devastadoramente solos.

La música de Debussy, los poemas de Arthur Rimbaud, los versos de Charles Baudelaire, los textos de su propia madre, la reflexión de Barthes sobre las fotos y la memoria, la propia neblina de París, los recuerdos que uno a uno fueron dejando en su oído los amigos que fueron comunes habrán ahondado en David "la virtud melancólica" de la que hablaba Virginia Woolf para entender los dolores de la vida. En esa atmósfera de tanto contraste entre la pasión de vivir de Susan Sontag y el hecho de esta despedida, su hijo era la metáfora del dolor más inesperado.

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