Bajo el techo de hielo
"Bucear en este mundo cubierto por un techo de hielo es como flotar en el espacio". Así define Norbert Wu, uno de los mejores fotógrafos de naturaleza, su experiencia en las profundidades de la Antártida. Estas espectaculares imágenes son la mejor muestra de un lugar único. Comienza la aventura.
Estoy nadando a través de una sala de hielo azul. Cristales de hielo cubren el suelo. Al moverme sobre ellos, algunos se desprenden y flotan lentamente hasta el techo. La luz llena la habitación, colándose por un agujero en el techo de cristal. En el fondo reposan cientos de estrellas de mar rojas y naranjas, que parecen pétalos rojos sobre lámparas de cristal hechas añicos. Una foca de Weddell, cautelosa, enorme y benigna, asciende hacia el agujero, respira varias veces y abandona la sala. Los silbidos y gorjeos de las focas llenan mis oídos. La visibilidad es fenomenal a más de 300 metros. Veo esponjas y anémonas al fondo de la acusada pendiente volcánica, a 50 metros por debajo de mí.
El frío y la claridad del agua me han agudizado los sentidos. Llevo más de una hora sumergido y mis manos han pasado del entumecimiento al dolor; aun así, esta inmersión ha sido un deleite, como la mayoría de las que he realizado aquí. Estoy buceando en la Antártida, el continente más frío, ventoso, alto, seco y remoto del mundo. La prístina belleza de este continente siempre me deja impresionado.
LA VIDA EN TORNO AL HIELO. La Antártida es tan extensa como EE UU. La mayoría de los turistas visita cada verano la península Antártica, una larga lengua del continente que llega prácticamente hasta Suramérica. La estación McMurdo -una de las tres estaciones de investigación que mantiene la National Science Foundation (NSF) estadounidense- está en el extremo opuesto del continente. En el cenit del verano austral pueden vivir en la estación McMurdo más de 1.200 personas. La alta latitud de la Antártida hace que su entorno sea mucho más duro que el de la península Antártica y las islas subantárticas, comparativamente más clementes. Sólo dos especies de pingüinos y focas se instalan en el inhóspito entorno de las altas latitudes de la Antártida. "El hielo es el principio y el final del Antártico", escribió el historiador Stephen Pyne. La Antártida -El Hielo- es la zona de tierra más fría e inhóspita de la Tierra. El hielo es la abrumadora presencia física en todo el Antártico, incluyendo el fondo del mar. Toda la vida se desarrolla en torno a él.
La fotografía submarina presenta una serie de obstáculos. Dado que están cubiertas de hielo y nieve, las aguas del Antártico son muy oscuras y requieren grandes velocidades de obturación cuando se toman fotografías. El frío hizo estragos en mis cámaras subacuáticas. En aguas normales, sumerjo mis cámaras subacuáticas en un cubo de agua fresca para comprobar si hay fugas. En el Antártico, ese hábito supuso uno de mis mayores problemas hasta que aprendí a mantener mis cámaras completamente secas.
Hay algo especial en contemplar las profundidades del mundo. Cuando comienza la temporada de buceo en el Antártico, a finales de septiembre, no ha salido el sol durante seis meses, y el agua, carente de plancton, es más clara que en cualquier otra parte del mundo. La visibilidad no sólo puede calcularse en metros, sino en campos de fútbol. Dado que la sal impide que se congele, el frío del agua es tan intenso como su claridad, y bucear en este mundo cubierto por un techo de hielo es como flotar en el espacio. Sin embargo, no es un lugar para relajarse: se puede congelar el regulador del aire si respiras muy deprisa, y no debes perder de vista el agujero en el hielo, tu única salida al mundo exterior.
CERCA DE LA ESTACIÓN MCMURDO. En los alrededores de esta estación realicé inmersiones, aproximándome a las islas o a la costa. Buceamos cerca de masas de tierra, ya que estas zonas isleñas y costeras ofrecen un fondo lo suficientemente poco profundo como para poder ver. Si nos sumergíamos más lejos de la estación, nos encontrábamos a 1.200 metros, demasiado profundo para tocar fondo, y resultaba difícil ver algo. Utilizamos vehículos oruga Spryte y motos de nieve para desplazarnos por el hielo marino hasta los lugares de inmersión. Fue relativamente sencillo salir a bucear desde los refugios, ya que se calentaban con estufas de gasóleo y disponían de hornillos de gas para calentar la sopa. Pudimos bucear hasta tres veces al día, con unos tiempos medios de inmersión de unos 40 minutos. Se nos enfriaban las manos y los pies, pero nuestros trajes de neopreno y nuestra ropa interior térmica cumplieron muy bien su cometido de mantenernos secos y calientes.
Bucear alrededor de las islas de McMurdo Sound es fantástico. Es extremadamente claro (300 metros de visibilidad a principios de temporada). El fondo ofrece una rica comunidad de peces, corales blandos y esponjas. Hasta hace poco, los científicos creían que las aguas antárticas poseían una diversidad de vida relativamente baja; ahora resulta que la biodiversidad del Antártico es más rica de lo que habían imaginado. Pero nunca te lo imaginarías desde la superficie, y fue este contraste lo que el ecologista marino M. Dale Stokes encontró más sorprendente de nuestras inmersiones: "Existe una gran comunidad activa y colorista bajo el hielo, y luego subes a través de un agujero hacia una furiosa ventisca". Los espeluznantes sonidos de las focas de Weddell nos acompañaban en la mayoría de las inmersiones. Alrededor de las islas y los icebergs, los cambios de la marea hacen que el hielo se agriete y se retuerza debido a las presiones, y crea largos pasadizos y cuevas de hielo submarinos. Las focas de Weddell dependen de estas grietas para acceder al agua. Aun cuando no podía verlas, las focas de Weddell (Leptonychotes weddellii) llenaban mis oídos de espeluznantes silbidos, trinos y gorjeos submarinos. La supervivencia de estos mamíferos -los más meridionales del mundo- depende de su capacidad para mantener respiraderos en el hielo todo el año. Para ello poseen unos fuertes colmillos que apuntan hacia delante, pero cuando se les desgastan, las focas no tardan en perecer.
ICEBERG VARADO. Empujados por el viento y por la corriente, los icebergs pueden quedar varados en aguas costeras poco profundas al estrellarse contra el fondo marino, dejando tras de sí enormes hoyas y canales. Estas hoyas resultan de interés para los científicos, que pueden determinar con qué rapidez se asientan y crecen los invertebrados en el fondo. Cuando el océano se congela en invierno, el iceberg varado queda rodeado por el hielo. Se convierte entonces en un lugar de reunión para la vida marina. Buceamos alrededor de un iceberg que se había encallado a una profundidad de 25 metros. Tenía una longitud aproximada de 60 metros, de los que 12 sobresalían a la superficie. En el interior de las grietas y hoyos se habían reunido cientos de peces hielo (Pagothenia borchgrevinki) en busca de refugio y para construir sus nidos. En un hueco en la parte superior del iceberg descubrí gran cantidad de huevos de pez a punto de salir del cascarón, con los ojos de las crías claramente visibles. Los científicos se entusiasmaron con este descubrimiento.
Alrededor del iceberg había crecido una enorme colonia de esponjas cactus. Flotaba una medusa que parecía un alienígena bailando, y la fotografié con el hielo agujereado del iceberg de fondo. Este iceberg varado era como un gigantesco cubo de hielo posado en 25 metros de agua. Parecía brillar en las oscuras aguas con su propia luz; es posible que la luz del sol se canalizara a través de él.
BARRERAS DE HIELO. Las barreras de hielo son el lugar en que el océano abierto se encuentra con el hielo marino. Es un lugar dinámico, cuya forma y clima pueden variar en un instante. Sólo podemos sumergirnos en las barreras de hielo en días excepcionalmente tranquilos. Fue aquí donde encontramos pingüinos, ballenatos y orcas. Los pingüinos emperadores son extraordinarias aves buceadoras. Pueden aguantar la respiración durante 22 minutos y sumergirse a profundidades de más de 500 metros en busca de peces y calamares. Cuando uno sale del agua, los demás le siguen. Nadan en grupos para protegerse de los depredadores. Aunque son cómicos en tierra firme, bajo el agua se transforman en aviones de combate. El grueso plumaje del pingüino emperador le aísla, creando una capa de aire cerca de la piel, pero a menudo ese aire se escapa cuando el pájaro nada.
A medida que avanza el verano, el hielo marino se desprende en témpanos del tamaño de campos de fútbol. En ocasiones se abren largos canales en el hielo, creando pasadizos para que la vida marina se adentre en el estrecho. Manadas de orcas atravesarán los canales de hielo. Se cree que las orcas los aprovechan para sumergirse bajo la barrera. El gigantesco bacalao antártico utiliza la barrera de hielo como cobijo. Cuando se abre un canal, una orca puede sumergirse para cazar grandes peces de entre 50 y 100 kilos.
Bucear en la barrera de hielo significaba ponerse el equipo al aire libre. La sensación de frío era tal que se helaba la saliva de mis gafas (antes de sumergirte debes escupir dentro de las gafas de buceo, de modo que no se empañen durante la inmersión) y resultaba imposible intentar aclararlas. Tenía que ponerme el equipo sin ver a través de las gafas y luego limpiarlas dentro del agua. Si sacaba la cabeza más de unos segundos, el agua volvía a congelarlas hasta que me sumergía de nuevo.
Buceábamos en aguas a cientos de kilómetros de profundidad en la barrera de hielo. Un día estaba filmando a los pingüinos bajo el agua y no me di cuenta de que había cambiado la corriente. Los pingüinos me dedicaban toda clase de travesuras, y resuelto a grabar todas sus actividades no me di cuenta de que me había desviado por debajo de la plataforma de hielo hasta que el agua se volvió negra a mi alrededor. Al intentar regresar me dio un calambre y se me agarrotó la pierna. Ese mismo día, ya me había dado un calambre en la pantorrilla, pero había estirado el músculo bajo el agua agarrando la punta de la aleta y tirando de ella, un truco común entre buceadores; sin embargo, esta vez también se me habían agarrotado los muslos, de modo que el truco de la aleta no ayudó y me estaba alejando más de la barrera, arrastrado bajo el hielo por la corriente. Por supuesto, la historia tiene un final feliz. Pude ascender hasta el techo de hielo y arrastrarme por él hasta la barrera.
La experiencia de la Antártida está recogida en el libro 'Bajo el hielo antártico', con fotografías de Norbert Wu. Más información en: www.norbertwu.com.
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