Una poesía entre la lengua y el habla
ALGO ES indudable: la poesía argentina no ha perdido, en el siglo XXI, nada de su vitalidad. Los que escribían siguen escribiendo y se suman constantemente nuevos cultores del verso (aunque sea en prosa), para encarnar uno de los mitos más preciados y acariciados de estas tierras: el de los poetas jóvenes. Hay que reconocer que en Argentina nadie recibe tanta atención como ellos, cuyos libros y poemas inéditos suelen ser leídos con detenimiento por los poetas más maduros que procuran desentrañar hacia dónde va la poesía en nuestro país, diagnosticar, de paso, el estado de sus signos vitales y a veces incluso "poner un poco al día" la propia escritura. Por su parte, los jóvenes (y a veces ya no tanto, dado que la categoría "joven" parece haberse ampliado hasta admitir a los de 40 bien cumplidos) se las arreglan muy bien para difundir sus obras por medio de pequeñas ediciones cooperativas, compactos antológicos colectivos y recitales y encuentros en los que últimamente suele discutirse con ardor (y poca perspectiva histórica, a mi criterio) la poesía de los noventa. "Realismo sucio", "chicas pop", "verso massmediático" son expresiones que se repiten hasta el cansancio desde la brutal crisis financiera, alternando con el reconocimiento de que los males de la globalización y el capitalismo salvaje han dado vigencia a aquel viejo axioma del feminismo que afirmaba que "lo personal es político". Así, los jóvenes "hijos de la dictadura" también escriben en sus poemas crónicas minimalistas de su novela familiar que, a veces, a pesar de la proclamada muerte de la lírica, enarbolan un yo poético que se desvive por expresar sus sentimientos, aunque sea con la mayor impasibilidad. A todo este movimiento subyace, sin embargo (y esto lo escuché yo misma en uno de los ya mencionados encuentros, y en estos mismos términos), un debate bien añejado en el país: ¿la poesía debe proceder del habla o de la lengua? Las opiniones, como ocurría con los históricos grupos de Florida y Boedo -y, si vamos al caso, con el Facundo de Sarmiento y el Martín Fierro de José Hernández-, siguen divididas. Y en Argentina, por cierto, esa división se manifiesta en una clara frontera lingüística que obliga a los poetas a tomar partido, al menos en las ciudades más grandes: el uso del voseo, cada vez más legitimado por casi todas las vertientes poéticas, desde la gauchesca urbana que derivó en el "realismo sucio" y la parodia hasta los brillos neobarrocos que subsisten rejuvenecidos en poéticas con menos trabazón sintáctica y semántica. Por otra parte, la crisis local y global tuvo sus ecos -siempre particulares- en la manera en que esa realidad matizó la producción de algunos poetas más maduros. He aquí tres ejemplos de los más importantes: Mate cocido, de Diana Bellessi (donde se recuperan eglógicamente los ideales caídos y las derrotadas pasiones del pasado argentino, inmigrante y anárquico), El carrito de Eneas, de Daniel Samoilovich (donde la historia argentina, colmada ahora de cartoneros y piqueteros ahogándose por debajo de la línea de pobreza, se entremezcla con la historia de las guerras, heroicas o sucias, del pasado clásico), y Aquel corazón descamisado, de Luis Tedesco (donde con ritmo casi de tango y polifónico, el extenso poema que da nombre al libro narra en segunda persona la visión de alguien que camina por el microcentro porteño y cavila sobre lo que ve mientras lo padece). También hay claros rastros de esa realidad en Plaza real, de la poeta Andi Nachon, nacida en 1970, y en la última parte de La voz inútil, de Guillermo Saavedra, nacido en 1961, donde con aliento entrecortado dos voces dialogan descarnada y metafísicamente sobre la desaparición y el derrumbe. La poesía escrita por mujeres, por su parte, sigue ofreciendo libros íntimos y valiosos por su vigor y autenticidad poéticos, como La dicha, de Irene Gruss, La mujer de al lado, de Liliana García Carril y muchos otros. Como contribución insoslayable a esta vital escena del quehacer poético, vale la pena nombrar tres publicaciones de importancia que no han cesado de bregar con altura, a veces con perspectivas disidentes, por la difusión de la poesía en Argentina: Diario de poesía, Tsé-tsé y Hablar de poesía.
Mirta Rosenberg (Rosario, 1951) es autora de Pasajes (1984), Madam (1988), Teoría sentimental (1994) y El arte de perder (1998). Integra el consejo de dirección de Diario de Poesía y es asesora del sello editorial Bajo la Luna.
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