La destrucción o el amor
A veces la vida te coloca contra las cuerdas de tal modo que un simple gesto en defensa propia puede prestarse a conjeturas opuestas. Me explico. Nadie, en su sano juicio, defiende la idea de que matar por amor es un hecho posible y razonable. Se asesina por celos, por orgullo malherido o por enajenación mental ante alguien a quien decimos querer pero que, en realidad, sólo es víctima y sujeto de nuestro ciego afán de posesión y de un sórdido e inseguro amor propio. Sin embargo, hay casos de muy rara naturaleza en los que, destruir por amor, puede convertirse en acción heroica y en hecho refrendado por el respaldo social. Le ha ocurrido a Ramona Maneiro, la mujer que hace ahora siete años administró al tetrapléjico Ramón Sampedro la dosis exacta de cianuro que le arrancó de la vida.
La prescripción del "delito" y la película de Alejando Amenábar han propiciado la oportuna confesión de la muchacha que compartió con el enfermo sus últimos días. Con su intervención pública se resuelve el rompecabezas de una muerte largamente buscada, pero el tema principal sigue en el aire. ¿Quién puso más amor? ¿Quién quiso más a Ramón Sampedro: aquéllos que le privaron durante décadas de la muerte que él mismo requería con desesperada insistencia; la mujer que atendió sus súplicas y acabó convirtiéndose en su espejo, en sus manos, en su articulada voluntad? La familia del tetrapléjico gallego, su hermano José y su cuñada Manuela, que cuidaron durante treinta años de Ramón, han tachado de asesina a la mujer que le colocó el vaso al alcance de su boca y que grabó en video sus últimos momentos. El asunto, gracias al cine, ha alcanzado ya trascendencia mundial. El debate sobre la eutanasia está más abierto que nunca. Lo lamentable es que un tema tan serio se haya reducido a una triste polémica entre los seres más cercanos a Ramón y en la salsa televisiva de la semana. Todo por no existir una ley que respete la voluntad de cada uno y haya que recurrir al amor ajeno para hacerlo cómplice de un deseo o de un homicidio siempre cuestionable.
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