_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Flores a Valentí Almirall

En el centenario de su muerte, he visitado la tumba de Valentí Almirall Llozer (Barcelona, 1841- 1904), el fundador del catalanismo. En el desolado recinto de panteones del cementerio de Poblenou, el nicho a ras de suelo recibe el único homenaje de un sencillo ramo de flores familiar, a la sombra de la capilla de una adinerada familia barcelonesa. No está muy lejos la que erigió en 1865 el marqués de Casa Brusi, editor del Diario de Barcelona, con signos visibles de abandono. Sólo el busto cercano de Josep Anselm Clavé, con una corona de la federación de coros que lleva su nombre, evoca el tipo de sociedad por que luchó aquel singular e inclasificable hombre libre.

Aun siendo su aportación más trascendental, la primera definición y organización del catalanismo no basta para expresar la rica personalidad de Almirall, que permaneció soltero gran parte de su vida. Fue beneficiario de dos herencias: la de su padre, comerciante de perfumes, y por vía materna las de dos tíos abuelos: el último inquisidor de Barcelona, José Llozer, y el barón del Papiol, Joaquín Cebrià. Pudo financiar una vasta actividad política y cultural, entre la que destaca la creación del primer diario en lengua catalana, el Diari Català (1879-1881), hace 125 años, y legar a Barcelona la Casa Llozer, más tarde derribada para la ampliación del Ayuntamiento.

La formulación del catalanismo como doctrina política es el resultado de su evolución durante 13 años en las filas del Partido Republicano Democrático Federal, al que se adhiere tras la revolución de septiembre de 1868, al frente del Club dels Federalistes. Se convierte en el dirigente del ala radical e intransigente, que defiende el reconocimiento de las antiguas regiones históricas frente al federalismo racionalista y abstracto de Francesc Pi Margall. Publica un diario propio, El Estado Catalán (1869-1870), que edita de nuevo en Madrid en 1873, durante la I República. Entre ambas fechas, hay dos episodios poco recordados de la vida pública de Almirall. Impulsa la creación del semanario satírico La Campana de Gràcia (1870-1934), el periódico de más larga vida en lengua catalana, como reacción del republicanismo unido tras el asalto de la villa de Gràcia, ordenado por el capitán general, en una revuelta popular contra las quintas. Como hombre de gobierno, dirige y reforma con criterios modernizadores la vieja Casa de la Caridad siendo Josep Anselm Clavé presidente de la Diputación de Barcelona. La etapa más conocida de la vida política de Almirall comienza con la celebración del primer Congrés Catalanista, en 1880, el año anterior a su ruptura con Pi Margall. Prefiere impulsar un proyecto político catalanista de inspiración federal a quedar como un sector minoritario del partido republicano federal español, que afronta con graves dificultades su reconstitución tras el fracaso de la I República.

Funda el Centre Català (1882-1894), como primera entidad del catalanismo, planteado como un movimiento plural e interclasista. Redacta el célebre documento conocido como Memorial de greuges, que es presentado en audiencia privada al rey Alfonso XII, en Madrid, el 10 de marzo de 1885, por una comisión de notables. Sus fines inmediatos son la defensa del derecho civil catalán y el proteccionismo económico. Publica su obra doctrinal Lo catalanisme (1886), pero el movimiento muestra síntomas graves de desunión, agravados al año siguiente, por la enfermedad de Almirall. A la disparidad interna de intereses y creencias se añade la hostilidad manifiesta de los partidos españoles y las dificultades surgidas del personalismo del fundador.

La figura y la obra de Valentí Almirall, que en los años ochenta del siglo XIX alcanza una notoriedad popular nunca exenta de polémica, son bien conocidas gracias a las sucesivas aportaciones de Josep Maria Figueres, de la Universidad Autónoma de Barcelona, y de Josep Pich i Mitjana, de la Universidad Pompeu Fabra (éste ha creado, además, un interesante sitio web de homenaje: www.upf.edu/bib/expo/almirall). La actualidad de su pensamiento y de sus propuestas políticas y sociales, que la investigación histórica pone de relieve, ha trascendido poco al plano político e institucional en el centenario de su muerte.

Librepensador, antimilitarista, divulgador del positivismo y del evolucionismo, melómano, crítico de la pena de muerte, partidario de mejorar la relación del hombre con la naturaleza y de los viajes como forma de conocimiento y de superación del localismo, conocedor de otras lenguas, descuidado en el vestir, defensor del avance científico y técnico, promotor de la literatura moderna y comprometida y de la traducción de los clásicos grecolatinos, partidario de una economía mercantil y no sólo productiva, militante de la Renaixença popular y del "català que ara es parla" como sus amigos Frederic Soler, Pitarra, y el editor Inocencio López, todos ellos son rasgos de una personalidad exuberante, con la aureola aventurera de una fuga por mar desde una cárcel balear hasta el norte de África. El primer líder del catalanismo se inspiraba en los modelos de constitución federal de EE UU y de Suiza, a la vez que tomaba como referencia movimientos nacionales en ascenso, como el irlandés bajo la corona británica y el húngaro bajo el imperio austriaco. A su muerte todos los partidos reclamaron para sí su legado doctrinal, en lo que Josep Pich i Mitjana considera una muestra "de la complejidad polifacética de su discurso".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Enric Prat de la Riba, fundador de la Lliga Regionalista (1901) y autor de La nacionalitat catalana (1906), desde presupuestos religiosos y conservadores alejados del republicanismo librepensador, fue en 1896 secretario de la junta directiva presidida por Valentí Almirall en el Ateneo Barcelonés y no dejó de reconocer su importancia originaria. Desde este rincón desolado del antiguo primer cementerio general de Barcelona es inevitable recordar la enfermedad, la amargura y la soledad de sus últimos años, cuando Valentí Almirall era visto por unos como demasiado catalanista y por otros como demasiado republicano. Algo de aquel desencaje parece pesar aún sobre su memoria.

Jaume Guillamet es decano de Periodismo de la Universidad Pompeu Fabra.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_