Covadlo narra la loca simbiosis de un pobre hombre y una pulga
El autor ganó con 'Criaturas de la noche' el Premio Café Gijón
Una voz interna no deja dormir a Dionisio Kauffmann. El hombre, un pobre tipo, no es ningún iluminado. Pronto descubre que quien le habla desde el interior de su oído es una pulga arcana. Kauffmann establece con el bicho un pacto mefistofélico que le llevará al éxito. Así de disparatado es el arranque de Criaturas de la noche (El Acantilado), de Lázaro Covadlo, libro galardonado con el Premio Café Gijón 2004.
El tributo que debe pagar el protagonista de la obra es alto: el parásito actúa tempranamente como un dictador intransigente, chantajista y adicto a secreciones humanas varias. El resultado: una fábula con mucho humor y sin amagos de moraleja. "En esta historia nada es verosímil, porque me gustan las cosas inverosímiles. El absurdo es el motor de la vida y de la historia", dijo ayer Covadlo (Buenos Aires, 1937) en la presentación de la que es su quinta novela.
La relación entre la pulga y Kauffmann se va haciendo con el tiempo demasiado compleja. El personaje conoce bien el fracaso y está dispuesto a ceder algo de libertad a cambio de la bonanza económica y social, pero las exigencias del insecto son cada vez más insoportables. La dichosa pulga es muy peculiar y, entre otras cosas, le gusta experimentar con el sexo sin hacer distingos. Además, el bicho es harto orgulloso y no le complace la etiqueta de "parásito". "En un momento del libro la pulga se pone a disertar con profundidad sobre el parasitismo. Defiende que la vida se nutre de vida. Todos los seres vivos somos tubos de comer y descomer. No creo ni en la bondad, ni en la maldad. Renuncio a toda intencionalidad", explicó Covadlo. "Eso sí, la pulga es una cabrona", añadió.
Si algo caracteriza a Kauffmann es su incapacidad para mantener la boca cerrada en situaciones comprometidas. De ahí las penalidades que sufre hasta ser poseído por el bicho. Por ejemplo, no tiene ningún reparo en calificar de "putita" a una mujer que acaba siendo la prometida de un posible benefactor. El improperio le provoca otro revés y renovados lamentos por su impericia para morderse la lengua en el momento oportuno.
"Chivato inteligente"
"La novela nació a partir de una ocurrencia al recordar meteduras de pata personales. Pensé lo bueno que sería que tuviéramos un chivato inteligente que nos cantara al oído lo que deberíamos hacer para escapar de situaciones complicadas".
Los conflictos no se hacen esperar. Entre otras cosas, porque el bicho es muy promiscuo y pretende que Kauffmann tenga relaciones sexuales con un periodista, Pacho O'Brien: al insecto también le gusta de vez en cuando recordar el sabor del semen. Los escrúpulos le impiden al poseso satisfacer esta encomienda, pero acepta otros requerimientos igual de arduos, como el de sacar un poco de sangre a sus amantes para apagar la sed milenaria de la pulga. La convivencia entre ambos es tan simbiótica que Kauffmann se excita más con los alaridos de placer del parásito que con el propio coito. El hombre consigue la riqueza -se convierte en uno de los miembros de La Cumbre, un club social elistista-, pero no tiene la más mínima intimidad. "Son como un matrimonio. La pulga le dice que estarán juntos hasta que la muerte les separe. La novela refleja muchas concordancias con otros libros en los que se narran pactos con el diablo", reconoció el autor. Con una diferencia, las numerosísimas chanzas de signo irreverente. "Todos los que hablan del humor lo hacen en serio, mediante tratados sesudos. Por ejemplo, Freud. Por otro lado, tampoco practico un humor chistoso. Toda la buena literatura está plagada de humor. Lo contrario me produce desconfianza. Si el protagonista acaba mal es porque todas las vidas son al final tristes". Covadlo consigue arrancar risas con detalles dispares, entre los que destaca una peculiaridad reverberante del habla de la pulga: todo lo que dice acaba en eco y es especialista en componer canciones, ya sean tangos o nanas. Por si quedaba alguna duda, el escritor aclaró: "Kafka es Dios".
Babelia
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