La revuelta del vino
Una campaña sanitaria contra el alcohol indigna al sector vinícola francés
Francia se levantó ayer con aires de revuelta. Grandes procesiones de viticultores desfilaron por las calles de Burdeos, Aviñón, Nantes, Tours, Blois, Maçon y otras capitales de las zonas de producción de vino, para denunciar "la demonización" de sus caldos. "¡Nuestros centenarios beben vino! ¿Y vosotros qué?", era uno de los eslóganes coreados, en referencia a los políticos, que promueven campañas de salud y en las que sugieren que el vino puede ser un veneno.
El anuncio que ha soliviantado a los productores de vino empieza así: se ven dos piernas desnudas, el camisón y la mano de un enfermo agarrando la percha que sostiene el suero intravenoso. Luego aparece una sala de rehabilitación en la que un hombre hace ejercicio con las manos mientras gime de dolor. Una voz en off dice: "Más de dos vasos al día para las mujeres y tres para los hombres puede tener graves consecuencias. El cuerpo lo registra todo" y termina: "Un gesto puede salvarle la vida" y se ve una mano que tapa el vaso, rechazando que se lo rellenen.
Los franceses sufren una competencia dura de los vinos españoles, con mejor relación calidad-precio
La tensión amenaza algunas carreras políticas. Concretamente, la del ministro de Sanidad, Philippe Douste-Blazy, cardiólogo de profesión, al que culpan de haber permitido esa campaña. "Ni por un momento puedo imaginarme que consumir vino pueda asimilarse a alcoholismo", protesta Jean-Michel Lemétayer, presidente del principal sindicato agrícola FNSEA.
La crisis viene de lejos. Pero unos 100.000 viticultores temen un futuro aún más negro porque la cosecha de este año ha sido muy abundante. Se ha recogido nada menos que 58,9 millones de hectolitros, prácticamente 10 millones más que el año pasado. Los viticultores estallan de cólera: primero contra el Gobierno, que coarta el consumo de alcoholes y, por tanto, de vino; y de paso contra la sociedad, porque bebe cada vez menos. Los vinateros echan la culpa a las limitaciones publicitarias, que los productores intentan cargarse.
La revuelta tiene aires de crisis porque el vino forma parte del patrimonio cultural de Francia. Pero choca con las prioridades del Gobierno de Jacques Chirac, empeñado seriamente en reducir los accidentes de tráfico y los riesgos sanitarios. Por temor a la crisis del vino, la tasa de alcoholemia ha sido mantenida en 0,5% gramos de alcohol por litro de sangre, pero ha sido rebajada para los conductores de transportes colectivos hasta el 0,2%. Hay controles abundantes, sanciones muy graves y frecuentes advertencias contra el exceso de alcohol al volante.
Las zonas vinícolas se niegan a sentirse responsables de la salud nacional. El valle del Ródano, donde la viticultura representa unos 40.000 empleos directos, entró en crisis hace un año. La denominación Côtes-du-Rhône, que alcanzó una cifra de negocio de 900 millones de euros en 2003, ve hoy cómo bajan sus ventas y sus precios. Millares de personas se sienten igualmente amenazadas en Burdeos, ya que una de cada tres botellas de esta zona no tiene mercado en el interior de Francia.
La gran paradoja es que, cuanto más se produce, menos se bebe. Champaña, Alsacia y Borgoña apenas notan la crisis, porque se las han arreglado para no aumentar la producción; los demás no pueden decir lo mismo. Tampoco la exportación sirve ya de puerta de escape. Los franceses sufren una competencia dura por parte de vinos chilenos, australianos, norteamericanos e incluso españoles, que disfrutan de una relación calidad-precio muy aceptable frente a un vino francés vendido, frecuentemente, a precios demasiado altos. El Gobierno promete hacer caso al sector, pero ¿cómo rectificar ahora las campañas sanitarias?
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