_
_
_
_
Reportaje:

El sabio de la música

Hans Werner Henze, uno de los compositores vivos más emblemáticos, estrena la próxima semana en Madrid su última obra, aclamada hasta el delirio en el Festival de Salzburgo, la ópera 'L'upupa', una fantasía llena de sonidos de pájaros.

Jesús Ruiz Mantilla

Entre los olivos que hay plantados hace más de 500 años en su jardín y que ve cada mañana al levantarse, dicen que paseaba Miguel Ángel con Vittoria Colona, una aspirante suya a amante con la que compartía una pasión por la poesía y la filosofía que le hacía desplazarse 50 kilómetros desde Roma hasta Marino. Desde esas colinas se vislumbra hoy también, enjaulada entre la contaminación, la ciudad imperial. En el jardín, cerca de mil árboles que siguen dando fruto y aceite de primera calidad para que Hans Werner Henze -probablemente el compositor vivo a quien más se alaba hoy, autor de cerca de 30 óperas, 10 sinfonías y 11 ballets, entre otras cosas, que se interpretan por todas partes del mundo- consuma a diario un auténtico jugo de vida que alimenta también su espíritu radicalmente volcado hacia las esencias de la cultura y la civilización.

Ahora lo recolectan unos trabajadores albaneses que le cuidan como a un padre espiritual y un oráculo que les ha salvado del hambre sin pedirles gran cosa a cambio. A su alrededor corretean los hijos de estos emigrantes, a quienes Henze y Fausto Moroni, su pareja desde hace más de 40 años, cuidan como si fueran suyos. Al "maestro", así le llaman en casa, se ve que le gusta contemplarlos moverse como galgos jugueteando con Dario y Aristeo, un cachorro recién llegado a su villa de La Leprara, que se cuela entre las joyas de su jardín, en el que señorean cipreses, restos de esculturas, flores frescas y un huerto donde plantan patatas, tomates y alcachofas que sirven en el almuerzo aliñados con su propio aceite o como condimento de la pasta que Fausto cocina a diario.

Observar cómo Henze manda detener el tiempo que transcurre en torno suyo y lo pone a sus pies para disfrutar mirando, tras sus gafas de sol y bajo su sombrero panameño -sin que le falte una copa de vino rosado en la mano-, esa escena aparentemente cotidiana recuerda la defensa a ultranza de la contemplación de la belleza que testimonió Thomas Mann en su Muerte en Venecia. Le gusta disfrutar de la vida, los pequeños placeres, los frutos de la tierra, su vino, su aceite, sus verduras, sus hortalizas, los animales que deambulan constantemente por la casa, perros y gatos que se apostan vigilantes de un legado en una de las siete bibliotecas de este lector voraz, compositor prolífico, del que se verá en Madrid su última ópera, L'upupa o el triunfo del amor filial, a partir del 7 de diciembre, con dirección de escena de Dieter Dorn y Paul Daniel al frente de la orquesta.

Habita en un hogar que más bien parece un museo, decorado por muchas orquídeas, con miles de partituras encuadernadas, libros, objetos entre los que abundan porcelanas de los perros que más le gustan -"los galgos ingleses, la criatura más bella del mundo", dice- o las más de 1.000 obras de arte, entre cuadros y esculturas que cuelgan de todas sus paredes. Nunca permite que le falte vino en la copa y tiene un peculiar sentido del humor que alterna con bufidos y piropos, tras los que esconde una malicia juguetona y sana que nunca le ha alejado de otras cosas como un constante compromiso con la izquierda y las revoluciones pendientes.

Es una figura de otro tiempo que disfruta viviendo en éste porque sabe atrapar los vientos eternos. Por eso quizá se ha quedado a vivir en Italia, instalado en su colina de Marino con vistas a la cúpula de San Pedro, a un paso de donde tuvo una quinta Cicerón, poblando un espacio digno del Visconti más regio en el que Henze quiere a toda costa ahorrar ese punto decadente que encerraban sus películas a base de acoger a todo el que le pide posada.

Será la figura musical viva del invierno en Madrid. Además de las representaciones de L'upupa, su última gran ópera estrenada hace dos años en Salzburgo entre aclamaciones de la crítica internacional, están programados un recital del tenor Ian Bostridge, el 10 de diciembre en el teatro Real con obras suyas de lieder, la representación de El cimarrón -los días 6, 8 y 12 de diciembre- y la presentación de su autobiografía, Canciones de viaje con quintas bohemias, que publica en español la colección Musicalia Scherzo. Además, en el mes de febrero dispone de una Carta Blanca, que el director de la Orquesta Nacional de España, Josep Pons, le ha propuesto hacer y que Henze programa enteramente a su gusto con piezas suyas que están ya en la historia de la música, como El naufragio de la medusa, en memoria del Che Guevara, o sus sinfonías más recientes, la Novena y la Décima, además de otras obras que le gustan a él y que abarcan desde el periodo barroco hasta las más recientes.

El tiempo le ha ido dando la razón.

El mundo se va haciendo más políglota, como él, que habla -además de su lengua materna, el alemán- perfectamente el italiano, el francés, el inglés y tiene sus coqueteos con el español. Este último es un idioma con el que jamás ha querido perder el contacto desde que compuso su primera ópera, basada en El retablo de las maravillas, de Cervantes, en 1948 -"un autor del que admiro su ironía, su comicidad y su capacidad para la crítica social", asegura-. Siempre se ha interesado por aspectos de la cultura hispana y latina, con homenajes a Cuba (La Habana se llama su quinta sinfonía), con obras vocales y óperas como El cimarrón o La cubana y un interés que nunca ha decaído en él por figuras como Guevara o Fidel Castro, a quien le deprimió ver caer como un árbol desenraizado hace poco en televisión. "Alguien debería sujetarle. Le admiro, y no me gustó verle en esas circunstancias", dice. Todo lo contrario de Berlusconi: "Qué puedo decir de él, lo que veo me entristece porque adoro Italia".

Decíamos que el tiempo ha jugado a su favor y va abriendo su obra variada y vastísima, que componen 29 óperas, 40 trabajos vocales, 11 ballets, 50 obras para orquesta, 20 conciertos y música de cámara para todo tipo de combinaciones instrumentales, a un público cada vez más amplio. El eclecticismo del presente, una característica que ha sido vital en su trabajo siempre, le viene bien: "Para la mayoría de los jóvenes, el eclecticismo no sólo es necesario, sino que es una escalera por la que subir para conseguir el objetivo", aconseja. Le gusta lo que se crea hoy: "En la forma se compone con buen gusto; los jóvenes, pese a la variedad de estilos, saben aunar la música y el drama y ofrecen buenas respuestas a los dilemas musicales de este tiempo".

Él va cerrando su catálogo, pero todavía compone cada mañana, entre las nueve y las doce, con una disciplina heredada de su niñez negra y violenta en Alemania. Nació en Gütersloh (Westfalia) en 1926 y vivió la misma infancia de pobreza y frustración que abrió las puertas al monstruo del nazismo, un fenómeno y un tiempo que ahora, en este momento de su vida, dice que ha regresado con la fuerza de las pesadillas. Más cuando oye contar que la herida no está curada, que sangra y que todavía ese germen de ideología violenta, destructora y despreciable seduce a algunos jóvenes. "Creo que ha regresado un cierto antisemitismo en Alemania; lo que escucho me aterroriza, existe una creciente xenofobia que va a arruinar los sueños de quienes creíamos que en ese país, después de lo que había pasado, florecería una nueva civilización que aniquilara la maldad", afirma recostado en un sillón de mimbre en su jardín.

Le cuesta recordar su infancia y juventud en un país embriagado por la jauría hitleriana porque la memoria de aquel tiempo es dolorosa para quien fue reclutado para luchar en el frente en la Segunda Guerra Mundial en un puesto de radiotelegrafista. "Miro hacia esos días con tristeza y asco, con un desprecio que nunca me ha abandonado", dice.

Las imágenes regresan a su mente siempre a traición, cuando duerme: "Vuelven en mis sueños, todos los días, ahora más que nunca. He querido apartarlos de mí porque interrumpían mi búsqueda de la perfección, pero se presentan sin que yo les espere y me dicen, con más elocuencia que en ninguna otra época de mi vida, lo que tuvo que sufrir mi generación y que nuestra libertad fue destruida", recuerda con una forma de hablar lenta, pausada, en la que se le adivina un dolor presente y entrecortado.

El mal. Algo que afronta sin armas: "Hay una defensa del mal todavía y de la gente malintencionada. Te sorprende cuando lo encuentras. Tratas de explicarte las razones que llevan a la gente a hacerlo. Para mí es difícil. La mayoría de la gente encuentra justificaciones religiosas. No es suficiente. Deberíamos ser más valientes y buscar respuestas propias para entenderlo".

Los recuerdos le devuelven escenas de su vida diaria. "Cosas de mi madre, que era hija de un minero, y de mi padre, que era maestro y miembro del Partido Nazi. Eso creó una tensión en mi familia. No se podían leer libros de judíos, no se les podía saludar por la calle, no podíamos respetar a los niños judíos en el colegio…". Toda esa injusticia cotidiana ha querido ahuyentarla Henze en cada una de sus expresiones. Incluso las que no fuesen coetáneas al nazismo; hasta sus semillas quiere borrar del camino que transita.

Y eso incluye a Richard Wagner. El hecho de que las partituras de todas sus óperas ocupen un lugar preferente del salón de su casa, junto a las de Mozart, no significa nada. Porque Hans Werner Henze la única reacción que muestra cuando escucha ese nombre, Wagner, es la del desprecio más olímpico.

-¿Quién ha dicho? -suelta llevándose las manos al oído y torciéndose el lóbulo de la oreja.

-Wagner. Que si le gusta Wagner y cómo ha influido en usted.

Henze se recuesta y busca respuestas, mientras saborea los últimos restos de su copa de vino permanente.

-No. No me gusta.

-Entonces, ¿qué hacen en el salón todas las partituras de sus óperas a la vista?

-Soy músico y tengo que estudiarlo. Pero en su música escucho una ideología que no me gusta. Detrás de sus notas se esconde esa Alemania, ese espíritu alemán que odio. Si hubiese vivido en la época nazi, él habría sido uno de ellos.

Pese a que el nazismo queda atrás, hoy resurgen viejas amenazas, como el eterno enfrentamiento entre el mundo cristiano y el islam. Precisamente L'upupa está inspirada en un cuento árabe -Los tres hijos- y trata de buscar puentes de entendimiento. Es la historia de un padre y sus tres hijos a los que pide que le encuentren una abubilla -upupa, en italiano- que ha perdido y quiere volver a ver. "Dos de ellos tienen esa característica de gran parte de la humanidad ocupada en la avaricia, la envidia y la falta de honestidad, esas plagas. El otro, Kassim, es el más responsable y el más libre porque es quien se siente más persona", dice Henze ahuyentando una mosca al grito de "¡vete a tomar por el culo!". Sencillez para contar esencias del alma. Como La flauta mágica, de Mozart. "Es una obra que te gusta a los cinco años y a los 80, porque en ella siempre fluye el misterio de las grandes cuestiones por su humanismo moralista, no divino, ésa es la clave".

Para su ópera emplea muchos estilos musicales en los que predomina el color. Una obra para orquestas finas. "Hay música bufa y un tempo que Mozart empleaba a la manera turca en La flauta mágica y en El rapto del serrallo. También hay música popular, sonidos en los que ha influido la naturaleza y el entorno próximos a mí", describe Henze. Una cierta lucha, un conflicto, que es la palabra que emplea para definir sus sinfonías: "Ésa es una forma artística puramente alemana que se ha declarado muerta muchas veces y que yo he tratado de recuperar aplicándole un bagaje filosófico y cultural. La sinfonía para mí es como la novela para un escritor. Tiene unas reglas básicas. Lo que más me gusta es experimentar. Utilizo los instrumentos como símbolos enfrentados, rojo contra azul, mujeres contra hombres, niños contra adultos, bien contra mal. Conflicto, lucha, contradicción…".

¿Destrucción? "No, nunca. La contradicción es una manera de construir. Sin contraste, sin conflicto, no se llega a ninguna parte, nada es interesante, todo es estéril". En ese momento, el maestro da la conversación por terminada. "Basta, estoy cansado. Es usted muy pesado", salta. "Lo tomaré como un cumplido", le responde el humilde reportero. "Por favor, hágalo. Vamos a tomar algo sólido".

La ópera 'L'upupa o el amor filial' se representa en el teatro Real de Madrid del 7 al 23 de diciembre.

Hans Werner Henze, en el jardín de su villa italiana.
Hans Werner Henze, en el jardín de su villa italiana.ALESSANDRO DOBICI

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_