El lugar
Hace unas semanas, Antonio Elorza sacó en EL PAÍS un espléndido artículo criticando la tibieza del Gobierno socialista ante las reivindicaciones saharauis o la lucha contra el castrismo. Por fortuna, Zapatero acaba de entrevistarse, medio de tapadillo, con Abdelaziz, el líder del Frente Polisario. Ojalá este encuentro sirva de algo, aunque, la verdad, no me hago ilusiones: tenemos a los saharauis olvidados y arrumbados en el desierto argelino, como trastos viejos, desde hace treinta años. En cuanto al tema cubano, es cierto que el Gobierno se está comportando de un modo rarito. Por ejemplo, una semana después de que el Parlamento Europeo aprobara una resolución apoyando la democracia en Cuba, nosotros nos descolgamos dándonos de besos con el régimen y amigándonos de nuevo. Puede que esto sirva para la excarcelación de algunos de los presos de conciencia (ojalá), pero hay que tener claro que, si no acaba la dictadura, los presos que salgan por una puerta entrarán por otra y que, en definitiva, esto no es más que un chantaje que Castro nos hace con la libertad de unos inocentes.
No acabo de entender el proyecto internacional del PSOE. Por ejemplo, las pleitesías y arrumacos que le hemos dedicado a Chávez, incluyendo la complicidad del ministro Moratinos en sus paranoias. Nuestra política exterior es en verdad la bomba: nos reajuntamos con Castro, nos retratamos embelesados con Chávez y nos llevamos a matar con EE UU. Inmenso carrerón. Se me ocurren un par de dictadores más con quienes podríamos establecer lazos entrañables, como el encantador tirano de Birmania, el general Than Shwe, o el inefable Kim Jong-Il, de Corea del Norte. No sé qué nos ocurre a los españoles, pero no atinamos con nuestro lugar. Y así, hemos pasado de ser los más untuosos aduladores de Bush, en la era Aznar, a ser tan marginalmente impertinentes como niños tontos. En otros países no dan esos bandazos. Veo a Chirac y a Schröder, por ejemplo, que supieron decir no a Bush cuando había que hacerlo, y que hoy siguen estando en su sitio y llevándose civilizadamente con el imperio. Terminaremos siendo los europeos más excéntricos, en su doble acepción de bichos raros y de alejados del centro de las cosas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.