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Entrevista:MARISA PAREDES

La diva descalza

Acaba de estrenar una película, 'Frío sol de invierno', que no para de cosechar premio tras premio. Va saliendo con tiento del dolor de la pérdida de su madre y está en una época esplendorosa que la ha convertido en una estrella cercana, con los pies desnudos y en la tierra.

Juan Cruz

Hace unos años, después de un almuerzo entre universitarios, Marisa Paredes nos habló espontáneamente de los primeros años de su vida; era un relato lleno de vigor, hermoso y salvaje, vital. Pero cuando terminó de contar los prolegómenos de su adolescencia, la actriz, que además ha sido desde hace algunos años diva indiscutible del cine español, guardó un silencio encerrado del que no logramos sacarla hasta hace tres semanas, exactamente el 13 de noviembre de 2004, a las once de la mañana, en su casa de la madurez, en el centro de Madrid. Nos recibió en medio de un resfriado, y de un escalofrío: hacía tres meses que había muerto su madre, y eso supone el definitivo final de aquella infancia que no nos había terminado de contar. La relación de Marisa Paredes con su madre fue muy especial; ella fue la que le dio fuerzas para abrirse camino en un mundo al que ella no pertenecía, y ahora, para entenderla bien, hay que fijarse en esa relación cuyo final ha dejado a la mujer y a la actriz en ámbitos iguales de soledad. Nos recibe para hablar de sí misma, y no sólo de su carrera como actriz, cuando está en medio de la promoción de su penúltima película, Frío sol de invierno, de Pablo Malo, una de esas primeras obras por las que ella ha apostado siempre, sobre todo desde que es reconocida y famosa. Está afónica de tanto hablar en tantos sitios a favor de esa ópera prima; pero ahí está, con una fortaleza formidable, enfundada en su bata, con el aire de fragilidad que la ha hecho parecer una dama vienesa que parece que ha de romperse con el aire que rompe las vajillas sublimes. Pero no ha de romperse: de la afonía y de la fragilidad nace una historia vigorosa que le devuelve la voz y la rabia. Si uno se fija en los estereotipos, se hubiera imaginado a una diva llena de manías y de subterfugios para callar o para hablar a media voz de su historia, sus amores y sus películas, y eso no pasó en ningún caso. Cuando al final le dijimos que la habíamos encontrado mucho más natural de lo que hubiéramos pensado nos dijo el resumen de su actitud: "Con la historia que tengo detrás, ¿cómo no iba a ser una chica natural?". Durante toda la conversación estuvo a nuestro lado su perro Tom, de lanas negras, que nos mordía las canillas cada vez que estimaba que una palabra era más fuerte que la otra; como si la protegiera, ladró ya más resueltamente cuando una prueba magnetofónica hizo sugerir que la máquina le reñía a su dama, que puede ser una diva, pero que aquí se muestra, en todo caso, como una diva descalza, dispuesta además a ayudar a los que empiezan, como si en ellos se viera ella también empezando. Así que nos empezó diciendo que estaba muy feliz con Frío sol de invierno; en tres festivales, a los que ella había ido con la película bajo el brazo, había obtenido tres premios. "Estamos felices", nos dijo.

¿Por qué? ¿Por qué la hace tan feliz esta película?

Es que la película está muy bien. Es de un chico vasco, Pablo Malo, que lo hace muy bien. Funcionó en Zabaltegui, en el Festival de San Sebastián; pero como ahí hay tantas películas, la gente se fija tan sólo en las de la sección oficial. Así que ahora la película ha sido una sorpresa, para Agustín Villaronga, para muchos amigos míos. Cuando se estrenó, Enrique González Macho, el distribuidor y exhibidor, me dijo: "Este chico está muy bien. La próxima la produzco yo". Todos están espléndidos en la película, y a eso es muy difícil llegar con una ópera prima.

¿Por qué apuesta tanto por los jóvenes?

La juventud es un valor, para algunos parece el único valor. Creo que todos hemos sido primerizos alguna vez, así que esto me retroalimenta, me hace sentir lo que siempre quise que fuera mi relación con esta profesión: apostar fuerte.

Y no sólo en las películas…

También en la vida. En la vida siempre he tenido grandes y fuertes amores, desde siempre, y en el cine también, y ha sido así desde la más tierna infancia hasta que conocí a Fernando Fernán-Gómez, que fue un gran amor, el primero…

Cinematográfico…

Y real. Yo conocí a Fernando y me pareció un sabio. Ya entonces buscaba, lógicamente, la inteligencia por encima de todo, y yo tenía entonces 16 años.

¿Cómo es que empezó tan pronto?

Porque había que empezar pronto en lo que fuere. Yo tenía que empezar muy pronto a trabajar; soy hija de una familia obrera. Empecé a ganar mi primer jornal, como decía mi abuela, a los 12 años. A los 11 había terminado la escuela obligatoria primaria, y luego había que pasar por el bachillerato, por el preuniversitario aquel. Naturalmente, yo iba a un colegio de monjas, de esos que hacían entrar por una puerta a las niñas ricas y por otra a las niñas pobres. Vivíamos en Madrid, en la plaza de Santa Ana, donde mi madre era portera, e íbamos a un colegio en Mesón de Paredes; las pobres entrábamos por Mesón de Paredes y las ricas entraban por la calle de Provisiones. Las pobres llevábamos uniforme blanco, batita blanca y lazo rojo, y las ricas llevaban aquel vestido tan elegante azul marino con su lazo blanco, y el cuello duro. No recuerdo nada malo del colegio, sino eso, que yo hubiera querido estudiar más, pero no se podía, no había dinero para seguir. Tampoco tenía posibilidad de beca, y de lo que tenía necesidad mi familia es de que yo ganara un jornal. Mi hermano Ángel Luis, dos años menor que yo, estudiaba un oficio en el instituto Virgen de la Paloma. Para las niñas no había eso, sólo había corte y confección en aquel servicio horrible, el servicio social en la Sección Femenina. Así que yo tenía que trabajar, y mis padres querían lo mejor para mí, que fuera una secretaria. Mi trabajo de verdad fue en una casa de modas, acaso de ahí viene lo de mi elegancia; estaba en un piso de Bravo Murillo, y la llevaba un gran modista de entonces, el señor Tormo. Yo era aprendiza, tendría 12 o 13 años. Cosía botones, sobrehilaba las prendas, y como era muy espabilada, o al menos eso era lo que decía el señor Tormo, también me mandaba al banco y me decía: "Pajarito", porque me llamaba Pajarito, "vete al banco y diles que si nos dejan esta cuenta hasta dentro de 10 días". Hasta eso hacía yo.

¿Cómo era su familia?

Era una familia de cuatro hermanos, cuatro hijos de un matrimonio que se llevaba francamente mal. Mi madre era portera, pero para llegar ahí había venido de Colmenar Viejo justo en 1939; mi padre había hecho la guerra en Madrid, participó en el asalto al cuartel de la Montaña. Tiene un trozo de metralla en el cuello, que él enseña con mucho orgullo. Era más bien de derechas. Siempre ha dicho que era de izquierdas, pero reconocía que los de derechas olían mejor. Le explicaba a mi madre que iba al baile y se ponía al lado de los de derechas porque olían mejor. Provenían de familias de campesinos que apenas tenían nada. Recuerdo al padre de mi madre, que levantó su casa piedra a piedra en Colmenar. Mi madre había tenido una hermana melliza y en su casa habían sido 11 hermanos. Mi abuela Graciela tenía los ojos claros como yo, y era una mujer de gran dulzura e inteligencia, y escribía cartas que nosotros recibíamos en casa con gran regocijo; escribía sin faltas y con una gran caligrafía. ¿Cómo le enseñaron? Ella era hija única, a lo mejor por eso tuvo tantos hijos, por eso y porque entonces no había píldora. Al abuelo le conoció al ir al trigo. Me acuerdo de esos veranos de Colmenar, el campo y el estiércol, las vacas, el trigo; me acuerdo del abuelo, que iba con aquella azada… Mi madre murió hace tres meses. Mi madre es que era mucha mujer. Bueno, nunca se es mucho nada.

¿Cómo era?

Era una mujer que hasta dos o tres meses antes de morir, que ya había perdido mucho de sus facultades, a todo le ponía una sonrisa. Creo que la vi llorar un par de veces o tres. Y casi siempre era un llanto, por supuesto, liberador, pero nunca hacia fuera; era un llanto que quebraba su voz, pero que se le quedaba en la garganta. No quería que su dolor llegara a los demás. Los demás estaban siempre primero en su cabeza. Era alguien de una generosidad tan grande que marcó profundamente mi vida: su actitud ante la vida, su optimismo enorme, que la acompañó en la dificultad y desde muy pequeña. Esa lucha no sólo no la amargó, sino que la hizo más joven y más rotunda. Tenía una inteligencia natural y un sentido de la libertad extraordinarios. Eso fue lo que la hizo reaccionar a mi favor cuando decidí dedicarme a esto, con la oposición de mi padre.

¿Qué dijo su padre?

Dijo: "Pero ésta ¿qué se ha creído, que es Lola Flores?". Y mi madre le dijo: "Déjala hacer lo que quiera". Y decir eso era como enfrentarse a todo el poder machista, al poder familiar, a la imagen del padre. A mi padre le temíamos todos porque era duro, y porque además era muy estricto en casa. Recuerdo a aquella mujer abnegada, subordinada pero digna, nunca humillada, aguantando el tirón desde que había dejado su casa en 1939. Así que mi madre y mi padre se enfrentaban porque ella me quería dejar que fuera artista y mi padre se negaba.Y había unos gritos y una violencia… Nunca la maltrató físicamente, pero sí psicológicamente; es lo que se llevaba en aquel periodo.

Lo que usted cuenta de su madre recuerda la frase de Hemingway que ha popularizado Bryce: "Conoció la angustia y el dolor, pero nunca estuvo triste una mañana"…

Era eso, era un cascabel. Y era una mujer trabajadora. Éramos cuatro hermanos en una pequeña portería de la plaza de Santa Ana. Un chiscón abajo para vigilar quién entraba y quién salía, y en el cuarto piso, cuatro habitaciones. Una hacía de comedor y otra hacía de dormitorio de mis hermanos y mío, y había una pequeña cocina en la que había una taza de váter, y nada más. Por supuesto, no había cuarto de baño. Y aparte mis padres tenían, subiendo al torreón, un cuarto grande donde teníamos dos camas, donde podían dormir mi padre y mi madre con los chicos, que durmieron ahí de pequeños y de mayores.

¿Cómo le marcó esa historia?

Mucho. Primero, porque me parecía injusto que tuviéramos tan poco. Le decía a mi madre: "¿Por qué no tenemos una ducha?", y ya harta un día de preguntas me respondió: "¡Porque somos pobres, entérate de una vez, somos pobres!". La realidad era ésa, y a mí me cabreaba y le preguntaba si iba a ser así toda la vida.

¿Y cuándo empezó a volar el pajarito?

Empezó a volar muy pronto con la imaginación, porque me di cuenta de que se podía volar de ese modo.

¿Cómo era usted?

Yo era una niña tímida, delgaducha, con una cierta arrogancia; la arrogancia del pobre, con la nariz para arriba, diciendo algo así como: ya huelo bastante a mierda para que me lo sigan recordando; la taza del váter está en la cocina, ya sé qué es eso.

¿Siempre fue orgullo? ¿No hubo ocultación, vergüenza?

¿También se me nota? Sí, también, mucha vergüenza. En cuanto decían algo que me descubriera, yo me iba abajo.

¿Y qué le dio fuerza?

Mi madre, desde luego, con esa actitud de la que hablamos. Y mi padre, a su manera, atizó la llama de mi rebeldía. Vivir en una dictadura era demasiado fuerte como para que hubiera dictadura en todas partes: dictadura fuera, dictadura dentro. De ahí venían mis ganas de escapar, mis ganas de vivir.

Eso le hizo progresista.

La progresía viene de darte cuenta de que no soportas la dictadura; tu padre diciéndote: no te puedes poner este pantalón. Y era un país sin desarrollo intelectual, sin educación, un país de prohibiciones… Yo me di cuenta de que ser artista era una salida para alguien que no tuviera preparación. Además, yo vivía rodeada de teatros, el Español, la Comedia, el Reina Victoria; ambientes de toreros y flamencos, todo el rato olé y olé. Estaban los Vargas, familias enteras de gitanos desde las doce de la mañana… Un ambiente bohemio que a mí me hizo pensar que ahí estaba la salvación. El mundo del teatro era fascinante; había por allí unos seres como Bódalo, Manuel Dicenta… Cruzaban la plaza y se metían en la cafetería, y después volvían al teatro, se metían por una puerta y ya luego protagonizaban otra realidad. Debía pensar todas esas cosas, y un impulso muy fuerte me empujó a la puerta del teatro; esas puertas tan cercanas, pensé, se me van a abrir. Y se me abrieron. Las empujé con fuerza.

¿Cómo fue?

Tenía una amiguita que vivía en una pensión, en la plaza; nos juntábamos para ver salir a algún actor guapo de segunda o de tercera. Un día me dijo una chica del teatro: "¿Y tú qué haces aquí todos los días?". Le dije enseguida: "Yo quiero hacer teatro". Y Lilí Murati, la actriz que también era empresaria, dijo con su acento húngaro: "Que venga a las cuatro, para una prueba". ¿Tan fácil?, me pregunté yo, y fui corriendo a casa a contarlo. Mi madre dijo: "No sé, no sé", y mi padre dijo toda aquella sarta de improperios. Así que perdí aquella primera oportunidad.

Qué terrible.

Terrible. Le dije a mi madre: "La próxima vez no se lo digo". "Sí", me dijo ella, "la próxima vez no se lo digas a tu padre". Fui a la Escuela de Arte Dramático, donde tuve como profesores a Manuel Dicenta y a Mercedes Prendes; era barato estudiar, y además ya yo tenía mi jornal, que alimentaba apareciendo en cosas de televisión, como coros o cosas así. Un día me vio Víctor Vadorrey y me preguntó: "¿Tú quieres ser actriz de verdad?". Y me mandó a Conchita Montes, que estaba en el teatro de la Comedia haciendo una obra de José López Rubio. Al día siguiente me incorporé a los ensayos de Esta noche tampoco. Cuando iba a debutar temí la bronca de mi padre; pero, a pesar de que la hubo, ya no se pudo negar, y además terminó firmando la autorización paterna para la gira que debía hacer luego. Ahí sentí que había ganado la batalla. Un día se puso mala Carmen de la Maza, la actriz, que tenía un gran papel, y tuve que sustituirla. Me dijo el apuntador: "¿Te atreves, chiquilla?". Yo tenía 15 años, y claro que me atrevía, le dije temblando y cagándome de miedo.

¿Qué le pareció aquel mundo?

Maravilloso. Me lo había inventado y me parecía mágico; había conseguido mi gran sueño. Lo hermoso era haber abierto la puerta.

¿Y qué fue lo sórdido?

La vida tiene su parte sórdida, todo tiene su lado bueno y su lado malo, cómo no va a tener su lado sórdido el teatro. El teatro tiene algo de sagrado, no en vano empezó en las iglesias. Lo mágico sería eso: la escena, la transformación, su capacidad para detener el tiempo, la magia de la palabra, calar en el alma de la gente que te escucha. El silencio del camerino, salir a escena. Ésa es la magia. Y lo mágico era también para mí el viaje, aquellas giras, las noches frías en los trenes, la libertad del teatro; me podía mover por toda España, conocer Bilbao, el mar…

¿Y lo sórdido?

También se mostraba en el teatro la parte más negra del ser humano. Había algunos que creían que como estábamos allí juntos podíamos hacer lo que a ellos les diera la gana; creían que todos éramos putas o maricones, con todos mis respetos para las putas y para los maricones. Y había ese frío que podía ser tan poético, pero que a veces se convertía en tan dramático; tú arrastrando la maleta hasta una pensión de mala muerte que nunca debía costarte más de 200 pesetas.

¿Cómo fue su descubrimiento entonces de la amistad, del amor, de los sentimientos?

Gracias al teatro tuve la oportunidad de entrar en otros mundos, de conocer a otra gente. Descubrí Barcelona, los periódicos a medianoche, Gil de Biedma y los poetas, las ramblas. Se hablaba mucho del centralismo de Madrid, pero no decían que Madrid era una cárcel, una cosa sórdida y negra. Y en medio de aquello intentábamos vivir lo mejor posible; descubríamos la poesía, a Sartre, a Camus; era el momento de París, de la bohemia, y aquí seguíamos bajo una dictadura férrea. Comprometidos, pero también con cuidado de que el compromiso no te cerrara la llave secreta del paraíso que era el teatro, el miedo a perder ese mundo.

Ya que ha nombrado a Gil de Biedma, parafraseando uno de sus versos, ¿en qué momento se dio cuenta de que la vida iba en serio?

Lo descubrí pronto, pero traté de olvidarlo enseguida. Lo descubrí en la noche de los Reyes Magos, cuando en el colegio las niñas comentaban sus regalos de Reyes y yo sabía que en mi casa el día 20 ya no había dinero para aceite; las niñas decían que los Reyes eran los padres, y yo no me lo podía creer por eso, porque era imposible que mis padres me compraran nada y siempre había alguna cosa. Yo le decía a mi madre: "¿Y por qué siempre las Mariquita Pérez se quedan en el primer piso?". "Porque a los Reyes se les acaban las Mariquita Pérez". "Pero, ¿y por qué siempre en el primer piso?". Hasta que mi madre no pudo más y me dijo la verdad: son los padres, los Reyes son los padres. Y yo me puse muy contenta porque al fin salía de dudas; puede parecer una chorrada, pero eso me calmó mucho. Ahí me di cuenta, por la actitud de mi madre, de que la vida iba en serio, no eran sueños.

¿Y cómo descubrió el amor?

Lo descubrí muy temprano también. Yo era muy enamoradiza a los 9 o 10 años; me enamoraba de los amigos de mis hermanos, de los primos de mis amigas. Y después me seguí enamorando, con el miedo físico a quedarme embarazada, porque entonces no había píldoras y comprarse una goma era como pedir una bomba de relojería, así que no era fácil acostarse con un tío sin miedo al embarazo posible y a sus posteriores y horribles consecuencias. Así y todo, yo tuve que pasar por esos momentos trágicos en los que el aborto no estaba permitido en España, y de repente un embarazo no deseado que tienes a los 20 años, a ver cómo lo resuelves. Suerte que entonces estaba la clínica en Londres, el dinero que te prestaba una amiga o un amigo, y entre todos te ayudaban a resolver el problema. Y luego viene la movida, pero hasta llegar a la movida hubo momentos muy amargos.

Dicen de usted que fue madrileña y se convirtió en vienesa…

¡Eso es genial! ¡Tengo tantas ganas de ir a Viena! ¿Y cómo es lo de ser vienesa?

Dicen de usted que era rellenita y de pronto se hizo un hada, un ser estilizado y purísimo…

Sí, creo que es verdad; yo guardo esa cierta pureza siempre, una pureza que me viene de mi madre, esa niña que dejó de serlo muy pronto, pero que de algún modo ha guardado ese grado cierto de pureza en el corazón, y un ego muy marcado en el sentido mejor de la palabra. En cuanto a estilizada, sí, siempre fui delgaducha hasta los 18 años, y luego tuve algún quiebro y me puse un poco gordota y ordinaria. Debía de haber un follón de hormonas, o que había descubierto, en efecto, que la vida iba en serio. Se quebró algo, no sé.

¿Qué fue?

Algo que ver con el descubrimiento del amor, cómo no. El amor y el dolor van juntos. Y también un cierto cambio hormonal. Probablemente yo no tenía las armas necesarias para repeler esa angustia y me dio por comer. Ya había descubierto la amistad, y ya podía volver sin problemas a las cinco de la madrugada, y eso no implicaba haber estado follando hasta esa hora, sino que estábamos leyendo poesía -borrachos, eso sí-, y eso irritaba a mi padre. Y además descubrí que el teatro no tenía esa pureza que una pretendía, que dentro había cosas buenas y malas.

Lo que decía Neruda: las cosas que nadie rompe, pero se rompieron… ¿Cómo se recompuso?

Aceptando, aceptando, ésa fue la palabra. No considerando que las cosas tenían una sola forma de ser vistas; había que verlas conforme iban llegando, y volviendo a sentir quién era yo. A partir de ahí le empecé a dar más importancia a mi vida privada, que había sido muy loca y muy desconcertante, y empecé a preocuparme más por el equilibrio. Empecé a hacer televisión más seguido; hacía Estudio uno, y representaba sin parar a autores como Dostoievski, Chéjov, Ibsen; me adoptó González Vergel como su actriz favorita, y a él lo nombraron director del teatro Español en aquel momento. Fui primera actriz en la tele, me dieron el Premio Fotogramas el año 1968, y eso enseguida hizo que fuera famosa.

¿Cómo le afectó eso de la fama?

En aquel momento, ser famosa no era bueno; había que ser conocido o reconocido, pero la fama tenía su peligro. Llamaban al teléfono de la vecina, pues yo no tenía teléfono, y me daba cuenta de que aquello era un engorro, hablar de lo mismo, de dónde vienes, quién eres. Dije que había que tener cuidado con eso, y volví a tener más novios porque tenía miedo de que aquel mundo me hiciera olvidar que era un ser humano y no una diosa.

¿Cómo se defendió?

Con el trabajo, con la fantasía de que la dictadura iba a acabar. Me fui a Londres algún tiempo; tuve un novio, un abogado laboralista que era un amor, y me uní a las reivindicaciones de mis compañeros, que reclamaban un día de descanso a la semana, como todo el mundo. Me uní a la huelga del teatro, y fue muy emocionante ver que triunfaba.

¿Cómo vivía su madre todo esto?

Había cosas de las que no se enteraba; pero aunque no tenía televisión, estaba muy contenta de mi éxito en la pantalla. Y además, uno de los primeros regalos que le hice fue un colchón Flex; estaba harta de verle cada año acondicionar su colchón de borra. Ella estaba muy contenta porque yo hacía lo que quería, y eso era parte de su sueño.

¿Cómo le sirvió la experiencia de su madre a la hora de ser usted misma madre de su hija [la también actriz María Isasi Paredes]?

Mi madre ha sido mi mano derecha. Donde yo no llegaba, llegaba mi madre. Pero todavía no habíamos llegado a Antonio Isasi; para llegar a la niña hay que pasar por Antonio Isasi, que es su padre. Después de una serie de encuentros y desencuentros amorosos, mi vida se para en Antonio Isasi, a quien conozco en el famoso Bocaccio madrileño de entonces, cuando yo tenía 27 o 28 años. Cuando le veo se me aparece la imagen de un hombre maduro, sólido. Decido pararme y con él pensamos tener un hijo. Mi padre arma una de las suyas, pero yo me niego a casarme. María nació el año justo en que murió Franco; desde la ventana yo escuchaba los gritos de los ultras, era el 29 de septiembre de 1975, y los ultras se resistían a que Franco los abandonara.

¿Cómo fue la relación con su hija?

Creo que muy buena, con todos los momentos buenos y malos que hay entre una madre y una hija. Hubo momentos de gran tensión cuando su padre y yo nos separamos; ella tenía seis años, y fue un instante duro para ella porque no lo aceptó bien y todos tuvimos complejo de culpa. Ella se quedó a vivir conmigo; Antonio fue muy bueno y muy claro. Luego María se fue a Estados Unidos, y al regresar se fue unos años con el padre, a Ibiza, y luego volvió otra vez a Madrid, a vivir conmigo; ese tiempo lo pasé echando mano de mi madre en la medida de lo posible, y echando mano también de mis propias experiencias y de las de mis amigos, pero seguro que he hecho alguna tontería.

¿Cómo entró usted en el cine?

Empecé a hacer pequeñas cosas, que no me gustaban mucho; entonces se hacía mucho cine de consumo, y había excepciones, las de Saura y Erice, aunque tenía muchos amigos en la Escuela de Cine, como Ricardo Franco o Emilio Martínez Lázaro, que sí me llamaban para sus películas, porque Erice hacía muy poco y Saura tenía a Geraldine. El cine era más industrial, había más estudios y más decoradores; ahora hay mucha gente joven que viene de la televisión, y poco a poco se ha ido desarrollando más un cine de autor.

Y es entonces cuando le aparece Agustín Villaronga.

Es cuando hacemos Tras el cristal, que es una película de lujo, una ópera prima extraordinaria y distinta. Es la época de la primera democracia, ya está Almodóvar por ahí, se empieza a fraguar un cambio extraordinario, se produce la movida.

Almodóvar es su otro milagro.

Almodóvar es el supermilagro. El milagro Villaronga es hacer una película independiente, dura, sólida, en un momento que nadie lo esperaba de un director que nadie espera, para gente que no me había visto interpretar en cine un personaje tan fuerte. Y Almodóvar me aporta un reconocimiento internacional, que mi trabajo se conozca en todo el mundo. Eso me ha aportado también un mejor conocimiento de mí misma, constatar que no siempre está una como le hacen aparecer. Eso es agotador; el éxito te puede llevar a una neurosis tremenda.

¿Y todas esas cosas que le han sucedido le han hecho ser mejor persona?

Yo creo que sí me han hecho mejor persona, pero hay momentos o días en que lo dudo. A veces digo: hoy estoy mala, porque ese día siento que soy mala; pero en general pienso que soy buena gente. ¿Ahora cómo estoy? Hoy estoy afónica. Ha sido un tiempo muy duro: la muerte de mi madre, y antes la muerte de mi hermano, y la del marido de mi hermana. Hubo un momento, cuando volvíamos del Oscar de Todo sobre mi madre, en que perdí pie: llega un momento en que la realidad propia es la realidad y no la otra parte de la realidad; la gente se muere, va enfermando, los amigos desaparecen, y de repente llegas a casa, te tiras en el sofá y no quieres levantarte en días. Se lo decía a mi madre, y ella me respondía: "Es que estás cansada". Ésa fue mi primera depresión, y esa depresión la fui alargando unos meses; a veces me levantaba para ir a trabajar y a veces me sentía incapaz de dar un paso.

¿Qué huella dejaron en usted los sucesos de febrero de 2002, aquella entrega de los Premios Goya protagonizados por el "no a la guerra", cuando usted presidía la Academia de Cine?

Medimos mucho las palabras, con mi compañero Joaquín Oristrell. Elegimos de común acuerdo a Animalario para que hiciera el guión, y de hecho cambiamos algunas cosas del guión. No podíamos intuir lo que luego pasó, que la gente se fuera sumando a nuestro discurso, y todo aquello tuvo un efecto dominó, hasta conseguir que la gente saliera a la calle con un discurso parecido. Estaba un poco nerviosa y algo excitada. Y después dejé la Academia porque estaba cansada y por la virulencia de un sector ultraconservador contra nosotros. Y me fui porque no podía más.

¿En qué instante estamos ahora?

Estamos en un momento de ilusión madura. Hay tanto que hacer en educación, en sanidad, en justicia…

¿Y qué le da más rabia de todo lo que le ha sucedido personalmente?

Qué sé yo… ¿Que mis padres no hubieran tenido una época mejor? Sí, ahora que lo dices, eso me aturde. Cuando se murió mi madre fue un golpe muy fuerte; me dije: ¿por qué no la habré llevado más a París, a Barcelona, a todas partes? Hubiera querido beberme la vida con ella y que viviera conmigo las mejores cosas. Cuando se muere te das cuenta de lo que hiciste por ella, acaso inconscientemente, y todo aquello que no llegaste a hacer por ella; eso te da rabia, y eso ya va contigo.

Marisa Paredes, actriz.
Marisa Paredes, actriz.JAVIER SALAS

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