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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sucesión crítica

La situación terminal de Arafat en un hospital de París tiene su reflejo en la precaria unidad palestina ante el inevitable, y aparentemente próximo desenlace. Las principales facciones palestinas -incluidas Hamás, la Yihad Islámica y las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa- han suspendido toda violencia y acordado una transición ordenada. Pero es crucial para lograrla que, a la muerte de Arafat, se respeten las previsiones sucesorias formales reiteradas ayer por el ministro de Asuntos Exteriores, Nabil Shaat, con la asunción de la presidencia de la Autoridad por el presidente del Parlamento, Rouhi Fatú, y que éste en el plazo de 60 días organice elecciones, ahora absolutamente necesarias. Éste es el proceso en cuyo apoyo se tienen que unir y presionar la Administración de Bush y la Unión Europea, a pesar de sus diferencias. De él tendría que salir un liderazgo reconocido por todos, incluido Israel.

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Pero Arafat no es sólo presidente de la ANP. También es el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y del movimiento Al Fatah, lo que complica la sucesión de este personaje irrepetible. Descontados los aspectos formales, puede presagiarse una dirección colegiada y estructurada en torno a dos hombres fuertes: el actual primer ministro

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Ahmed Qurei, y su antecesor y actual secretario general de la OLP, Mahmud Abbas. El problema es que ninguno de ellos es popular entre los palestinos. Frente a ellos Mohamed Dahlan, el antiguo jefe de la seguridad en Gaza, representa la nueva generación, aunque el más popular, y depositario de una cierta legitimidad histórica, es Mar-wan Barguti, antiguo jefe de Al Fatah en Cisjordania, que purga cinco condenas a perpetuidad en una cárcel israelí. Toda esta lucha se ve complicada por la actitud de la esposa del rais, Suha, que ha acusado a los dirigentes que han viajado a París de conspirar para "heredar su poder" y "enterrar a Arafat en vida". Por debajo parece haber también una batalla por el control de las cuentas millonarias de las que -nadie lo esconde- disponía el moribundo presidente o la propia OLP.

Los palestinos y el mundo entero se juegan mucho en la forma en que se encauce la sucesión de Arafat, aunque éste nunca la facilitó por temor a que, en vida, el sucesor le hiciera sombra. Pese a las carencias existentes en la ANP -a las que ha contribuido la política destructiva de Israel- y el peso de las tradiciones, es necesario el pacto previo de estas fuerzas para que se enfrenten en las urnas y no a tiros en la calle. Fue posible con Arafat hace ochos años. Debería poder serlo también tras él. Con toda la ayuda de Estados Unidos y Europa.

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