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Columna
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La otra América

Joaquín Estefanía

La significación global de las elecciones de EE UU el pasado martes ha ocultado el interés regional y nacional de otros comicios celebrados en América Latina por las mismas fechas. Elecciones municipales, legislativas o presidenciales en Venezuela, Brasil, Chile y Uruguay con un resultado general siempre en el mismo sentido. Seguramente las de este último y pequeño país son de las más importantes: por primera vez en sus 170 años de historia, la izquierda ha ganado las elecciones uruguayas y su representante, Tabaré Vázquez, será su próximo presidente.

Además de lo que ello supone para una nación en la que los partidos Blanco y Colorado se perpetuaban en el poder -siempre que los militares no interrumpiesen el proceso democrático- la victoria de Vázquez y el Frente Blanco se une a una corriente política e ideológica que afecta a los principales países del Cono Sur latinoamericano: Brasil, Argentina, Chile y ahora Uruguay están gobernados en la actualidad por corrientes de centro izquierda o socialdemócratas.

Hace poco más de un año, Kirchner y Lula, presidentes de Argentina y Brasil respectivamente, firmaban en la capital porteña el llamado Consenso de Buenos Aires. Se trataba de un documento que, en esencia, trataba de tener en cuenta el bienestar de los ciudadanos y la redistribución de la renta y la riqueza como objetivos prioritarios de su política económica. Todo ello, sin abandonar la estabilidad macroeconómica básica. Una política que, de forma paralela, es aplicada en Chile por el Gobierno de la Concertación y por Ricardo Lagos.

El Consenso de Buenos Aires adoptaba, con ese nombre, un aire de alternativa al célebre Consenso de Washington, que es la denominación que ha tomado la política económica oficial en la mayor parte de América Latina en la última década. El Consenso de Washington acentuó el rigor económico en una zona que había carecido de él en la etapa anterior: desregulación, estabilidad presupuestaria, privatizaciones, libertad de movimientos de mercancías y de capitales, etcétera, constituían sus ideas fuerzas.

La región mejoró macroeconómicamente, pero los frutos de esa mejora no llegaron a la mayor parte de los ciudadanos, que redujeron el apoyo a la democracia por no dar solución a sus problemas cotidianos. Según el informe La democracia en América Latina, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), casi la mitad de los latinoamericanos (el 48,1%) que dicen preferir la democracia a cualquier otro régimen prefería igualmente el desarrollo económico a la democracia; y un porcentaje semejante (44,9%) que dice preferir la democracia está dispuesto a apoyar a un gobierno autoritario si éste resuelve los problemas económicos de su país.

Hace un mes, un grupo de los principales economistas anglosajones y latinoamericanos (Olivier Blanchard, Guillermo Calvo, Ricardo Hausmann, Paul Krugman, José Antonio Ocampo, Dani Rodrik, Jeffrey Sachs, Joseph Stiglitz, etcétera, sin mencionar a los economistas españoles presentes) concretaron las ideas del Consenso de Buenos Aires y superaron la ortodoxia del Consenso de Washington, al firmar la Agenda del Desarrollo de Barcelona, seguramente el fruto más importante del Fórum celebrado en la capital catalana durante todo este año. Esta agenda reconoce "los mediocres resultados de las reformas diseñadas para alcanzar un crecimiento sostenible en muchas regiones del mundo. La persistencia -y a menudo empeoramiento- de una distribución de la renta y la riqueza altamente desigual en muchos países en desarrollo". El documento reconoce que "no existe una única política económica que garantice el éxito".

Que la política social no es un apéndice de la política económica sino algo consustancial a la democracia; que vivimos en democracias de mercado, no en meras economías de mercado, en las que la jerarquía normal de los valores exige que el principio económico esté subordinado a la democracia y no al revés, es el eje de esta Agenda para el Desarrollo en la que, sin duda, va a implicarse el Frente Amplio uruguayo.

Además, ¿cómo exigir a los demás una política de rigor económico con el ejemplo que ha dado Bush estos años?

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