La salida de Frattini precipita un reajuste del Gobierno italiano
Silvio Berlusconi nombrará a su cuarto ministro de Exteriores en cuatro años
El posfascista Gianfranco Fini será, con toda probabilidad, el cuarto ministro de Exteriores del Gobierno de Silvio Berlusconi. A cambio, el partido de Fini, Alianza Nacional, tendrá que aceptar una rebaja de impuestos que considera "antisocial". Una vez resuelta la crisis Buttiglione con el envío de Franco Frattini a la Comisión, y con el conflicto fiscal encauzado, Berlusconi presiona a sus aliados para conseguir una profunda reforma del Gabinete.
Tanto el nombramiento europeo de Frattini como los cambios de ministros conllevan complejas conspiraciones palaciegas. Berlusconi es un maestro de la finta y no desaprovecha ocasión para demostrarlo. El último ejemplo ha sido, esta semana, el nombramiento de Franco Frattini, que tuvo que desatascar personalmente el presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi. Como en verano, cuando envió a Bruselas al democristiano vaticanista Rocco Buttiglione, Berlusconi intentaba utilizar la Comisión Europea como instrumento de presión sobre sus aliados en el Gobierno italiano.
A finales de junio, Il Cavaliere invitó a su casa al comisario italiano saliente, Mario Monti, para asegurarle que sería propuesto de nuevo como candidato a miembro de la Comisión. Fue, en realidad, sólo una maniobra para encelar a Buttiglione, que ya había recibido la oferta de una comisaría y no acababa de decidirse. Buttiglione dijo sí inmediatamente, y Monti se quedó sin el empleo prometido.
Cuando Buttiglione fue rechazado por el Parlamento Europeo, Berlusconi pensó que tenía una nueva oportunidad para amenazar a los democristianos y a los posfascistas, contrarios a un proyecto de rebaja de impuestos que favorecía sobre todo a los más ricos. Y, junto al nombre de Frattini, un candidato muy obvio por su preparación jurídica y por su buena relación con todas las familias políticas, lanzó como globo sonda el nombre de Giulio Tremonti, ex ministro de Economía y hombre muy cercano a la Liga Norte. Lo de Tremonti era un farol amenazante: o los democristianos y los posfascistas aceptaban el plan fiscal, o se reencontrarían en Bruselas con el ministro al que lograron derribar en julio.
Llamada de Ciampi
Berlusconi no quería mostrar todavía sus cartas el jueves, la fecha en que José Manuel Durão Barroso pensaba presentar su nuevo proyecto de Comisión. Quería disponer de uno o dos días más. Por la mañana, Barroso telefoneó al presidente del Gobierno para pedirle un nombre y le hizo saber que estaría encantado si el elegido fuera Frattini. Berlusconi insistió en que necesitaba más tiempo. Luego llamó el jefe de filas del Grupo Popular en el Parlamento Europeo, Hans-Gert Pottering, para pedir lo mismo que Barroso: un nombre, ya, para cerrar la crisis. Berlusconi repitió negativa. Quizá alguien reclamó auxilio desde Bruselas al presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, porque hacia las cinco de la tarde éste telefoneó también a Berlusconi exigiéndole un candidato y sugiriendo, como Barroso, el nombre de Frattini. Ahí Berlusconi cedió. Llamó a su vez a Bruselas y comunicó a Barroso que, en efecto, podía contar con Franco Frattini como comisario de Justicia, Seguridad y Libertades. Barroso convocó a la prensa para una hora después e hizo el anuncio de que la Comisión estaba completa.
Pero Il Cavaliere se había quedado sin la amenaza Tremonti. Los posfascistas de Fini parecían darse por satisfechos con la cartera de Exteriores y algún pequeño añadido a la rebaja fiscal, como, por ejemplo, la imposición de un recargo del 3% a todas las rentas superiores a los 100.000 euros, para crear un fondo de solidaridad. ¿Y los democristianos? Su líder, Marco Follini, no se mostraba entusiasmado con la idea de heredar la vicepresidencia del Gobierno que Fini dejaba vacante. Follini sospechaba (seguramente con razón) que Berlusconi quería enjaularle en el Gabinete, y prefería seguir fuera, dedicado al control de su propio partido. Especialmente después de que, el mismo jueves, Buttiglione anunciara que formaría "una corriente propia, cristiana", dentro de la Unión de la Democracia Cristiana.
¿Solución? Otra vez Tremonti. Berlusconi agitó ayer de nuevo el espantajo de Giulio Tremonti, ahora como posible vicepresidente del Gobierno. La amenaza para Follini quedó muy clara: si no aceptaba el cargo, éste sería para su peor enemigo. O para alguien de la Liga Norte (detestada por todos los demás miembros de la coalición), como Roberto Maroni.
Silvio Berlusconi convocó una cumbre de líderes de los partidos de su coalición para el próximo martes. El propio Berlusconi, como presidente del Gobierno y de Forza Italia, y los jefes de Alianza Nacional, la Democracia Cristiana y la xenófoba Liga Norte, junto con algún cabecilla menor, como el resucitado Gianni de Michelis, en nombre del refundado Partido Socialista, deberían pactar ese día la nueva alineación del Gabinete.
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