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Arafat abandona la zona

David Grossman

Un Arafat débil y enfermo sale de Ramala en un helicóptero jordano. Incluso aquellos que se oponen a él sienten cierto respeto ante el simbolismo de ese momento, de esos instantes en que Arafat se marcha del lugar de su vida, la tierra de Palestina. Por esa tierra ha luchado durante años y años y ha logrado convertir los avatares de Palestina en una realidad política a la que el mundo entero no deja de mirar y en un potente símbolo universal de la lucha por la libertad y el derecho a retornar a la patria. Arafat, que hace 10 años y 3 meses regresó a Gaza como un héroe gracias a los acuerdos de Oslo, se marcha de Palestina abatido, pero no derrotado.

¿Quién es este hombre? Es un héroe para la mayoría de los palestinos y un terrorista para la mayoría de los israelíes. Es un hombre enigmático, difícil. Incluso los más próximos a él reconocen que no le entienden y que en ocasiones les cuesta comprender el porqué de sus actos. Es un hombre que se considera a sí mismo "casado con Palestina", a la que ha consagrado su vida renunciando por ello a los placeres del mundo, si bien eso no le ha impedido ingresar en su cuenta privada de Suiza millones de dólares que pertenecían a la Autoridad Palestina. Es un hombre con una única idea: establecer un Estado palestino independiente. Y para ello no ha descartado ningún medio: durante la guerra de 1948 mató él mismo a un palestino al que equivocadamente consideraba un traidor, ha liderado a sus combatientes para luchar contra la ocupación, aunque también ha enviado a terroristas a cometer atentados contra gente inocente. Es un hombre que ha logrado hechizar -a veces con gran genialidad- a políticos y a Estados. Es un hombre que con absoluta frialdad ha roto acuerdos firmados. Es un hombre que ha conseguido para su pueblo grandes logros y en cierto sentido ha creado y modelado a los palestinos como pueblo, pero, por otra parte, los ha arrastrado a la catástrofe debido a sus graves errores y los ha llevado a la terrible situación en la que están actualmente.

Israel puede darse cuenta ahora de que ha perdido una gran oportunidad al ignorar a Arafat y despreciarle

En Occidente despierta en muchos una mezcla de sentimientos: desde respeto por su tenaz lucha hasta recelo por su modo de actuar voluble y radical. Los palestinos lo han visto de otra forma. Por ejemplo, durante la firma de uno de los acuerdos que luego fracasaron, Arafat apareció en escena en El Cairo entre líderes israelíes, políticos occidentales y árabes vestidos con sus buenos trajes, irradiando seguridad y cierta arrogancia, y en medio de ellos Arafat destacaba por su peculiaridad, su aspecto desaliñado, sus gestos extraños e incluso por su penosa presencia física. Y por eso mismo los palestinos le querían, pues allí, entre los señores del mundo, entre esos que lo tienen todo: Estado, Ejército, dinero, se encontraba un refugiado, sin nada, un astuto mendigo que con un céntimo en la mano logra embaucar al resto a fin de conseguir para su pueblo oprimido lo que es vital para su existencia.

¿Qué va a pasar ahora en la Autoridad Nacional Palestina? Una de las posibilidades es que la anarquía, que a duras penas ha podido ser controlada gracias al simbólico poder de Arafat, estalle y se inicie una guerra civil entre las distintas facciones, especialmente entre Al Fatah y las organizaciones islamistas radicales. Esta posibilidad es bastante probable, a la luz de las tensiones entre grupos opuestos y dado que ya ahora hay ciudades y aldeas palestinas dominadas por bandas armadas criminales que tratan de aprovecharse del debilitamiento del poder central.

Otra posibilidad es que precisamente el miedo a la anarquía haga que el pueblo se una -aunque sea por un tiempo-, y en ese caso se elegiría un sucesor de Arafat que intentase conciliar también a los distintos grupos, se enfrentase a las presiones de la ocupación israelí y que tarde o temprano entrase en negociaciones con Israel.

Cuesta envidiar al sucesor de Arafat. Recibirá un pueblo herido y fragmentado al que cuatro años de revuelta y 37 de ocupación han dejado dañado en todos los sentidos. Resulta curioso que los palestinos no hayan acabado desquiciados a estas alturas.

Algunos palestinos fueron a decirle adiós cuando el helicóptero se disponía a volar hacia Ammán para luego partir hacia París. Hablando con ellos uno percibe la apatía, el fatalismo y la desesperación de unas personas acostumbradas ya a que cualquier cambio que se produzca sea para peor.

Israel está en estos momentos perpleja: hasta ahora Arafat era para Sharon el principal pretexto para no negociar con los palestinos. "No hay partner" es el eslogan que Sharon ha logrado hábilmente meter en la cabeza de la mayoría de los israelíes y de George W. Bush, si bien con la ayuda nada despreciable de Arafat y su política terrorista. Pero si Arafat desaparece de la escena política, ¿qué excusa va a dar ahora Sharon?

En realidad, Israel debería pensar todo lo contrario: sólo cuando Arafat estaba en el poder tenía un partner con quien llegar a un verdadero acuerdo. Ahora quién sabe cuánto tiempo ha de pasar hasta que el sucesor de Arafat logre estabilizar la situación en la Autoridad Palestina y se gane el respeto y la confianza de su pueblo para sentirse lo bastante seguro para poder hacer las difíciles concesiones que implica un auténtico acuerdo de paz. Puede ocurrir que precisamente la inseguridad del nuevo líder haga que durante mucho tiempo se aferre a las posiciones más inflexibles de Arafat con el fin de "demostrar" su fidelidad a la causa palestina y al símbolo de su lucha: Arafat.

Israel puede darse cuenta ahora, cuando ya es demasiado tarde, de que ha perdido una gran oportunidad al ignorar a Arafat y despreciarle en estos años tan críticos. Hazte un símbolo y destrúyelo. Un ejemplo estupendo de ello es Sharon: la persona más identificada en Israel con la ideología de la creación de asentamientos es la que promueve su desaparición. Del mismo modo, Arafat, el símbolo más destacado de la lucha y la tragedia de Palestina, quizá podía ser quien aceptase renunciar a cuestiones como Jerusalén y el derecho al retorno.

En todo caso, digo que "quizá podía ser", ya que Arafat, como es sabido, se negó en rotundo a ceder lo más mínimo en estas dos cuestiones y su negativa fue, entre otras cosas, un motivo importante para que fracasasen las negociaciones de Camp David en julio de 2000. Este fracaso llevó al estallido de la segunda Intifada. Nadie puede responder con certeza a la pregunta de qué parte de culpa tuvo realmente Arafat en el fracaso de esas negociaciones. Ehud Barak y Shlomo Ben Ami, que fueron quienes negociaron por la parte israelí, están convencidos de que esas negociaciones descubrieron el auténtico rostro de Arafat, un Arafat preso de una visión del mundo mítica, cargada de símbolos, y que le impide por completo ser flexible y hacer cesión alguna. No obstante, se podría objetar que si las negociaciones se hubiesen llevado con más sensatez por el lado israelí y si Barak no hubiera estado tan deseoso de "descubrir el auténtico rostro de Arafat", puede que los resultados hubiesen sido distintos, ya que si Arafat hubiera obtenido concesiones más significativas por parte de Israel, podría haberse presentado ante su pueblo y anunciar a los millones de refugiados que a cambio de tales concesiones en el lado israelí ahora ellos debían renunciar al derecho al retorno a las ciudades y aldeas de las que fueron desterrados a raíz de la guerra de 1948.

Ésa es sólo una hipótesis que nadie puede demostrar ni descartar. Lo que está claro es que Arafat ha llevado a su pueblo casi al punto de alcanzar el sueño de tener un Estado, pero también ha sido el responsable del error que ha impedido que ese sueño se materializara. Hay algo de trágico en esta idea, pero puede que en sus últimas horas Arafat se sonría pensando que Sharon, su enemigo del alma, que en multitud de ocasiones ha intentado acabar con él y que ha logrado convencer a los israelíes y a los Estados Unidos de Bush de que Arafat es una mezcla de canalla, loco y terrorista, sea curiosamente el que en estos tiempos esté empezando a llevar a cabo la parte más importante en el sueño de Arafat: la evacuación de los asentamientos de colonos y el establecimiento de un Estado palestino.

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