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Columna
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¡Cualquier cosa menos Bush!

Joaquín Estefanía

Es el último momento de hacer balance de la legislatura Bush, marcada por los atentados del 11 de septiembre de 2001. Desde entonces, el presidente republicano ha comandado dos guerras, en Afganistán e Irak, sin lograr detener al autor de los crímenes terroristas, Osama Bin Laden, y ha liderado una legislación restrictiva y radical de los derechos políticos en el seno de la sociedad americana (la Patriot Act). Pero también ha devuelto a la economía americana al crecimiento, a costa de sumergirla en los mayores desequilibrios de los últimos años (déficit público y déficit por cuenta corriente e incremento espectacular de la desigualdad en la distribución de la renta y de la riqueza), y ha sido denunciado por los defensores de los derechos civiles por el uso de la tortura contra los enemigos en los conflictos bélicos y por la suspensión de la Convención de Ginebra en el tratamiento a los detenidos, convirtiendo la base cubana de Guantánamo en un limbo jurídico para centenares de personas.

Durante estos cuatro años, Bush y los neocons que le han rodeado han dado, al amparo del 11-S, un golpe muy duro a la calidad de la democracia. Han creído que contra el terrorismo el fin justifica los medios. Han utilizado en su favor todas las mentiras, todos los instrumentos y, en buena parte, la complicidad de los medios de comunicación. Han sobado los conceptos absolutos de Bien y Mal, que nos devuelven a la Edad Media.

El uso de la mentira de Estado hasta el final: todavía la pasada semana el Pentágono desmentía que las toneladas de armamento desaparecido en Irak lo hubieran sido bajo la protección del Ejército americano..., hasta que aparecieron unas imágenes de la televisión que lo probaba. No había armas de destrucción masiva en Irak; no había relación directa alguna entre Sadam Husein y Bin Laden. Colin Powell, secretario de Estado y el funcionario más prestigioso de la Administración de Bush -desaparecido en combate en la mayor parte de la campaña electoral-, empeñó su palabra en el Consejo de Seguridad de la ONU mintiendo a los delegados.

Para cambiar el sentido de la coyuntura, Bush utilizó todas las políticas económicas, aunque fueran contradictorias. Convirtió el superávit de Clinton en un espectacular déficit; la política monetaria fue expansiva, con los tipos de interés más bajos de los últimos 50 años; se olvidó de los principios del libre comercio que él mismo había defendido en la OMC aplicando el doble rasero en su casa: proteccionismo para las industrias americanas, en los Estados de los que necesita el voto para salir reelegido. Y concomitancias extraordinarias entre el poder político de la Casa Blanca y el mundo empresarial (el caso más paradigmático ha sido el del sector energético y el de la empresa Enron, la mayor donante de fondos para el Partido Republicano).

Ello ha sucedido con la complicidad de la mayor parte de los medios de comunicación, muy deteriorados en su credibilidad. Ante el temor de aparecer como antipatriota, la prensa entró en coma. La Administración republicana no ha necesitado de la censura directa, porque los medios de comunicación han practicado la autocensura y el gregarismo. La prensa suele reaccionar siguiendo el sentir de la opinión pública, y ésta estaba contagiada por la ola emocional generada por los crímenes terroristas del 11-S. Para no perder audiencia, los medios se autocensuraron; si bajan los índices de audiencia de las televisiones y los periódicos, se reduce la publicidad y, a través de ésta, los beneficios de las empresas mediáticas. Entonces, los accionistas protestan y los inversores en Bolsa venden y baja el valor de la acción. Así, los medios han funcionado como una industria más, renunciando a su razón de ser. Han estado anestesiados hasta el penúltimo momento y no se sabe si su llamamiento a favor de Kerry, en el último momento, será escuchado.

El próximo presidente deberá vencer al terrorismo y detener a Bin Laden; comprometerse con la disciplina económica para volver a la senda de la disciplina; activar una política social que tenga en cuenta la igualdad de oportunidades; ayudar a reconstruir Irak, dar vida a las conversaciones de paz entre Israel y Palestina, y retomar las alianzas con Europa. Muchos ciudadanos americanos lucen una pegatina muy explícita, que resume su opinión: "Anything but Bush!" ("¡Cualquiera menos Bush!").

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