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Elogio de la pereza

El único 'best-seller' mundial que ha producido Europa en los últimos años capaz de ocupar las primeras páginas de The New York Times y del Financial Times, de interesar a los estudios de Hollywood y de alcanzar en la última feria de Francfort un récord de ventas en el globo (en España lo editará el Grupo 62) es un panfleto francés de apenas cien páginas que se titula Bonjour, paresse, de la psicoeconomista Corinne Maier, y que, como su propio nombre indica, es un provocador elogio de la pereza en el trabajo moderno. El subtítulo lo dice todo, "Del arte y la necesidad de hacer lo menos posible en la empresa". O sea, que así están las cosas: mientras Estados Unidos, como señor de la globalización y amo de la mayor parte de las multinacionales del planeta, nos exige desde su protestantismo fundacional trabajar más y más en sus empresas localizadas, deslocalizadas, colonizadas, participadas o simplemente sometidas a la dictadura de la Bolsa de Nueva York, desde la vieja Eurolandia contraatacamos con la galbana, la vagancia y el racaneo en la oficina.

Ha tenido que ser otra chica con desparpajo, después del Horror económico de Vivianne Forrestier y del No logo de Noemi Klein, la encargada de ponerle a la rimbombante globalización los puntos sobre las dos íes y de rescatar una vieja tradición europea que siempre consideró la pereza como una virtud moral. Desde los clásicos elogios de la pereza de Epicuro, Rousseau y compañía hasta el famoso Derecho a la pereza, del yerno de Marx, Paul Laffargue, pasando naturalmente por nuestros maravillosos místicos, dexados y quietistas de Castilla que, no lo olvidemos, elevaron aquel divino "no hacer nada" que predicaban desde el silencio poético a categoría suprema del arte de comunicar con Dios, el máximo trabajo de los creyentes. Pero, sobre todo, lo que hizo Corinne Maier con este panfleto fue expresar en voz alta una de esas ideas cuyo momento ha llegado y que todos teníamos reprimida en nuestra mala conciencia desde el día en que decretaron que la pereza era un pecado capital tan condenable como las cosas se castigan con la pena capital en Estados Unidos y que por eso mismo han hecho de la diligencia, y no precisamente la de John Ford, el símbolo de la nueva frontera.

Éstos son algunos consejos prácticos que según la patronal para la que trabaja Corinne (la eléctrica estatal EDF) "socavan la empresa desde sus entrañas" y pueden aplicarse al inframundo de las empresas dominadas por ese YES que recientemente diseñó el arquitecto Rem Koolhaas para representar la globalización (la suma gráfica del yen, el euro y el dólar: ¥, €, $) y está haciendo de este nuevo elogio europeo de la pereza un fenómeno mundial: nunca aceptes un puesto de responsabilidad porque estarás obligado a trabajar más; muéstrate simpático con los cargos temporales porque son los únicos que realmente trabajan; vaguea por los pasillos y la cafetería, pero siempre con un montón de carpetas bajo el brazo; nunca vayas a las reuniones con una idea nueva porque tendrás que explicarla y, si funciona, ponerla en práctica; si no tienes más remedio que decir algo, utiliza la jerigonza de las escuelas de negocio, que no significa absolutamente nada, y sobre todo, cuando oigas hablar en la oficina de "cultura de la empresa" y otros patriotismos de sociedad anónima, mira para otro lado y hazte el empleado invisible.

No es casualidad que el éxito de este subversivo elogio de la pereza de enorme tradición europea que pone en solfa la lógica económica de la globalización coincida con el derrumbe de aquella estresante moral del trabajo surgida en los noventa y que simbolizamos en el célebre estallido de la "burbuja Internet", cuyos flops más sonados fueron las catástrofes de Enron, Arthur Andersen y Vivendi. Aquellas empresas que iban a hacer ricos de un día a otro a todos sus empleados por la magia de las stock options, oficinas en las que había colchonetas para pasar la noche y el PIC, el Producto Interior Colombiano, era el motor en polvo de la acelerada productividad, o ya no existen o se han reconvertido para el nuevo espíritu del tiempo. La cocaína dejó paso al Prozac, el estrés protestante es combatido con las terapias espirituales del lejano Oriente, concretamente por el zen curalotodo, aquel pelmazo maximalismo empresarial ha sido sustituido por los trucos del minimalismo laboral, ya nadie aspira al bonus de productividad porque la única utopía laboral es la pausa del café y la mascota dominante en las oficinas del YES ya no es el tío Gilito, sino el perezoso gato Garfield.

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