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Arturo Pérez-Reverte revive el gran desastre naval de Trafalgar en su nueva novela

El escritor reivindica la necesidad de reflexionar sobre los sucesos del pasado

Amelia Castilla

Ni una placa, ni una mención. Arturo Pérez-Reverte lamentaba ayer, frente al escenario donde se produjo la batalla de Trafalgar, cómo se ha borrado de la memoria de España un acontecimiento en el que murieron cerca de 4.000 personas. Cabo Trafalgar (Alfaguara), su nueva novela (que va ya por la cuarta edición), recupera el momento en que España perdió su dominio sobre los mares y reflexiona sobre lo que supuso este suceso en nuestro país. Arturo Pérez-Reverte salva a los marineros y a la tripulación, pero culpa a los políticos que hicieron posible aquel desastre.

En el faro, donde ayer se paseaba un puñado de turistas y desde donde se veía a un grupo de surfistas luchar contra las olas, se escucharon hace casi 200 años los disparos de los cañones y se percibió el estruendo que produjo el Aquiles al estallar. Tras la confrontación de la flota inglesa y la escuadra franco-española, la mar arrastró hasta esa playa a algunos de los heridos y víctimas de la batalla. Lo cuenta Pérez-Reverte, una de las personas que seguramente saben más sobre lo que ocurrió el 21 de octubre de 1805 frente al cabo de Trafalgar. Sus conocimientos de historia, el hecho de ser marino y el haber participado como reportero de guerra en muchos de los últimos conflictos (Beirut, Sarajevo y Etiopía) jugaron a su favor cuando empezó a redactar la novela, para la que, por otro lado, llevaba años documentándose. De los 15.000 libros que se cuentan en su biblioteca, 3.000 se refieren a temas náuticos y cerca de 200 a Trafalgar.

El Antilla, el barco donde navegan los protagonistas de Cabo Trafalgar, es inventado, pero todas las incidencias que se narran en la novela son reales. "Los marinos españoles, franceses e ingleses eran hombres de hierro en barcos de madera y combatieron y murieron así". De entre los personajes de ficción creados por el autor de El húsar merece un lugar destacado el marinero Nicolás Marrajo Sánchez -"patillas de boca de hacha y marca de navajazo en la cara"-, reclutado a la fuerza en un bar de Cádiz. Hasta Marrajo, que no tiene la menor idea de tácticas navales, parece darse cuenta de lo que se avecina antes del fragor de la batalla. Carne de cañón se titula el capítulo en el que el escritor desvela cómo lucharon todos aquellos marineros de los que hoy nadie parece acordarse. "La historia no da un duro ni votos", dice Pérez-Reverte. "Al final, sólo se recuerdan los nombres de los generales, y la pobre gente, la que hace el trabajo sucio, no figura en ninguna parte. Muchos de los supervivientes de la batalla de Trafalgar murieron en la miseria y ni siquiera se les abonaron las pagas adeudadas". Y ésa, más o menos, es la idea que tiene el escritor del material del que están hechos los héroes. Las tripulaciones fueron puestas en los barcos a la fuerza, pero pelearon hasta la muerte. "El héroe es una mezcla de dignidad y cabreo. Supongo que antes de morir se hicieron una reflexión: 'No vamos a dejar que nos maten gratis'", cuenta el autor.

Lo terrible para este escritor es la poca nota que se ha tomado de todo lo sucedido frente a estas aguas del cabo de Trafalgar. En aquella batalla se acabó con una España ilustrada. "En Trafalgar perdimos la flota, el dominio del mar y América, y a cambio los ingleses siguieron dominando el mundo durante 150 años más", concluye Pérez-Reverte. Lo peor, con todo, según el escritor, es el silencio histórico que llegó después. Ayer mismo, frente al escenario de la contienda lamentaba que los libros de historia no reflejen lo ocurrido en toda su magnitud: "Somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos, y olvidar eso es caer en los mismos errores. No estoy hablando de celebraciones, las derrotas no se celebran, pero sí es necesario que se recuerden y se reflexione sobre lo sucedido en el pasado".

Por eso, añade el escritor, todo lo malo que refleja en las páginas de la novela sigue vigente, empezando por la corrupción de los políticos y acabando, como siempre, con el pueblo convertido en carne de cañón. Para ilustrar sus palabras con mayor rotundidad, Pérez-Reverte puso como ejemplo el 11-M, donde nuevamente la gente dio una lección de dignidad frente al absentismo de los políticos. Su idea es que hechos como ése y otros igualmente trágicos podrían evitarse.

Arturo Pérez-Reverte en la entrada del faro de Trafalgar.
Arturo Pérez-Reverte en la entrada del faro de Trafalgar.EFE

Zarandear al lector

Como en La Reina del Sur o La carta esférica, Arturo Pérez-Reverte usa en Cabo Trafalgar el lenguaje como un instrumento más, en este caso para sumergir al lector en una batalla y en una época. Dominador del idioma, en la novela el escritor llega aún más lejos. Onomatopeyas -glaps, raaaca, glups-, frases más que directas -"el barco crujiendo que te cagas"-, mezcla de idiomas -petit cabrón- y un registro de exabruptos que para sí quisieran los matones más acreditados de los bajos fondos dan al libro un tono que consigue hacer llevadera una historia más que terrible. Pérez-Reverte ha conjugado el "humor y la mala leche" para dar su particular visión de la historia de la batalla y de España.

Cada novela, dice el escritor, tiene su lenguaje específico. Su receta es mezclar el sentido común y el oficio, como antes lo hicieron Conrad o Galdós. Su intención con Cabo Trafalgar es que el lector se sienta zarandeado, como los marineros del Antilla, y asista en primera línea de fuego a una batalla de la que hoy muy pocos quieren acordarse.

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