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Columna
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Perversión cualitativa

Andrés Ortega

Hay una práctica creciente en las campañas políticas, la de los sondeos cualitativos, cuyo exceso lleva a un deterioro del debate democrático. Estamos viendo su aplicación extrema en EE UU no sólo en esta campaña, sino desde hace tiempo. Los usan muchos partidos y políticos en la democracia SOP (Sondeos de Opinión Pública, o POP en inglés). En el caso de EE UU, donde Clinton abusó de ellos, estaríamos ante lo que Stephan Richter califica de Superpotencia SOP. Básicamente, los cualitativos, técnica que se usa en marketing, consisten en reunir a grupos (focus groups, en inglés) de seis a ocho personas, relativamente homogéneos (clases medias, obreros, etcétera), y, dirigidos por especialistas, dejarles hablar sobre algunos temas -lo que es muy útil para ver surgir de forma espontánea las preocupaciones y formulaciones de los ciudadanos-, o ver cómo reaccionan ante algunas cuestiones. Estas formulaciones pueden acabar pasando a las campañas.

Tales formulaciones han dominado los debates entre Bush y Kerry. Se han hecho cualitativos para preparar los debates, y en éstos se han intercambiado machaconamente expresiones precocinadas, callado cuestiones delicadas o repetido frases que dijo alguien en una reunión de grupo, en vez de entrar a fondo en discusiones con las ideas propias de los candidatos. Por ejemplo, en el primero de ellos, Bush consiguió meter siete veces la expresión "wrong war, wrong time, wrong place" ("guerra equivocada, momento equivocado, lugar equivocado"), que en un principio utilizó Kerry en su crítica a la guerra de Irak, para, en una típica reversión del discurso, echársela a la cara del candidato demócrata por su supuesta falta de apoyo a las tropas de EE UU cuando están en combate en Irak. En el segundo debate, Kerry utilizó 16 veces la expresión "tengo un plan" (para varios asuntos). Y en el tercero, Bush se cebó con el record del senador.

Perversión añadida es que en esta lucha, el debate sobre el impacto del debate acaba siendo más importante, para influir sobre las preferencias de los electores, que el debate en sí. Probablemente tampoco nunca se ha usado con tanta desfachatez la mentira, especial pero no únicamente por parte republicana, como en esta campaña. A favor de Kerry juega el que ha ganado en credibilidad, y ha dejado de estar a la defensiva para pasar al ataque, tras cambiar de estrategia y renovar sus asesores, que desde el primer debate han actuado con más astucia. ¿Bastará? Está por ver.

En los largos días que quedan hasta el 2 de noviembre, ya sin debates cara a cara, puede volver a imponerse la técnica favorita del mago demoscópico y de campaña de Bush, Karl Rove, tal como la explica el Financial Times: primero se define un mensaje estrecho contra el adversario; luego se lanza una campaña de difamación a través de todos los canales posibles, incluido el rumor. El adversario se desequilibra y empieza a preocuparse por defenderse de estas acusaciones en vez de concentrarse en su adversario. Y pide un debate sobre la cuestión. Pero para entonces ya ha perdido el control de su campaña, y la iniciativa la ha tomado su rival. En agosto, la gente de Bush lanzó un ataque de este tipo contra Kerry por su supuesto oscuro pasado en Vietnam y le desequilibró.

Gracias a los cualitativos, se le da al votante el discurso que espera aunque no sea consciente de ello que se sabe le atraerá (incluso el miedo, en este caso al terrorismo), sin que los candidatos terminen de creerse lo que están diciendo. Lo que lleva, al final, a decidir demasiadas cosas en política sin debate real, o manipulando la opinión pública, como ha ocurrido en EE UU con la guerra de Irak. Como indica Richter (en www.theglobalist.com), una cuestión central en nuestro mundo es quién controla en última instancia el ejercicio del enorme poderío de EE UU: ¿las instituciones electas o una opinión pública sometida a vaivenes más o menos espontáneos o manipulados? En estas elecciones veremos si los votantes están dispuestos, o no, a un cambio de comandante en jefe en pleno fragor bélico. aortega@elpais.es.

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