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La historiadora Natacha Seseña descifra los retratos de mujeres pintados por Goya

"Es una mirada admirativa. Con la duquesa de Alba mantuvo un coqueteo mental", declara

La duquesa de Alba es la más atractiva; la marquesa de La Solana, la más interesante; la duquesa de Osuna, la más distante; Sabasa García, la más simpática; Leocadia Weiss, la más moderna. Así opina la historiadora del arte Natacha Seseña, que acaba de publicar Goya y las mujeres (Taurus, www.taurus.santillana.es). El ensayo estudia 34 retratos de nobles vestidas, aristócratas ilustradas, burguesas y de su familia, además de la situación de la mujer en el siglo XVIII, los autorretratos del artista y las cartas a su amigo Martín Zapater, con el que mantuvo una "relación de homoerotismo de alto voltaje".

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Natacha Seseña, especialista en cerámica y comisaria de exposiciones como La vida cotidiana en tiempos de Goya, entra en el análisis de las mujeres retratadas por Goya tras situar el mundo político y popular de Madrid en el siglo XVIII, la moda y el lujo, el cortejo y el fenómeno del majismo por la nobleza. Frente a las leyendas y los misterios goyescos, cree que "es difícil llegar a la realidad histórica de Goya".

"Es un personaje que se escapa a la mirada de los otros. Tenía una extraordinaria mirada para ver a su alrededor, con una personalidad bipolar. No quería seguir con esa loa inmisericorde del pintor sino adentrarme más y abrir una puerta a futuras investigaciones", declara.

La autora se refería hace tres años a la "mirada protofeminista" de Goya y desde entonces describe el mundo de las mujeres que observa y retrata el pintor. "Era un hombre considerado hacia la mujer, y eso en su siglo era un avance. También se le presentaron las brujas, que alguna conocería. El cambio de siglo en la mujer es fundamental, y Goya nos refleja una de las facetas del cambio, cuando la aristocracia de Madrid decide vestirse a lo pobre, de majos y de majas, que indica una cierta inseguridad, una forma de decir a ver qué pasa. Es una moda significativa, pero también un desclasamiento, hay en la nobleza un estado de alarma. Carlos III permite que ellas entren en las Sociedades Económicas".

Goya pinta a estas nobles vestidas de majas, como la duquesa de Alba, la marquesa de La Solana, la marquesa de Santa Cruz, la condesa de Fernán Núñez, la marquesa de Santiago, además de la reina María Luisa. "A Goya le preocupa desde su llegada a Madrid el estatus social y el dinero, que le proporcionan la nobleza con buenos encargos. El pintor podía haber sido un buen director de cine, ya que al quedarse sordo se fijaba en los detalles de las mujeres, las formas y los gestos, y una atención especial sobre la ropa".

La historiadora sitúa al pintor entre los servidores de los nobles, para comprender la relación con las retratadas. "La nobleza tiene claro que ellos son los mejores y los demás sus servidores. A Goya le trataban bien pero era un criado más para los que se dejaban retratar y pagaban su trabajo, un trato que hoy es difícil comprender". Seseña cree que el artista no tiene relaciones amorosas con las mujeres retratadas. "Es una mirada admirativa, un dejarse deslumbrar por el lujo y el fasto de las casas. En el caso de la duquesa de Alba es un coqueteo mental. Sabía quién tenía delante siempre pero creo que no pasaron de ahí. A Goya le gustaba el trato con los nobles, a los que luego juzgaba". Está de acuerdo con el concepto homoerotismo de Roxana Pagés al estudiar la relación del pintor con su amigo Martín Zapater a través de las cartas ("Martín mío", "Ay mío de mi alma"). "Es el lazo afectivo más importante durante 25 años, su centro de atención, al que confía sus dineros, sus cuitas de cada día, pero donde no habla de pintura. Son cartas privadas o particulares, que reflejan una homofilia de confianza, que también sintió Moratín. La confianza plena entre hombres que no han tenido con mujeres no es extraño en el siglo XVIII. Pongo en duda que fuese un mujeriego, al menos en el terreno del sexo. En la bibliografía sobre Goya se ha echado un manto misterioso sobre sus relaciones con hombres, y tampoco han entrado los grandes historiadores. Las cartas fueron censuradas por el sobrino de Zapater y no conocemos las enviadas por éste. Un hombre con esa predisposición homoerótica sabe mirar más las actividades, los modos y los gestos de las mujeres".

Entre las aristócratas ilustradas, la ensayista se detiene en la marquesa de Pontejos, la condesa duquesa de Benavente, los duques de Osuna, la marquesa de Santa Cruz, la duquesa de Abrantes, la marquesa de Lazán y la de Villafranca y la corte del infante don Luis, con la condesa de Chinchón. Los estudios aparecen junto a la reproducción en color, como ocurre con las mujeres burguesas (Sabasa García, Thérèse Louise de Sureda), las de su familia (Josefa Bayeu, Juana Galarza) y las de su entorno, como Leocadia Weiss y su hija Leocadia Zorrilla. Faltan las cómicas y las anónimas.

Muchas de ellas se vieron en la exposición Goya. La imagen de la mujer (Prado, 2002) y, a partir del 20 de octubre, volverán al mismo escenario, junto al mayor fondo del pintor, en la exposición El retrato español, en la que se verán juntos por primera vez los dos retratos de la duquesa de Alba.

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La duquesa de Alba con mantilla (1797), de Goya (Hispanic Society of America).

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