El drama kurdo recibe la Concha de Oro
El jurado internacional concede sus premios mayores al cine más comprometido y crítico
Declaraba ayer Mario Vargas Llosa, presidente del jurado de la Sección Oficial, que nunca había estado en un jurado de cine que no recibiera silbidos, una tradición que es probable se rompa en esta ocasión a tenor de las moderadas y mayoritariamente correctas reacciones de la prensa acreditada en el acto en el que el escritor comunicó la lista de los premiados, moderación que se rompió para celebrar con una gran ovación la concesión de la Concha de Oro al mejor filme a Las tortugas pueden volar, del kurdo iraní Bahman Ghobadi.
Proyectada en el último lugar y sesión de la lista, la producción irano-iraquí causó una gran conmoción entre la crítica y el público. El duro relato sobre la supervivencia de los niños kurdos huérfanos, buena parte de ellos mutilados por los efectos de las minas antipersonas que la acción sitúa en un pequeño pueblo del Kurdistán iraquí y que transcurre unos días antes del ataque de Estados Unidos a Irak, es de una fuerza demoledora. Rodada con modestos medios, sin actores profesionales, en una lengua y en un país en el que apenas hay salas de proyección ni sus habitantes tienen capacidad económica para pagar la entrada, Las tortugas pueden volar destila sinceridad, autenticidad y dolor por todos sus poros. Un premio que dignifica al jurado.
La concesión del premio a 'Las tortugas pueden volar' fue recibida con una gran ovación
La selección de los filmes a concurso ha conseguido una calidad media notable
El resto del palmarés es mucho más discutible y en algún caso absolutamente sorprendente. Por ejemplo, el que a un filme extraordinario como Omagh, con una dirección excelente y un protagonista masculino inmejorable (Gerard McSorley), se le conceda el premio al mejor guión cuando se trata, efectivamente, de un estupendo guión basado en hechos reales y con un asesoramiento y control minucioso del mismo por parte de los familiares de las víctimas del brutal atentado de 1998, no deja de sorprendernos.
El que el premio a la mejor fotografía se conceda a Marcel Zyskind por 9 songs sorprende por dos razones: porque el gran fotógrafo portugués Eduardo Serra era miembro del jurado y porque el propio press-book del filme señala que "esta película se ha filmado en vídeo digital, utilizando cámaras manuales sin iluminación extra". "El equipo de filmación", se añade en el texto, "se limitaba al director, el cámara, el sonidista y un ayudante de producción".
Las Conchas de Plata a la mejor actriz y al mejor actor se los llevaron Connie Nielsen y Ulrich Thomsen respectivamente, protagonistas eficaces y funcionales de la mediocre Brothers, lo que también quiere decir que no se les concedieron ni a Susú Pecoraro (Roma) ni al ya citado Gerard McSorley, por citar tan sólo a dos de los muchos intérpretes que superan con creces a los premiados.
Que la china Xu Jinglei obtenga el premio a la mejor dirección por su correcta y respetuosa adaptación de la novela de Stephan Zweig Carta de una desconocida es aceptable salvo que dicho fallo conlleva el que no lo obtuvieran ni Aristarain, ni Peter Travis, ni Manolo Matjí, por ejemplo. Por último, el jurado decidió conceder su premio especial a Sueño de una noche de invierno, del serbio Goran Paskaljevic. Nada que objetar a la dirección del filme y quizá recordar que su final es artificioso, precipitado y mal resuelto.
Una mujer difícil, la adaptación al cine de la novela homónima de John Irving dirigida por Tod Williams e interpretada por unos espléndidos Kim Basinger y Jeff Bridges, clausuró el certamen. Su realizador la describe sintéticamente como "una película que trata de cómo el amor se define por su sombra: la pérdida". El autor de la novela considera que "uno de los aspectos más interesantes de la literatura consiste en describir cómo las personas se sobreponen a los problemas; cómo se recuperan, o no se recuperan, de lo que han perdido". Y efectivamente el filme trata de la pérdida del amor de la pareja protagonista, un derrumbe que comenzó como consecuencia de un terrible drama familiar y que es estimulado por las infidelidades del marido, un escritor de éxito. En el último verano que van a compartir matrimonio, surge un joven estudiante de 16 años que será el tercer vértice de un triángulo en descomposición. Una excelente historia magníficamente interpretada que no alcanza la calidad que debía por una realización poco afortunada, en ocasiones tosca, y con un ritmo narrativo irregular.
En un apresurado balance es de justicia reconocer que la selección de las películas a concurso ha conseguido una calidad media notable. De un total de 16 filmes, nueve han justificado sobradamente su presencia, y de ellas cuando menos cuatro han sido brillantes.
La selección también ha servido para mostrar con claridad la preponderancia de dos tendencias en el cine internacional actual. De un lado, el predominio del cine considerado como documento testimonial. Han sido varias, y sin duda las más importantes, las películas que dejaron constancia de los problemas sociales y políticos más graves de las sociedades en las que surgen. El terrorismo, la inmigración ilegal, el funcionamiento de la justicia, los submundos de las drogas, las consecuencias de una concepción imperial y agresiva del mundo o las dramáticas huellas de las guerras civiles en la ciudadanía han tenido su reflejo en algunos de los largometrajes que aspiraron a los premios mayores. La segunda conclusión, probablemente vinculada a la elección previa del tema a desarrollar, es la adopción de un estilo en el que no existe la hasta ahora habitual división entre lo ficticio y lo real. Las reconstrucciones de hechos o los relatos cinematográficos basados en casos reales han dinamitado las fronteras entre los géneros.
En resumen: un buen festival, un palmarés ovacionado en el premio más importante y aceptado con corrección en los restantes, y un torpe cronista que acertó dos de los siete resultados posibles de la quiniela de galardones.
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