"Con esta película quería expresar toda mi rabia", afirma el ganador, Bahman Ghobadi
El director de 'Las tortugas pueden volar' dedica la Concha de Oro a los niños protagonistas
Bahman Ghobadi lloró ayer cuando supo que la Concha de Oro era para su película Las tortugas pueden volar. El cineasta kurdo iraní, que reside en Teherán, aseguró ayer que dedicaba el premio a los niños de su tragedia, "a mis actores". "Y al cine iraní", añadió emocionado. Las tortugas pueden volar cuenta la historia de un grupo de niños que sobreviven en los campos del Kurdistán iraquí, junto a la frontera iraní. Niños lisiados física y moralmente por una guerra inmunda. "Son viejos en cuerpos de niños", dijo el director. "Con esta película he querido expresar toda mi rabia".
"La película ganadora", dijo Mario Vargas Llosa, presidente del jurado de la sección oficial, "está cargada de humanidad, poesía y humor". Bahman Ghobadi, de 35 años, sitúa su película, la tercera de su filmografía, unos días antes de que empiece la invasión de las tropas estadounidenses en Irak. "Como kurdo no puedo dejar de alegrarme de la desaparición de Sadam Hussein", dice el director. "Pero lo que ha ocurrido después sólo puede producirme tristeza. Sinceramente, no creo que se solucionen los problemas de la zona. Los norteamericanos no han venido a crear ningún Edén".
Bahman Ghobadi ("kurdo de corazón pero iraní para todo lo demás") asegura que Las tortugas pueden volar pretende ser una película más testimonial que política. Una idea que coincide con la del serbio Goran Paskaljevic, que recibió ayer el Gran Premio del Jurado por Sueño de una noche de invierno. "Yo no quiero hacer cine político, pero en un país como el mío la política influye en todo. Quiero pensar que ésta es una película testimonio de la vida tal y como es". Paskaljevic, que dedicó su premio a la niña autista Jovana Mitic, que protagoniza su filme, añadió: "Estoy orgulloso de haber participado en una selección de películas en las que lo importante es el compromiso y no el glamour, como ocurre en Venecia y Cannes. Este premio pone en evidencia algo claro: con poco dinero se pueden hacer grandes películas".
Poco dinero, como el que necesitó Bahman Ghobadi para rodar su película, a pesar de que en ella aparecen cientos de soldados, campos de refugiados, mercados negros de armas... "Todo eso estaba allí. Yo estuve en esos lugares durante dos semanas, antes de rodar la película, con una cámara de bolsillo. No me he inventado nada, cada escena ocurre en lugares reales, son pueblos y mercados de verdad. Yo no diseño escenarios. Están los que son". El dinero para la película (con un presupuesto mayor al habitual en el cine iraní) salió de su tío materno y de los préstamos ("al 3%", puntualiza) de dos bancos del Kurdistán. "No se puede hacer una película documental sobre esos lugares y lo que allí ocurre. Sería insoportable para el espectador ver ese horror, no se puede asimilar tanto dolor. Yo, al principio de la historia, he introducido un grado de comicidad, incluso de alegría, para aliviar un poco la tensión. Yo quería contar el sufrimiento de estos niños. Esos niños mancos y cojos por la guerra. Son niños que jamás habían visto una cámara de cine. Actué como un cazador, les pedí que vivieran delante mío, no quería que actuaran, sino que vivieran ante la cámara. Es una película hecha con mínimo control, con mínima dirección, sólo se deja llevar por sus vidas. Lo que ocurre delante de la cámara ocurre una sola vez, no se puede ensayar y no se puede repetir".
"El título", continúa Bahman Ghobadi, que no habla inglés y va acompañado de un traductor de kurdo, "quería ser enigmático, no sabría decir muy bien qué significa. Quería uno de esos títulos para que nadie se olvide nunca de mis niños y de mi mensaje".
Ghobadi, que abrazaba ayer por la calle a todos los que se acercaban a felicitarle, viajará la próxima semana a Irak para compartir con los niños de la película la Concha de Oro. Para él, los niños (a los que eligió entre las listas que tienen las oficinas de control de los heridos por minas) son los verdaderos autores de la historia. Aunque la película no se ha estrenado ni en Irán ni en Irak (sí en el Kurdistán) espera que se exhiba pronto. De momento, además de España, donde se estrenará en pocas semanas, la película ha sido comprada en Francia, Inglaterra, Italia, Alemania, Brasil y Argentina.
El hotel María Cristina, que en la recta final del festival suele estar intransitable por la cantidad de gente que allí se congrega, ayer se movía con mucha calma. Sin rostros conocidos ni gritos de admiradores a las puertas, el festival estuvo más cerca que nunca del cine comprometido. Las caras desconocidas de los ganadores pasaban desapercibidas entre la gente.
Los dos actores ganadores de la Concha de Plata, Connie Nielsen y Ulrich Thomsen, protagonistas de la película danesa Brothers, llegaron a la ciudad ayer por la tarde. La actriz, que voló desde Los Ángeles, se quedó descansando en su habitación mientras que el actor sólo declaró a los periodistas su "orgullo" por un premio a una historia que narra los traumas provocados por la guerra. "Enviar a hombres a la guerra, hacia una muerte segura, es un tema que me revuelve especialmente".
La directora Xu Jinglei, que también ha escrito el guión y ha producido e interpretado la película Carta a una desconocida, logró la Concha de Plata a la mejor dirección. "Pensaba que como ésta era mi segunda película a lo más que podía optar era al premio de los nuevos directores. Esto supone un empujón muy grande para mi carrera. Leí hace 10 años el libro de Stephan Zweig en el que se basa la película y desde entonces mi visión sobre él ha cambiado mucho. Si un día lo interpreté de tal manera que las mujeres me daban pena, ahora las mujeres me parecen llenas de fuerza y de iniciativa".
Jinglei, sentada en un sofá del vestíbulo del hotel, disfrutó con calma de su premio mientras nadie reparaba en ella.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.