Un país de biografías
Si el individuo es la medida de todas las cosas, la biografía es el género de referencia
El periodista e historiador británico Anatol Liven, en America right or wrong, sustenta que la Administración de Bush respondió al 11-S explotando una fuerza sumamente enraizada en el pensamiento y en las maneras de hacer de los ciudadanos: el nacionalismo americano, y que esta fuerza está deformando la relación del país con el mundo y perjudica gravemente a sus propios intereses. El marco patriótico, siempre presente en la vida norteamericana, está en la actual campaña electoral más vivo que nunca y los críticos de Bush se sienten condicionados por ello.
Siempre recordaré la sensación de ya conocido que tuve al aterrizar por primera vez en Estados Unidos, en Niágara. Por aquel entonces, estaba de moda en España la serie El fugitivo y, al salir de aquel pequeño aeropuerto, tuve la sensación de pisar uno de sus escenarios. Estados Unidos, a través del cine, ha mostrado profusamente sus miserias y sus grandezas a todo el mundo. Y lo ha hecho de una manera que, visto desde la vieja Europa, parece falta de pudor e incluso cargada de cierta inocencia, imputable a la condición de país joven. Los resabiados europeos buscamos siempre cierta sofisticación con la que protegernos. La potencia de su industria cultural ha puesto los secretos de América a disposición del mundo, y no siempre han sido bien interpretados.
Cuando creían que la historia había terminado, descubrieron su vulnerabilidad
La incomodidad de lo ideológico está presente en el debate que ha seguido al 11-S
Al mismo tiempo, país ensimismado, siempre al borde de pensar que el mundo no se merece a Estados Unidos, despliega continuamente gran cantidad de literatura para el consumo interior. Una parte de la cual salta al exterior, porque sabemos que nada de lo que ocurre en América nos es ajeno. En año de campaña electoral, el número de libros se multiplica. Y más si, como es el caso, el país se presenta profundamente dividido, con una sensación de crisis sólo contenida por las apelaciones permanentes al patriotismo y por la presencia de tropas estadounidenses en un lugar de alto riesgo, que ha despertado la más temida de las sombras, la sombra de Vietnam.
Estados Unidos es un país de biografías. En una sociedad en que el triunfo es la medida de todas las cosas y el perdedor no sólo queda en los márgenes sino que carga con la culpa de su suerte, se consumen con fruición las historias ejemplares de los que consiguieron el reconocimiento y la fortuna, ya sea en la empresa, en la política, en el espectáculo o en el deporte. Revisando las vidas de los que triunfaron uno puede tener quizá la esperanza de aprender algo que conduzca al éxito. Y, naturalmente, donde el triunfo se ensalza, nada tiene tanto morbo como la caída de los grandes. Si el individuo es la medida de todas las cosas, la biografía es el género de referencia.
Como ha explicado Benjamin Barber, está inscrita en la conciencia de los norteamericanos la idea de pueblo escogido. Llegaron tarde, cuando la historia ya había caminado bastantes siglos. ¿Por qué? Porque es el pueblo que Dios puso sobre la tierra para corregir el rumbo que las generaciones anteriores de la humanidad le habían dado. El siglo XX ha sido un siglo dominado por los americanos, sin que -hasta el 11-S- nadie hubiera osado nunca atacarles en el territorio continental. Cuando creían que la historia había terminado y que su reino se imponía definitivamente sobre la tierra, descubrieron su vulnerabilidad. Mientras a la ciudadanía le entraba el miedo -debidamente explotado por una Administración que ha hecho de la seguridad ideología-, académicos, periodistas y generadores de ideas de las fundaciones próximas a los poderes económicos y políticos escribían sobre el futuro del imperio, al que algunos empiezan a ver amenazado. E imaginaban estrategias sobre cómo garantizar la continuidad de la hegemonía americana. Era una preocupación que venía de antes del 11-S y que los ideólogos que acompañaron a Bush en su campaña convirtieron en base potencial de acción. El ataque de Al Qaeda permitió convertir las ideas en hechos y aumentó la conciencia de debilidad. Los libros sobre este tema se han multiplicado. ¿Podrá Estados Unidos gobernar el siglo XXI?
Fue en Estados Unidos donde
se proclamó el fin de las ideologías. Como ha explicado Louis Menand en El club de los metafísicos, la ideología de la modernidad estadounidense debe mucho a "una idea sobre las ideas" acuñada después de la guerra civil: "Las ideas son herramientas que la gente crea para hacer frente al mundo en el que se encuentra". De modo que lo que se valora es su adaptabilidad y su utilidad. Esta desconfianza respecto de cualquier trascendentalidad que emane de las ideas, territorio reservado a lo religioso, se traduce en un pragmatismo que ha estado siempre presente en la política norteamericana. Por eso, sorprende ahora que un grupo sumamente ideológico controle el poder y subordine el pragmatismo tradicional a unos presupuestos neoconservadores fundados en formas de integrismo religioso. La incomodidad de lo ideológico está presente en el debate que ha seguido al 11-S. E incluso sectores del partido republicano echan de menos el pragmatismo que caracterizó a sus dirigentes.
Amante de las confrontaciones simples, de las situaciones en que está muy claro quién es el bueno y quién es el malo, Estados Unidos vive la incomodidad de ver cómo la víctima que el 11-S recibió la solidaridad y la simpatía de gran parte del mundo se ha ido convirtiendo, a los ojos de los demás, en verdugo. Y el rechazo y el resentimiento contra Estados Unidos crece. Pero América, siempre con un pie fuera del mundo, no pierde el hilo de sus historias familiares. Con una mezcla de voyeurismo de un país de cultura audiovisual y de puritanismo de una sociedad en pugna entre lo religioso y lo pragmático, en que la virtud es el dinero. Y vive con desasosiego la amenaza del terror y las dificultades de descifrar y responder a un enemigo invisible que ha trasladado la incertidumbre al imperio.
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