Miguel Palacio representa con teatralidad los detalles de su propio estilo
La segunda jornada de Cibeles volvió a dejar inquietud y un extraño sabor de boca cercano al desencanto. Colecciones indecisas, multitud de ideas sin desarrollar, muestrarios eclécticos y referencias evidentes fueron moneda corriente. Miguel Palacio y Ángel Schlesser fueron los dos puntos reseñables de un día donde faltó energía e inventivas con futuro. Jesús del Pozo naufraga en su intento de "actualización"; Antonio Pernas muestra un universo quieto y sin lenguaje; Lemoniez apunta a cambios positivos.
Así las cosas, el papel rector de la Asociación de Creadores de Moda de España, que ocupó hegemónicamente los dos primeros días de desfiles, se debilita por momentos y por evidencias. En la mayoría de ellos permanece el oficio que sin duda poseen, pero a sus propuestas actuales hay muchas cosas que reprochar, en lo formal y en lo conceptual.
Miguel Palacio hizo más de lo mismo, que está bien, pero sabe a poco. En un estilista de su talento se le exige más riesgo, que ahora hace una especie de representación teatral de su estilo. Su gama del topa al champaña para desembocar en su inveterada serie negra le permitió coser el raso con rasante democrático, como si fuera algodón, llevándolo a camiseros de doble botonadura, grandes bajos sueltos a lo Zac Posen (este nombre estaba muy presente esta vez) en los pantalones elefante de talle bajo, volantería en guirnalda deconstruida de gran efecto y unas salidas en oro brocado de discreta estabilidad (falda de capa, pantalón) acompañadas de camisas con jaretas.
Jesús del Pozo tuvo detalles sueltos propios dentro de un desfile desconcertante donde quiere ponerse al día a toda costa; así se refugió en los marcados detalles de La Casita de Wendy, entre otras, para dar un toque hasta infantil a sus prendas, donde había bañadores de los años cuarenta, faldas sobre de doble capa y tejidos amables en gamas intermedias, uno de sus sellos, que trufó con monos pirata a raya inglesa hasta entrar en unos productos más ligeros que los habituales.
Antonio Pernas usó un estilista incompetente que le estropeó los pocos aciertos de su colección, basada en el marfil y el blanco, los algodones tan rebajados que llegan a la veladura, camisetas canotier muy masculinas, como las chaquetas acompañadas de bermudas rodilleras. Ha sido una colección tan tranquila que llegó a lo pálido, donde también intentó usufructuar la levedad del raso lencero y los asedados florales, apareciendo de pronto unas delirantes esclavinas de paillette plata que dejaron más de una interrogación en el aire.
Un Lemoniez algo mejorado y en penumbra estuvo aceptable con su uso del rombo como motivo óptico y de patrón, un arranque lógicamente encadenado que luego derivó en desvarío con la ropa de fiesta.
Al final de una jornada agotadora por su monotonía más que por su intensidad creativa, Ángel Schlesser dio también un giro interesante a su colección con la aparición de colores saturados muy visibles sobre una constante de base en beis. Ese soporte neutro a veces se emparenta con el amarillo, el marrón o el naranja tostado sobre líneas más despegadas del cuerpo, una silueta sin ceñir que se concreta en pantalones de cintura baja con pata ancha y largo tobillero o faldas a la rodilla sin estridencias, a excepción de la de pitón teñido de amarillo. Schlesser usó poco blanco y poco negro; su gusto por los tejidos nobles se verificó en el voile de algodón, la seda rústica, el lamé estampado como cashmire y los popelines estampados: digamos continuidad con algo de nueva respiración.
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