Polémica en Alemania por la imposición de la nueva ortografía
Con sus múltiples palabras compuestas, sus sutiles distinciones entre mayúsculas y minúsculas y sus intrincadas reglas de puntua-ción, el alemán nunca ha sido un idioma fácil. Cada vez más, sin embargo, es también confuso. Dos sistemas ortográficos -el previo y el posterior a una reforma acordada en 1996- han entrado en franca colisión. La polémica ocupa desde hace semanas amplios espacios en los periódicos y se ha convertido en una verdadera batalla campal entre periodistas, políticos, enseñantes y escritores.
La reforma ortográfica acordada en 1996 fue más bien tímida. Entre los asuntos que pretendía simplificar estaba el uso de la s aguda (que en alemán cuenta con una letra propia, la ß), la unión o desunión, en una sola expresión, de verbos, sustantivos, adverbios o adjetivos, muy frecuente en alemán (malhablado, por ejemplo) y la colocación de las comas, quebradero de cabeza para generaciones de alumnos. Los cambios fueron elaborados por un grupo de académicos y autorizados por los ministros de Educación de los 16 Estados federados y por los responsables lingüísticos de Austria y Suiza.
Desde un inicio, la resistencia fue feroz, sobre todo entre los grandes escritores alemanes. En 1996, autores de la talla de Günter Grass, Martin Walser y Hans-Magnus Enzensberger exigieron enterrar el proyecto. El remedio, dijeron, era peor que la enfermedad: en su afán de eliminar los sinsentidos idiomáticos, la reforma había creado otros más graves, y además atentaba contra la estética, al permitir, por ejemplo, el uso de tres consonantes idénticas seguidas.
Pero el proyecto siguió adelante. El diccionario de referencia, el Duden, rápidamente incorporó las modificaciones. También los periódicos asumieron los cambios. Además, a partir de 1998, la nueva ortografía comenzó a enseñarse en todos los colegios. Según la mayoría de los enseñantes, surtió efecto: con las nuevas reglas, los niños cometen menos errores que antes.
Hasta la fecha, la nueva escritura no es obligatoria, y la mayoría de las publicaciones literarias y también Frankfurter Allgemeine Zeitung se siguen rigiendo por las reglas antiguas. Todos estaban más o menos satisfechos con esta permisividad hasta que los ministros de Educación confirmaron en junio que a partir del 1 de agosto de 2005, al menos en el ámbito oficial, sólo regirá una ortografía, la nueva.
Los primeros en poner el grito en el cielo, otra vez, han sido los escritores. Hans-Magnus Enzensberger y el crítico Marcel Reich-Ranicki temen una "catástrofe" y han denunciado una "mafia sin escrúpulos, amotinada en trastiendas para acabar con el idioma alemán".
Igual o incluso más contundente ha sido la segunda oleada de la ofensiva contrarreformista. Han anunciado su regreso a la vieja ortografía el mayor semanario de Alemania, Der Spiegel; el mayor diario de calidad, el Süddeutsche Zeitung, y el mayor periódico sensacionalista, el Bild, con 12 millones de lectores diarios. "Seis años después de la introducción de la nueva ortografía, hemos llegado a la alarmante conclusión de que la reforma, en su uso cotidiano, ha fracasado", según sus directores.
Nuevas reglas
El impacto de la decisión fue grande: estas tres cabeceras, junto a otras de las respectivas casas editoras, alcanzan hasta a un 60% de la población alemana. A los partidarios de la reforma les tomó unos días encajar el golpe, pero ya han vuelto a cerrar filas. Sus argumentos van desde la justificación lingüística de la reforma, pasando por razones económicas (volver a modificar los textos escolares costaría 250 millones de euros), hasta los llamamientos a la responsabilidad pedagógica (una primera generación de niños ya aprendió el alemán con las nuevas reglas y ahora les costaría mucho volver a cambiar de chip).
Mientras que los ministros ale-manes tienen previsto volver a reunirse en octubre, probablemente para confirmar su decisión, Austria y Suiza ya han dicho que mantienen la reforma. Los partidarios de regresar a las viejas reglas, entretanto, no tienen claro si lo que pretenden es eliminar todos los cambios o mantener algunos. "Que decida la gente. Convoquemos un referéndum", ha propuesto un grupo de catedráticos de Derecho.
Babelia
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