Al Sáder y Alaui luchan por el poder en Irak
La revuelta chií en la ciudad santa de Nayaf oculta una pugna por el control del futuro del país
Irak ha sido últimamente la historia de dos ciudades y de dos hombres de enorme ambición, cada uno de ellos en busca del poder en un país que, algún día, emergerá de la confusión creada tras la caída de Sadam Husein.
En Nayaf, Múqtada al Sáder ha demostrado cómo un corpulento clérigo con una milicia fiel y un hábil manejo de la política de la calle chií es capaz de plantarle cara al poderío estadounidense. En Bagdad, Ayad Alaui, también corpulento y chií, pero laico y apoyado por los tanques norteamericanos, ha hecho uso de su cargo de primer ministro interino para advertir a Al Sáder de que el tiempo de su insurrección se está agotando. Para aumentar el drama, los dos hombres se han enfrentado por el control de la mezquita del imán Alí, en Nayaf, el santuario más venerado por los chiíes desde que, hace 1.300 años, naciera esa rama del islam tras la muerte del profeta Mahoma.
Al concluir la semana, el enfrentamiento en Nayaf no había explotado ni remitido. Al Sáder daba señales de buscar una salida para evitar su propia aniquilación y la de sus seguidores y para salvar lo que ha perseguido todo este tiempo: consolidar su imagen de defensor de la fe y el orgullo de los chiíes de Irak.
Solución negociada
Alaui, decidido a expulsar a Al Sáder de la mezquita de Nayaf y a desarmar a su Ejército del Mahdi, pero consciente de que tomar por las armas el santuario sería un duro golpe para la reputación de cualquier político chií, también parecía buscar una solución negociada, un desenlace que a buen seguro complacería a sus protectores en Washington, para los que un baño de sangre en Nayaf sería aún más difícil de digerir.
Las situaciones confusas requieren soluciones confusas. Incluso los iraquíes que suspiran por la brutal simpleza de la vida bajo Sadam Husein, como muchos hacen ahora, no han olvidado lo que el dictador hizo cuando también se enfrentó a una ocupación armada de la mezquita de Alí, durante la revuelta chií que estalló tras la guerra del Golfo en 1991. A pesar de su condición de tirano, Sadam comprendió que por su propio bien era mejor llegar a un acuerdo que ordenar a su Ejército tomar por las armas el santuario. Tras lanzar varios proyectiles, insinuó que las armas químicas vendrían después, y los rebeldes abandonaron la mezquita. Muchos de ellos fueron detenidos, ejecutados y enterrados en fosas comunes.
Quizá Alaui, en sus momentos de mayor crispación, prefiera que Al Sáder muera en Nayaf, como las tropas estadounidenses que han combatido al Ejército del Mahdi en el cementerio anexo al santuario y en las calles estrechas de la ciudad vieja de Nayaf. Al menos nueve marines y soldados estadounidenses han muerto, junto a 400 combatientes de Al Sáder, según el recuento oficial norteamericano.
Pero asaltar la mezquita, incluso si son tropas iraquíes las que dirigen el ataque, causaría con toda probabilidad una insurrección entre la mayoría chií de Irak. Y un Al Sáder muerto sería para el Gobierno de Alaui -y para los estadounidenses- un problema tan grande como lo ha sido vivo. El martirio es una pieza central del credo chií, y las legiones de Al Sáder serían movilizadas de nuevo por otro tribuno callejero. El propio Al Sáder ha marcado la pauta al construir su milicia a partir del asesinato -a manos de agentes de Sadam Husein, según la creencia generalizada en Irak- del gran ayatolá Mohamed Sadeq al Sáder, su venerado padre, en 1998.
Para el proletariado chií que constituye su base, poco importa que el joven Al Sáder sea un novato en materia religiosa, un clérigo de bajo rango de poco más de 30 años que se ha ahorrado años de duro estudio en el seminario. Menos importante todavía es, al parecer, que su líder haya sido procesado como presunto instigador del asesinato de un clérigo rival, Abdul Majid al Joei, que regresó a Irak desde el exilio en los días inmediatamente posteriores a la entrada de los estadounidenses en Bagdad, hace 16 meses, para ser asesinado a tiros y a puñaladas fuera de la mezquita de Nayaf.
Senda constitucional
Mientras que Al Sáder ha tratado de construir su futuro político apoyándose en una rebelión armada -en Nayaf, en el populoso arrabal bagdadí de Ciudad Sáder (bautizado con el nombre de su padre) y en una constelación de pueblos y ciudades del sur de Irak, incluyendo Basora-, Alaui ha apostado por la senda constitucional para llegar al poder.
El Estado de derecho no fue siempre su modelo favorito, como recuerdan los iraquíes que le conocieron en su época de estudiante de medicina en la Universidad de Bagdad. Entonces, según esos testigos, Alaui, que se licenció como neurocirujano, era partidario acérrimo del partido Baaz, un hombre que portaba armas y que amenazaba a los estudiantes que criticaban al régimen.
Su reputación de tipo duro fue una de las razones -quizá la más importante- de que se convirtiera, en el exilio, en protegido de la CIA, y después en candidato favorito de EE UU para el puesto de primer ministro del Gobierno interino nombrado a finales de junio pasado. En el cargo, Alaui ha reforzado su imagen de hombre de hierro, visitando cárceles de Bagdad para interrogar a acusados de emboscadas, bombardeos y secuestros. Ha ordenado a policías y guardias de prisiones que no tengan piedad con los detenidos, ha reinstaurado la pena de muerte -suspendida por los estadounidenses el año pasado- y ha defendido su aplicación en cualquier acto de rebelión, incluso en aquellos que no causaron muerte alguna.
Los jugadores de fútbol critican a Bush
Los jugadores de la selección iraquí de fútbol han reaccionado con indignación al uso del equipo olímpico de su país en un anuncio electoral del presidente de EE UU, George W. Bush. "No queremos que Bush nos utilice en la campaña presidencial", afirmó el mediocampista Salih Sadir, originario de Nayaf, al semanario deportivo estadounidense Sports Illustrated. "Podría buscar otro modo de promocionarse".
En el anuncio de televisión de la campaña de Bush, con la imagen de las banderas de Irak y Afganistán como fondo, una voz dice: "En estos Juegos Olímpicos habrá dos naciones libres más y dos regímenes terroristas menos". Otro de los futbolistas iraquíes comentó: "¿Cómo puede Bush rezar a su Dios habiendo masacrado a tantos hombres y mujeres?".
Los responsables del equipo olímpico iraquí ha acusado a los periodistas de Sports Illustrated de aprovecharse de la ingenuidad de los jugadores. "Nuestro propósito es no politizar al equipo de fútbol", declaró Mark Clark, asesor del Comité Olímpico, a Reuters. "Creo que el reportaje es una fabricación". A juicio de Clark, los futbolistas iraquíes fueron "un poco ingenuos" y los periodistas sabían de antemano qué respuestas iban a obtener al tipo de preguntas que hicieron. El seleccionador iraquí, Adnan Hamd, declaró: "El Ejército de EE UU ha matato a mucha gente en Irak. ¿De qué libertad estamos hablando si cuando voy al estadio hay disparos en la carretera?".
La selección iraquí, una de las revelaciones del torneo, se clasificó ayer para jugar las semifinales al derrotar a Australia por 1-0.
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