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Columna
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La impostura de las cuentas nacionales

Se amontonan los ejemplos de prácticas de gobierno y de decisiones políticas contrarias a la voluntad ciudadana. La democracia cada día más se limita a un juego electoral de objetivo único: legitimar el poder de la clase dirigente y de los partidos a su servicio mediante el establecimiento de mecanismos institucionales y técnicos, refrendados por el voto y susceptibles de neutralizar los intereses de la mayoría y de amordazar toda expresión de la opinión popular. ¿Cómo calificar de otra manera el escándalo del apoyo a la guerra de los partidos y de los políticos e intelectuales de muchos países -Hungría, España, República Checa, Polonia, etcétera, con sus Geremek, Havel, Michnik, etcétera- cuya opinión pública era abrumadoramente opuesta a ella? ¿Cómo describir el divorcio entre la presentación del crecimiento de la riqueza y del bienestar propuesta por las cuentas nacionales de los países occidentales y la experiencia directa de los habitantes de esos países? En 1980, Reagan, apoyándose en el crecimiento de casi el 8% que había experimentado la renta per cápita de los norteamericanos en los últimos cuatro años, les pregunta cuál era su nivel de satisfacción en cuanto al bienestar individual y colectivo. Más del 70% contestan que bajo o muy bajo. En 1998, Angus Reid, de Globe CTV, pregunta a los canadienses si consideran que su situación había mejorado en comparación con la de sus padres, dado que en los 30 años que van desde 1968 a 1998 el PIB por habitante había aumentado en más del 60%. Cerca del 65% de los encuestados contestaron que había empeorado.

Esta lectura contradictoria de la realidad es función no sólo de la posición que cada uno ocupa en la escala social, sino del marco conceptual / referencial de que se parte y de los instrumentos que se utilizan para la valoración. En la última posguerra mundial las exigencias de la reconstrucción y los postulados del desarrollo empujan al establecimiento de un conjunto de referentes cuya expresión más acabada es la planificación indicativa que encuentra en Francia su mejor concreción. Ahora bien, ese marco reclama un arsenal organizado de parámetros y magnitudes, que se formalizan y articulan desde los supuestos teóricos, y en particular ideológicos, de la economía neoclásica a los que la dominación de la Escuela de Chicago acabará limpiando de toda "escoria keynesiana". Nos encontramos con ello con unas cuentas nacionales limpias de toda consideración que no se refiera a la expresión monetaria de la producción, formulada mediante un conjunto de convenciones contables, que asignan valores a determinados productos omitiendo todos los demás. Estas reglas convencionales tienen una voluntad normativa que se funda en la doble autoridad institucional y científica que se refuerzan mutuamente, descalificando toda crítica y aún más toda propuesta alternativa.

La convergencia, o mejor unidad, entre poderes económicos, políticos y mediáticos ha llevado a la mitificación de los indicadores más conocidos y perversamente convencionales -PNB, PIB, renta per cápita-, convirtiendo sus aumentos en la verdad revelada de la creación de riqueza. La negación de todo otro tipo posible de conocimiento y análisis de la actividad económica y la radicalización dogmática de las cuentas nacionales, convertidas en las tablas de la ley de la riqueza, han llevado al absurdo de que los desastres, las epidemias, las catástrofes sean hoy los vectores que más estimulan el crecimiento. Las vacas locas, el naufragio del Erika y el Prestige, las grandes inundaciones, los incendios del verano, con la asistencia a las víctimas que reclaman y las necesidades de reposición que exigen, todo debidamente computado e incorporado a esas tablas, son los grandes soportes del crecimiento. Para las cuentas de la salud, cuantas más intervenciones quirúrgicas practiquemos, cuantos más medicamentos consumamos, mejores serán los resultados. Su éxito depende no de que estemos sanos, sino de que haya muchos enfermos y de que estén muy graves. La gran cuestión que oculta la contabilidad nacional propia del modelo económico actual es cuánto cuesta su riqueza económica. Cuánto cuesta en gastos naturales, cuánto cuesta en gastos sociales. Las cuentas en esos ámbitos son una urgencia imperativa para que esa riqueza no nos haga cada vez más pobres y no acabe con el futuro de nuestros hijos.

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