El hombre que llegó, vio y se equivocó
El diplomático Paul Bremer se va tras disolver el Ejército y despedir a los funcionarios baazistas
Llegó, vio y, en opinión de la mayoría de analistas, se equivocó. Cuando el embajador J. Paul Bremer, un veterano del servicio exterior estadounidense de 62 años, llegó a Bagdad en mayo de 2003 como autoridad máxima de las fuerzas de ocupación, la población iraquí, agradecida por el derrocamiento del dictador Sadam Husein, aplaudía al paso de los convoyes militares estadounidenses. Catorce meses después, los aplausos se han convertido en abucheos si no no en bailes de alegría cuando un vehículo militar de las fuerzas de la coalición es alcanzado por una bomba trampa en las calles de las ciudades iraquíes. Una encuesta reciente encargada por la propia Autoridad Provisional de la Coalición (CAP, en sus siglas inglesas) contenía este dato demoledor: únicamente un 2% de los iraquíes encuestados se mostraba de acuerdo con la ocupación.
Sin embargo, sería injusto culpar sólo a Bremer de los errores de Estados Unidos en Irak. El diplomático fue sólo el instrumento de una estrategia diseñada por los neoconservadores del equipo político del Pentágono, basada en una serie de premisas, la mayoría de ellas erróneas, como suponer que los iraquíes aceptarían graciosamente una ocupación que no les garantizaba la seguridad o pensar que un proceso electoral calcado del sistema estadounidense podía ser aplicado sin más en un país con 40 años de dictadura a sus espaldas. Como manifestaba recientemente a The Washington Post el analista de la Hoover Institution de la Universidad de Stanford, Larry Diamond, que durante un tiempo fue asesor de la CAP en Bagdad, "cuando se examina nuestra actuación es imposible escapar a la conclusión de que hemos desaprovechado una oportunidad sin precedentes".
Como Julio César en la Galia, Bremer, que sustituyó como pro-cónsul de Washington al general retirado Jay Garner, buen conocedor de la zona, destituido por su aparente tibieza, quiso demostrar desde un principio que sus poderes eran absolutos y tomó dos medidas que constituyeron dos absolutos errores: la disolución, no sólo de la Guardia Republicana del dictador, sino de la totalidad de las Fuerzas Armadas iraquíes, así como el despido de todos los miembros del Partido Baaz de Sadam Husein. La primera creó un vacío total de poder en el país, imposible de llenar con las 160.000 fuerzas de la coalición, muchas de ellas empeñadas en labores de reconstrucción. Igualmente, la desbandada del Ejército regular, cuyos 400.000 miembros se fueron a casa con su armamento ligero intacto, privó a Bremer de la única institución iraquí respetada a escala nacional dada su composición interétnica y religiosa. Por su parte, la desbaazificación forzosa del funcionariado dejó a los ministerios en cuadro y engrosó en otras docenas de miles el número de parados. Un cuadro ideal para el recrudecimiento de la resistencia.
En opinión de observadores y analistas de la situación iraquí, Bremer ha actuado en Irak más como el ejecutivo de una empresa multinacional que como un político a cargo de una de las tareas más difíciles y envenenadas en la historia de las relaciones internacionales de los últimos tiempos. Trabajador infatigable, el procónsul se ha preocupado más en cumplir una agenda de objetivos materiales que de estrechar relaciones con el pueblo iraquí. Sirva de ejemplo el hecho de que en sus 14 meses de estancia no ha conseguido ser recibido por la máxima autoridad religiosa chií de Irak, el gran ayatolá Alí al Sistani.
Bremer rechaza estos ataques y afirma que "el análisis del día a día impide ver con objetividad" el panorama general. Y ese panorama general es, en su opinión, satisfactorio. Desde su llegada, 2.500 escuelas han sido reconstruidas o reparadas, tres millones de niños han sido vacunados y ocho millones de libros de texto han sido distribuidos. Todas las universidades están abiertas y la libertad de prensa y de reunión es total. Asimismo, Irak cuenta con una nueva moneda estable, sin la efigie de Sadam, una tasa de crecimiento anual en alza, las inversiones extranjeras han sido totalmente liberalizadas y, lo que es más importante, el petróleo está totalmente en manos iraquíes. Sin embargo, el suministro de energía eléctrica sigue estancado en 4.000 megavatios, 2.000 menos de los prometidos por Bremer para primeros de junio, lo que significa un promedio de entre ocho y doce horas de electricidad al día. La diferencia con los tiempos de Sadam es que el dictador reducía el suministro de energía a veces a dos horas diarias en muchas zonas del país para que Bagdad gozara de un suministro casi ininterrumpido.
Bremer abandonó ayer Bagdad dos horas después de haber entregado los poderes de la coalición al nuevo Gobierno interino iraquí, escogido por el enviado especial de la ONU, Lajdar Brahimi, de acuerdo con EE UU y el anterior consejo de gobierno provisional. El juicio futuro sobre la labor de Bremer estará ligado al éxito o fracaso de los nuevos responsables iraquíes. De momento, el nuevo primer ministro, Ayad Alaui, ya ha anunciado un giro de 180 grados con relación a la política de Bremer. El antiguo ejército regular será reconstruido y los funcionarios baazistas recuperarán sus antiguos puestos con sólo someterse a un proceso de depuración de altos mandos.
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