Un ingenuo
No vi a nadie agitar el periódico en el aire horrorizado ante la idea de que todo estaba permitido. Y sin embargo, la noticia decía que los asesores jurídicos de la Casa Blanca habían elaborado un informe que se ajusta como un guante a las medidas espirituales de Bush, y según el cual la tortura está justificada cuando la ordena el presidente por antonomasia. Este hombre, que ya disponía de la vida de sus súbditos (y sus súbditos somos todos los habitantes del planeta) cuando le venía en gana, no podía sin embargo arrancarles las uñas, empalarlos, o aplicarles corrientes, sin el peligro de enfrentarse a los rigores de la ley, lo cual era, a todas luces, una contradicción. Desde hace un año, gracias a ese informe de alta costura moral, no tiene límites en lo que se refiere a la utilización, a la manipulación o a la partición de los cuerpos de sus congéneres. Qué desproporción entre la cantidad de poder y la escasez de escrúpulos.
Todo está permitido. No vi a nadie corriendo por las calles agitando con horror la hoja del periódico. Tampoco yo lo hice, quizá por miedo a parecer ingenuo o a dar la impresión de que no estaba de vuelta. Pero no lo estaba, esa es la verdad, ni lo estoy. Cómo iba a imaginar, al cabo de los siglos, que pertenezco a una cultura sin limitaciones morales. Llevo meses luchando para no acostumbrarme a Guantánamo, a Powell, a Rumsfeld, a Condoleezza Rice; haciendo ejercicios para que se me disparen las alarmas cuando oigo llamar errores políticos a puros crímenes; obligándome a que se me pongan los pelos de punta cada vez que abro el álbum de familia y veo a la soldado England jugando a los perros con un árabe... Y ahora resulta que todo eso estaba escrito en las Tablas de la Ley.
Todo está permitido. De hecho, hace unos días, el Papa, que comparte con Bush la representación de Dios, SA, en la Tierra, recibió a su socio, por el que se dejó condecorar al final de la "cordial" entrevista. El mismo Papa que excomulga a niñas violadas que osan abortar, acepta medallas del autor de un manual que se atribuye sobre las criaturas unas competencias que pondrían la carne de gallina al mismísimo Creador. Soy un ingenuo, sí, y estoy aterrado, pero no quiero que se me quiten ni la inocencia ni el espanto.
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