La dimisión de Tenet
Si la dimisión de Charles Tenet, jefe de la CIA durante siete años, significa que en la Administración estadounidense comienzan a asumirse responsabilidades por las decisiones sobre Irak, bienvenida sea. Hasta ahora nadie en el círculo íntimo presidencial, responsable de la cadena de históricos errores sobre el país árabe, había dado un paso adelante. El caso más relevante es el del ministro de Defensa, Rumsfeld, que tras aceptar "plena responsabilidad" por las torturas a presos iraquíes, sigue en el Gobierno con el beneplácito de Bush.
El formidable fiasco sobre las armas nucleares, químicas y biológicas de Sadam, supremo argumento público para justificar la guerra, no se había cobrado hasta ayer una sola cabeza, pese a que la CIA de Tenet fue el organismo que suministró a la Casa Blanca -y al secretario de Estado, Powell, en su alegato televisado ante el Consejo de Seguridad- el grueso de la información. Quizá el hecho de que la legendaria CIA acuse ahora a su confidente iraquí Chalabi, caído en desgracia, como proveedor último de los datos sobre las supuestas armas de Sadam, a través de una conspiración con el régimen iraní, explique algunas de las turbulencias que han precedido a la despedida de Tenet. La capacidad previsora de la agencia también quedó en evidencia, como le sucedió al FBI, en el torpe manejo de los datos previos a los atentados del 11-S.
La Casa Blanca practica sobre Irak una política que excluye excusas y explicaciones, incluso de sus errores más palmarios. En la cadena de arrogancia e incompetencia que ha desembocado en el polvorín iraquí actual, no hay error más determinante que el concerniente al potencial bélico de Sadam.
Quizá Tenet, un funcionario competente al decir de muchos, pase a la historia de su país por la radical certidumbre con la que, según el reciente libro de Bob Woodward, garantizó a un inquisitivo Bush la existencia de aquellos arsenales. Pero en este terreno, el todavía jefe de la CIA, que en alguna ocasión mostró su escepticismo por los análisis de su propia gente, no es el único que ha hecho afirmaciones ridículas, aunque por razón del cargo deba comenzar a pagar los platos rotos. Rumsfeld dijo, en septiembre de 2002, que "hasta un mono entrenado" sabía que Sadam tenía arsenales letales; Bush endosó al tirano destronado la compra de uranio en África, y el vicepresidente Cheney precisaba el año pasado que Bagdad intentaba construir la bomba atómica.
Más desnuda que nunca, la cuestión que permanece tras la dimisión de Tenet es si el entorno presidencial manipuló al espionaje de EE UU. Lo conocido hasta ahora avala las sospechas de la oposición demócrata de que en torno a la Casa Blanca un puñado de embusteros utilizó el zarpazo terrorista islámico como excusa para apuntalar la decisión previa de atacar Irak.
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