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Entrevista:MICHEL FABER | Escritor | 63ª FERIA DEL LIBRO DE MADRID

"Lo moderno comienza después de Marx"

Jesús Ruiz Mantilla

Tiene cara de niño, por las fotos. Pero después de leer Pétalo carmesí, flor blanca (Anagrama), que según él es un libro sobre "la pérdida de la inocencia", Michel Faber (Holanda, 1960) se revela como un ser que conoce a fondo la perversidad. Claro que para limpiarse el alma con ambición de pureza es necesario haber pateado el barro y el estiércol que humea desde la otra parte, y ese equilibrio entre el deseo y la realidad es el que consigue de manera magistral este autor directo y amante del exceso en su obra recién publicada en España.

Amante del exceso, sí, porque Faber deshoja su pétalo carmesí a lo largo de 1.035 páginas, donde crea un fresco gigantesco en el que se huele y se patea el Londres de la época victoriana de la mano de unos personajes encerrados en un enjambre de supervivencia vital y moral difícil de traspasar. Allí habita Sugar, una prostituta arrancada de la calle por su amante, el magnate de la industria de la perfumería William Rackham, un pájaro con vuelo de cuervo y alas de buitre, casado con una presunta demente y hermano de un cura con pretensiones de santo, pero atado a las servidumbres del instinto.

La longitud de la obra no ha impedido que se convierta en un best seller aclamado por la crítica en inglés: "La extensión de una novela no es un problema para el lector. Lo que importa es lo que éste se preocupa por los personajes. Si el libro no satisface las necesidades de quien lo lee, se hará pesado en la página 10", afirma por e-mail desde su escondrijo en las Highlands escocesas, donde Faber, nacido en Holanda, criado en Australia y perteneciente a la saga de escritores británicos más contemporáneos, se escabulle de las ciudades grandes y grises del ex imperio y se resiste a heredar las contaminaciones de la revolución industrial, que él describe de forma espectacular.

No ha querido que se le entrevistase por teléfono: "No lo uso nunca, sólo cuando me veo obligado a pedir cita al médico o algo así". Sin embargo, está permanentemente conectado a su correo electrónico, por el que envía también sus críticas a The Guardian. "Le prometo que, si lo hacemos por e-mail, será una gran experiencia", afirma al tomar contacto. Así parece. Responde a todo lo que se le pregunta y cuenta su vida: "Menos mal que han contactado conmigo ahora, porque la semana que viene me voy a Afganistán a colaborar con Médicos Sin Fronteras", dice. Habla de todo menos de lo que le costó documentarse para reconstruir la época, algo de lo que está "harto" de responder, avisan en la editorial. "No le preguntéis sobre eso", alertan. "Está dispuesto hasta a discutir con alguien que no le haya gustado, pero sobre la ambientación no va a responder a más". Pero, ¿por qué?, se le inquiere luego a través de la Red: "Porque no me gusta el teatro de la promoción. No quiero ser de esos autores con discurso preparado y que se repiten con una frase, ni convertirme en Brad Pitt con 50 entrevistas idénticas sobre su última película con el cerebro dormido y un piloto automático que responde".

Por el ordenador cuenta todo lo que se quiera saber acerca de Pétalo carmesí, flor blanca o Sobre la

piel, su primera novela publicada en 1997. "Comencé Pétalo carmesí... hace 25 años. No recuerdo sobre qué quería escribir. Creo que sobre la salvación, sobre cómo es posible que alguien rescate y alivie a otros de la infelicidad, sobre cómo podemos librarnos de los dominios y el peso de nuestra infancia, sobre cómo podemos convertirnos en lo que aspiramos a ser o estamos condenados a quedar atrapados en nuestras propias limitaciones", cuenta.

No era mal proyecto. Y así va tejiendo el alma de unos personajes inundados por esas preocupaciones y muchísimas otras más: "Sugar no es una puta virginal más digna que el resto. Ella lamenta la pérdida de su inocencia y aspira a volver a ganarse la autoestima después de haberla vendido", afirma. "William y Henry pueden ser vistos como Jekyll y Hyde, son parte de un mismo organismo que se ha desarrollado en dos direcciones distintas", describe.

En medio subsisten mendigos y criados, madames y señorones, entre la seda y el deseo reprimido de los salones y los teatros de ópera, y el olor y las palanganas de los prostíbulos y los callejones que convierten la ciudad en un embudo de suciedad y lucha salvaje por la vida: "El Londres del siglo XIX era asqueroso, sucio, de ambiente viciado, y mi libro lo describe así. Pero también es gigante, contradictorio, un laberinto aterrorizante y fascinante al tiempo. Es como Internet: encuentras en él lo mejor y lo peor, las cosas más extrañas que se te puedan ocurrir, se revuelven juntas en sus calles".

Todo convive en un cuadro de narrativa realista y moderna, tan heredera de Charles Dickens o de Balzac y Galdós, dos autores a quienes Faber asegura no haber leído, como de sus contemporáneos más crudos. "Mi novela es moderna porque ese término comienza después de Marx, del feminismo, de Freud. No digo que un autor de la época victoriana podría haber escrito una novela así, pero si nos referimos al comportamiento humano, no he intentado falsear nada para hacerlo parecer más moderno".

Michel Faber.
Michel Faber.CARLES RIBAS

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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