Humillados y ofendidos
Parafraseando la joya literaria del gran escritor ruso Fiodor Dostoiewski, creo que es así como deben sentirse todas aquellas personas que sufrieron cárcel durante la guerra: auténticas "víctimas de la Guerra Civil". En su afán de protagonismo, al consejero de Asuntos Sociales del Gobierno vasco no se le ocurrió nada mejor que inventarse un caramelo que regalaría a las personas que hubiesen sufrido encierro en cárceles o campos de trabajo durante la guerra. Para ello, contaba con un presupuesto determinado, pero dio la casualidad de que había más protagonistas de los que pensaba, entre éstos y sus cónyuges, y para colmo nos lo ofrecieron también a los huérfanos discapacitados.
Total que, para no tener que echarse atrás, tuvo que pedir más dinero y no le quedó más remedio que reconocer que ni así le llegaba: y eso que de, los más de 8.000 expedientes recibidos, tan sólo prometieron gotzokis a unos dos mil y pico. Las exigencias eran draconianas, ya que es muy difícil, por no decir imposible en la mayoría de los casos, demostrar fehacientemente el tiempo permanecido en cárceles y campos de castigo. Máxime en tiempos de guerra. Algunos, como es mi caso, todavía guardamos la cartilla amarillenta y raída donde le ponían el sello cada lunes, indicando que se había presentado otro día más, donde le prohibían tajantemente salir de su lugar de residencia y le declaraban "prisionero en libertad condicional" de la "Santa Cruzada por la gracia de Dios".
Esto lo he podido enseñar, pero nadie le dio un papel con la fecha de su detención, cuando le cogieron mientras luchaba, cuerpo a cuerpo, en las calles de Bilbo, al caer la ciudad en 1937. Ni tampoco le dieron un certificado el día que le soltaron, tras pasar por las cárceles del Carmelo, Ondarreta y unas cuantas más. Por eso no he podido demostrar los días, semanas y meses que mi padre estuvo prisionero, ya que exigen, como mínimo, haber estado seis meses. ¿Acaso no sufrió bastante la persona que estuvo tres meses o incluso uno?
A mí ya me han denegado el caramelo y, como ya lo esperaba, no me importa, pero me sigue doliendo en el alma lo que están haciendo con los hombres y mujeres que sufrieron en primera persona o a su lado todo aquello. Han pasado casi dos años desde su invitación a que nuestros mayores salieran del olvido de la historia y recordasen momentos, que muchos de ellos, hubieran preferido no recordar. Tras pasear públicamente su dolor, ahora, humillados y ofendidos, tienen que volver a refugiarse en el olvido.
Pero hay algo que no debemos silenciar y es el trabajo duro e incansable, que está llevando a cabo la Asociación Geureak-Víctimas de la Guerra Civil. Para los huérfanos, quizás solo fuera una compensación económica, pero para las verdaderas víctimas de la Guerra Civil hay que sacar dinero de donde sea. Pero, sobre todo, el Gobierno vasco tiene que hacer un reconocimiento público y oficial de lo que han representado y todavía representan todas estas personas en la historia de Euskadi. Antes de que sea demasiado tarde.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.