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Reportaje:

La verdad a cualquier precio

Familiares de fallecidos en el Yak-42 intentan aclarar en Turquía la identidad de las víctimas

Dice que una muerte así, una muerte sin muerto, destroza a cualquier familia. Que ella, María Saz, se da cuenta cuando mira a sus hijas: "Las veo recién casadas y sin alegría". Ellas le regalaron un colgante de oro del tamaño de un sello con la fotografía de su hijo, el sargento Sergio López, fallecido a los 32 años cuando regresaba de Afganistán a bordo de un avión ya tristemente famoso, el Yak-42. Aquel 26 de mayo de 2003 sigue sin caerse del calendario para las familias de los 62 militares muertos. Hay algo que impide que el tiempo pase, que se abra el necesario capítulo del duelo y la vida siga su curso. Ese algo lo contó ayer María Saz en un hotel de Estambul mientras acariciaba el retrato de su hijo: "Yo sólo quiero ir al cementerio, sentarme junto a la tumba de mi hijo y saber que él está allí, que no le estoy hablando a otro".

"Quiero saber quién está en el cementerio, a quién le rezo yo, si es mi marido o si no lo es"
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Al escucharlo, Rosa y José, los padres del capitán Santiago Gracia Royo, también fallecido en el accidente, dijeron que sí con la cabeza; un nudo en la garganta les impedía expresarlo de otra manera. Ellos también sospecharon lo peor desde el primer momento. La tarde del funeral, Rosa le preguntó a la reina Sofía: "¿Qué hay allí dentro?". Y su marido fue uno de los que le gritaron al ministro Federico Trillo-Figueroa: "¡No sabemos a quién tenemos allí!". No obtuvieron respuesta. Sin saber qué hacer, abrumados por la pena y el desconcierto, optaron por cumplir la voluntad de su hijo. Al día siguiente, incineraron los restos que les habían sido entregados y esparcieron las cenizas por montes de Panticosa. Ahora, piden disculpas: "Yo hice lo que mejor me parecía para mi hijo. Espero que no se lo tome a mal la familia del fallecido".

Es una historia detrás de otra, a cual más terrible. Durante la mañana de ayer, los familiares de 30 de los fallecidos en el accidente del Yak-42 se sometieron en el Instituto Anatómico Forense de Estambul a una extracción de sangre para determinar su ADN y cotejarlos con las muestras que posee la justicia turca. Se vivieron momentos duros, pero también de una cierta esperanza. Hartos de sentirse maltratados por el Gobierno español anterior, los familiares de los militares muertos agradecen cualquier señal de afecto, cualquier progreso en la investigación. Alfonso, hermano del cabo primero Vicente Agulló, resaltó que el día de ayer supuso un paso hacia la verdad: "No hay que olvidar que conocer lo que pasó supone un acto de respeto a los difuntos. Y hoy, un año justo después, hemos empezado a caminar. Porque seguimos anclados en un 26 de mayo terrible y permanente".

Quienes se acerquen por primera vez a esta catástrofe o la observen desde fuera pueden pensar que el hallazgo de la verdad puede resultar terrible. ¿Qué hacer si se descubre que ocho, 10 o 12 cuerpos fueron entregados por error a familias que no eran las suyas...? Basta charlar un rato con algunos de los familiares para constatar que prefieren ese horror al de la incertidumbre. Ayer, al salir del Instituto Anatómico Forense, Margarita Pérez, viuda del brigada César Barciela, se parecía a una de esas dolorosas del sur que sonríen a la vez que lloran. Decía: "Es duro, pero hay que seguir para adelante, descubrir la verdad, y por eso es un día extraño, bueno y malo a la vez. Quiero saber quién está en el cementerio, a quién le rezo yo, si es mi marido o si no lo es. A él le hacía ilusión descansar allí y, aunque era gallego, yo cumplí su ilusión de ser enterrado en mi pueblo, en San Esteban del Valle (Ávila). Así que lo enterré junto a mi padre, junto a mi familia. ¿Es tanto pedir que me digan si es él quien descansa allí realmente?".

En el avión fletado por Defensa, llegaron a Turquía la noche del domingo 60 familiares. De ellos, 37 se hicieron las pruebas para intentar establecer la identidad de 30 de los fallecidos. El resto viajó para acompañarles. Aun compartiendo muchos sentimientos, cada una de las familias vive el drama de una manera distinta. Hay quienes como David y Jacoba, ancianos ya, padres del sargento David García Paredes, se dejaron convencer el día del funeral y aún miran con ojos de inocencia todo lo que les rodea. "No sé a quién enterramos", dice David. "Un general me convenció para que no abriera el féretro. Luego, me mandaron un reloj estropeado diciéndome que era de mi hijo. Y no lo era. Intenté devolverlo, pero me dijeron que no, que me lo quedara...". Otros familiares no adoptan una actitud tan sumisa.

Uno de ellos es Francisco Cardona, padre del sargento del mismo nombre. Habla fuerte y claro: "Sencillamente, yo lucho por encontrar los restos de nuestro hijo. Y porque nadie se vaya de rositas por las buenas. Alguien ha hecho algo mal y lo tiene que pagar. Y yo prisa no tengo. A mi hijo no me lo van a devolver, pero yo estoy muy harto de tantas mentiras. Si se cree el señor Trillo que esto se ha terminado, está muy equivocado. Hay mucho tiempo. No renuncio a verlo sentado ante una comisión de investigación o ante de un tribunal".

Algunos de ellos, los de más edad, se mueven por el hotel como niños asustados. Incluso renunciaron a visitar Estambul, queriendo establecer ante sí mismos que no han acudido aquí para hacer turismo. María Saz acaricia el retrato de su hijo cada vez que lo nombra. Dice que, como gatos escaldados, ya desconfían de todo el mundo. Hasta de los actuales responsables de Defensa. "No sé", insiste María, "el jefe de gabinete de Trillo, el tal Ugarte, nos mandaba cartas amenazantes, y este chico de Bono, Roberto López, nos ayuda a subir al autobús. Y fíjate lo que he sufrido que ya no sé si tanta amabilidad es buena o mala".

Familiares de fallecidos del Yak-42 en Estambul.
Familiares de fallecidos del Yak-42 en Estambul.J. C. ARCOS / HERALDO DE ARAGÓN

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