La gran ciudad maya de Cival emerge en la jungla guatemalteca
Nuevos hallazgos desvelan la enorme importancia de la metrópoli
Al lado de los nombres de Tikal, Copán o Chichén Itzá, poco pedigrí tiene aún el de la ciudad maya de Cival. Pero los recientes hallazgos están desvelando un enorme centro ceremonial, con arte y rituales sofisticados, que invita a reconsiderar el periodo preclásico maya, según el arqueólogo Francisco Estrada-Belli, de la Universidad de Vanderbilt (EE UU), que dirige la investigación en el lugar.
Los nuevos descubrimientos en las ruinas de Cival (Guatemala, en el Petén, junto a la frontera con Belize), dados a conocer ayer por National Geographic, que financia la investigación, incluyen dos máscaras en relieve gigantes -5 - 3 metros-, con el rostro de un dios, jarras y hachas de jade, y los restos de una muralla defensiva.
Las grandes máscaras esculpidas aparecieron en una de esas situaciones arquetípicas de la arqueología, digna de los románticos tiempos de Stephens y Catherwood, los pioneros, a mediados del XIX, de la excavación de las ciudades mayas. Sucedió en un oscuro túnel abierto por saqueadores en la pirámide principal de Cival. Estrada-Belli (Roma, 1963) descubrió a tientas una fisura en la pared y al introducir la mano palpó una pieza de estuco labrado. Al excavar por el lado opuesto surgió el rostro de un dios, un antepasado y protector mítico de los gobernantes mayas, con facciones antropomorfas aunque con colmillos de serpiente. "La conservación es asombrosa, parece recién acabada", dijo a este diario en conversación telefónica. "Es muy tridimensional y está pintada en negro y rojo"
La otra máscara, al parecer de la misma divinidad -"una divinidad muy antigua, difícil de identificar"-, apareció junto a una escalera y tiene los ojos adornados con mazorcas de maíz. Estrada-Belli cree que dos pares de estas máscaras gigantes flanqueaban la escalera de la pirámide que conducía al santuario y formaban parte del escenario en el que se desarrollaban los rituales en los que el rey encarnaba a los dioses de la creación.
Este hallazgo y otros muchos, como los numerosos y muy elaborados objetos sagrados de jade, así como el nuevo mapa detallado de la zona arqueológica, han llevado a los investigadores a establecer que Cival -cuya fase principal data de alrededor de 150 años antes de Cristo- no fue en absoluto un lugar pequeño y remoto como se creía sino, al contrario, una de las ciudades más grandes del denominado periodo preclásico (2000 a. C.-250 d. C.), e incluso mayor que la vecina Holmul que alcanzó su auge mil años después. "Cival era dos veces mayor de lo que pensábamos, en realidad no se conocía su superficie hasta que empezamos a trabajar en 2001. Ocupa más de un kilómetro cuadrado. Llegó a albergar a 10.000 personas y era más grande que la Roma de su tiempo", señala Estrada-Belli. "La pirámide estaba integrada en un vasto complejo en torno a una plaza y el trazado urbano desempeñaba una función astronómi-ca, con el eje central orientado hacia la salida del sol en el equinoccio". El arqueólogo recalca que las ofrendas halladas en la plaza principal de la ciudad son ejemplos tempranos de rituales públicos asociados al poder entre los mayas preclásicos. Esas ofrendas, apunta, formaban parte de ritos solares asociados al ciclo agrario maya.
Para Estrada-Belli y otros estudiosos, el esplendor de Cival y su refinamiento obligan a replantear el concepto de preclásico como un periodo oscuro de formación. "La cultura era ya muy similar al clásico, con muchas de sus características: la realeza, la iconografía compleja, palacios sofisticados... Hay que buscar más atrás los elementos formativos de la civilización clásica".
El fin de Cival fue convulso. "Hay señales de violencia. Se construyó un muro defensivo. Y la ciudad fue abandonada, seguramente tras el ataque de otra potencia. Nunca se volvió a construir sobre las plazas y edificios, lo que significa una gran ventaja para nosotros".
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