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Entrevista:John Malkovich | Actor y director

"El teatro está vivo, el cine está muerto"

A pesar de que es mundialmente conocido por su trabajo en el cine, John Malkovich (Benton, Illinois, 1953) es y se considera un hombre de teatro. Le gusta la arquitectura, le apasiona la Europa mediterránea, es un lector compulsivo y, si se tercia, desfila con los modelos de diseñadores de ropa europeos. Se considera una persona totalmente normal: "A veces no sé qué quiere decir eso, pero a primera vista soy un padre de familia que llevo a mis hijos al colegio cuando puedo y hago una vida casi vulgar. Me equivoco, me comporto mal, no soy francés, pero me digo tout va bien, y pienso que lo que hace falta es continuar".

Aunque afirma una y otra vez que es hombre de escenario -"el teatro está vivo, el cine está muerto"-, la realidad es que se lo conoce fundamentalmente por sus trabajos en películas como La amistades peligrosas, El cielo protector, En la línea de fuego, Cómo ser John Malkovich, o incluso como director de Pasos de aile, el trabajo en el que contó con Javier Bardem y Juan Diego Botto. Sea como sea, las cifras son contundentes. Ha intervenido sólo en una quincena de películas frente a las 130 obras de teatro en las que ha trabajado como actor, director o productor.

"Freud sabe que no hay cura posible y que el único camino es el que lleva a la libertad"
"Soy una persona normal. Hago una vida casi vulgar, me equivoco, me comporto mal..."

"Sólo soy del mundo del cine en el mismo sentido en que un saxofonista puede tocar un día la guitarra, todo es música, pero no es su instrumento", asegura Malkovich. Y añade, con ese tono pausadísimo y sedante con el que habla permanentemente: "Mi cabeza pertenece al escenario, puede que sea un poco pretencioso decirlo, pero mi casa es el teatro".

Malkovich inició su carrera teatral con el grupo Steppenwolf Theatre, que fundó en 1976 en Chicago. Allí compaginó trabajos como conducir autobuses o pintar casas con todos los oficios del teatro, incluido el de jefe de prensa. En 1982 le llega la fama en Nueva York con una obra de Sam Shepard y con ella la oportunidad de trabajar en Broadway y posteriormente en el cine.

La pasión de Malkovich por el teatro no llega a ser como la que tenía Vittorio Gassman, que confesaba hacer cine para ganar mucho dinero que luego podía perder en el teatro: "Lo mío es diferente, yo soy mucho más mercenario que él, que finalmente era un hombre increíble, elegante, encantador..., yo en cambio soy mucho más práctico", dice el actor, que reconoce haber pasado apuros económicos durante diferentes épocas. "Pero al final he logrado hacer sólo lo que me interesa", asegura.

Conoce los escenarios de numerosos países, donde ha trabajado no sólo como actor, sino también como director. Es esto último lo que va a hacer ahora en España, donde tiene previsto debutar en el teatro montando Histeria, una obra de Terry Johnson, el autor estadounidense que escribió El graduado, un gran éxito cuando se adaptó al cine.

Histeria es una obra que Malkovich conoce bien. Primero la montó con su grupo en Chicago y hace tres años se la produjeron en el Teatro Marigny de París. En España será la productora Wai Entertaiment quien la estrene en septiembre en Barcelona y a primeros de 2005 en Madrid, ciudad en la que se encuentra el director estos días haciendo pruebas a actores para completar el reparto. De momento se sabe que Abel Folch interpretará al psicoanalista vienés Sigmund Freud.

La obra se desarrolla en 1939 cuando Freud huye a Inglaterra perseguido por los nazis. Allí, envejecido y herido de muerte por un cáncer, se abandona a sus ensoñaciones, en las que aparecen una joven que le cuestiona sus teorías, su médico personal y el pintor español Dalí, personaje este último que para Malkovich representa la modernidad. "El pintor ampurdanés representa ese mundo de hoy de grandes acontecimientos, lleno de historias de vidas privadas, de la mediatización de todo, de la superficialidad, de la estupidez..., es narcisista, egocéntrico, el dinero lo es todo para él". Malkovich, casado con una italiana que ha sido ayudante de dirección de Bernardo Bertolucci y padre de dos hijos, ha trabajado en cine a las órdenes de algunos de los realizadores más importantes -Paul Newman, Volker Schlöndorff, Woody Allen, Stephen Frears, Wolfgang Peterson o Luc Besson-. Su fascinación por la Europa mediterránea le ha llevado a elegir como lugar de residencia la Provenza francesa, aunque su curiosidad cultural y su falta de miedo ante lo desconocido le llevan a trabajar en medio mundo. "Son deliciosos los reencuentros, tener amigos que vienen de otros países, eso es la verdadera riqueza y es una fuente de gran placer", explica.

Su padre, fallecido hace unos años, era guarda forestal y ahora piensa que quizá fue la admiración que tenía por él la que le llevó a iniciar estudios universitarios de medio ambiente y a respetar todas las cuestiones ecológicas. Su madre y su abuela trabajaban en el diario local de su ciudad y su hermana y su cuñado son ahora conocidos periodistas en Estados Unidos. Ello ha marcado las relaciones de Malkovich con la prensa, a la que trata con especial deferencia: "Tengo muchos amigos periodistas, unos muy serios y otros muy frívolos, pero lo que nunca he tenido es un jefe de prensa; para mí la prensa es algo familiar, cercano".

Ha llegado a Madrid después de rodar una película en la que su personaje se hace pasar por Stanley Kubrick durante años. También acaba de terminar el rodaje de Le libertine, "una obra del siglo XVII, que habla de un poeta alcohólico, sodomita, inglés..., es una historia muy interesante". Entre sus proyectos futuros está la de dirigir para el cine la novela de Ernesto Sábato Sobre héroes y tumbas.

A pesar de estar muy marcado por el viejo continente, no ha interpretado nunca obras de clásicos como Shakespeare, Calderón, Goldoni, Marivaux o Molière, algo impensable en un actor europeo de su trayectoria. "No sé si se considera a Inglaterra muy europea, pero sí he hecho mucho teatro inglés, como todo el teatro de Harold Pinter, pero es cierto que siempre del siglo XX", señala al tiempo que se justifica diciendo que el teatro que tenían "era pequeño y trabajábamos pocos actores..., imposible hacer piezas de Shakespeare".

Cree que en Histeria se pone de relieve que "los hombres somos los autores de nuestros sueños". "Aquí estamos ante el sueño de Freud, él inventa los personajes que desfilan al final de su vida, cuando está dispuesto a asumir que se ha podido equivocar. Él piensa que cuando uno se analiza se obliga a decir 'detesto mi vida, a mi mujer, mis hijos, a mí mismo, sufro, tengo una pena infinita, he perdido algo que es muy importante...'. Todas estas cuestiones surgen durante un psicoanálisis, pero nunca es suficiente. En el fondo, Freud sabe que no hay cura posible y que el único camino a seguir es el que lleva a la libertad, pero ése es un recorrido que lleva mucho tiempo..., un tiempo infinito", dice Malkovich.

Al hablar de la obra, que define como una comedia de enredo, asegura que Histeria habla de la página histórica que Europa ha pasado tras la muerte de Freud. "Evidentemente, él estuvo equivocado, incluso alguna vez gravemente equivocado, su teoría era errónea, pero hizo una revolución. Es parte de la historia de la humanidad y hace falta comprenderla", defiende.

En la conversación, Malkovich no se compromete claramente a la hora de hablar de su postura sobre la guerra de Irak y la intervención de su país en este conflicto. Tras uno de sus habituales y continuos silencios previos a cualquier comentario, asegura: "No tengo nada que decir, son asuntos suyos, decisiones de los ingleses y los estadounidenses, todo es tan triste, el problema es tan triste..., antes y después del 11-S, del 11-M, de Bosnia..., todo está tan lleno de tristeza...; en cualquier caso, la única manera de resolver los desaguisados históricos es consiguiendo que la gente se concentre en los libros".

John Malkovich.
John Malkovich.CLAUDIO ÁLVAREZ

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