Se alarga la sombra del 11-S
El jueves 29, Bush y Cheney respondieron en el despacho oval a las preguntas que les formuló la Comisión Nacional sobre los ataques terroristas a EE UU y con ello cerraron los principales interrogatorios sobre este tema. El presidente, que exigió estar acompañado por su vicepresidente, que se renunciase a prestar juramento sobre la veracidad de las respuestas, que no se grabase la audiencia y que no se informase a la prensa sobre su contenido, aceptó la comparecencia, empujado por sus consejeros, como un componente importante de su campaña electoral. Las conclusiones de los 19 meses de trabajo de la Comisión, que recogerá el informe final del próximo mes de julio, confirmarán, previsiblemente, las razones que motivaron su creación: que las más altas instancias del poder político norteamericano fueron informadas de que los islamistas estaban preparando acciones terroristas en el interior de EE UU sin que se hiciera nada para impedirlas. Sobre las causas de esta falta de reacción -incompetencia, desidia, connivencia implícita o explicita- seguimos en la ignorancia total. Ignorancia que la creación y actividades de la Comisión habrá servido para legitimar, pues si sus 10 miembros, tan íntegros y prestigiosos, nada sustancial han descubierto es que nada había que descubrir.
Y sin embargo, los grandes interrogantes de ese atentado fundacional, al que me refería en mi columna de hace algo más de dos años, Incognitas del 11 de septiembre, siguen en pie. A la literatura sobre este tema que entonces se limitaba al provocativo y denostado libro de Thierry Meyssan, L'effroyable imposture, y al silenciado de Noam Chomsky, 9-11, ha venido a agregarse una bibliografía inquisitiva de la que deben destacarse Gore Vidal, Dreaming War: Blood for oil and the Cheney-Bush Junta, Group West 2003; Bruno Cardeñosa, 11-S : Historia de una infamia, Corona Borealis 2003; Andreas von Bülow, Die CIA und der 11 September, Piper Verlag 2003; Nafeez Mosaddeq Ahmed, The War on Freedom: How and Why America Was Attacked, Tree of Life Publications 2002; Isabel Pisano, La Sospecha, Ed. Belacqua 2003; David Ray Griffin, The New Pearl Harbour, Interlink 2004; Gerhard Wisnewski, Operation 9-11, Droemer/Knaur 2003; David Icke, Alice in Wonderland and The World Trade Center Disaster, Bridge of Love, 2002. De todas las interrogaciones incontestadas, que la Comisión ha renunciado a plantear, algunas parecen particularmente significativas, tanto por su importancia como por la concreción de su origen y formulación. Treinta horas después del atentado el FBI facilitó una lista de 19 kamikazes localizados por la compra de los billetes y por el control en el embarque. Esta lista ha sido impugnada por diversas instancias, en particular de Arabia Saudí -véase la información de The Washington Post del 10 de diciembre del 2001-, cuyo consejero jurídico en la delegación de Naciones Unidas solicitó los certificados de defunción de cada uno de ellos, con sus respectivas trazas genéticas, a fin de determinar quiénes eran saudíes y quiénes no lo eran. Sin haber obtenido respuesta alguna hasta hoy. Tal vez el tema en el que el silencio es más inaceptable es el delito de iniciados relacionado con el 11-S por varios centenares de millones de dólares en la Bolsa de Nueva York, del que informó el San Franciso Chronicle del 29 de septiembre de 2001. La organización internacional de las comisiones de valores comenzó a investigar el asunto, abandonándolo después cuando se vio que todo apuntaba a la sociedad Alex Brown, inspirada por el banquero Krongard, luego número tres de la CIA, que además estaba muy próxima al grupo Carlyle, vinculado al clan Bush. ¿Qué decir de la nunca desmentida información del Times of India del 9 de octubre de 2001 sobre la pretendida pertenencia de Mohamed Atta al ISI, servicio de inteligencia paquistaní, o sobre la noticia del diario israelí Haaretz relativa a las llamadas a la firma ODIGO, avisándoles de los ataques que iban a tener lugar? Mientras sigamos sin una versión oficial del 11-S y tengamos que limitarnos a las del FBI o la CIA, cuya opacidad y contradicciones ha reconocido el propio Gobierno norteamericano, continuaremos añadiendo sombras a las sombras.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.